No son muchos los lugares especializados en vino, donde podamos beber una copa acompañada de buena comida y en un ambiente agradable. Uno de ellos era El Terruá en La Alambra (avenida Samborondón), pero en mi última visita me enteré que ya no se podía pedir platos de los restaurantes que hay en centro comercial y que la única opción eran unos piqueos con quesos y embutidos que ellos ofrecen.

Tenía ganas de disfrutar de una buena botella vino y comer algo, así que con ese objetivo visité Abadía, un espacio destinado a los amantes de los vinos y los cocteles, en donde además es posible disfrutar de un amplio menú con recetas variadas. Está ubicado en Laguna Plaza, km 12,5 en la vía a la costa, en un local que parece tiene al espíritu del dios griego Dioniso (conocido por su amor a las bebidas embriagadoras) rondando por sus mesas, porque es el mismo en donde antes estuvo El Tap, un entretenido bar especializado en cervezas artesanales de excelente calidad, pero que la crisis de la pandemia lo obligó a cerrar.

Empecé con un clásico Negroni ($7), esta mezcla en partes iguales de ginebra, Campari y vermú rosso, es uno de mis cocteles favoritos. En esta ocasión el barman le agregó al final unas gotas de amargo de Angostura de naranja, un compuesto alcohólico hecho con cascaras de la fruta, cilantro, cardamomo, semillas, entre otros ingredientes, que elevaron sus aromas, llevando el trago a un escalón más arriba.

Sobre la barra pude ver que había algunas botellas de Palette Blue, un vino azul que obtiene su coloración gracias a las antocianinas que se extraen de las pieles de las mismas uvas y aunque como vino, no es sino un líquido con pobres aromas, mieloso y de corta persistencia, ha logrado calar en el paladar de los más jóvenes e inexpertos o en quienes atraídos por su curioso color buscan un coctel diferente.

Con este vino azul, además de la sangría ($ 24 el litro) que pude ver es muy solicitada, han creado algunos cocteles ($ 10) utilizando como potencializadores algunas onzas de gin Crespo, vodka y hasta ron, y haciendo mezclas con frutas tropicales para completar así cocteles semidulces con vistosos colores turquesas de buena aceptación entre los clientes.

Este restobar tiene un menú bien completo, hay platos con salmón, lomo con risotto, arroz negro y para los más hambrientos paella. Mi plan fue picar y tomar vino, así que pedí una provoleta ($ 14), a la que sobre el queso fundido le ponen una generosa cantidad de salsa pomodoro y trozos de chistorra. Adicionalmente pedí un pulpo crocante ($ 18) con una mayonesa de la casa a base de pimientos morrones acompañados de chips de papa. Excelentes los dos platos.

Ambas preparaciones contaban con una fuerte carga grasa, así que para hacer la experiencia agradable fue necesario un vino con una importante tanicidad que permita liberar la capa untuosa que dejaba cada bocado. De la extensa carta de vinos pedí un Carmenere Gran Terroir de la bodega chilena Casa Silva ($ 44), que cumplió deliciosamente con el objetivo. Fue una gran noche de cocteles, buen vino y rica comida.