Hace años, cuando comenzaba el ejercicio de mi profesión periodística, conocí al sociólogo Juan Hadatty Saltos. De ascendencia libanesa, nacido en Bahía de Caráquez, vivía en Guayaquil, donde desarrollaba una extensa labor cultural. Alto, siempre con sandalias y guayabera, visitaba a menudo la redacción de El Telégrafo, donde yo laboraba. Era el crítico de arte del periódico y llegaba a entregar sus colaboraciones, escritas a máquina, que allí se digitaban y publicaban. Era todavía una época sin correos electrónicos ni redes sociales.