En estos tiempos de pandemia, con sus encierros, miedos, soledad, incertidumbre y desconexión -teniendo a la muerte rondando en puntilla día y noche-, la angustia y depresión, la falta de sueño, la tristeza y otros males del alma han hecho presa de millones de personas. En estas circunstancias de tragedia personal ¿a quién se le ocurría consultar a un filósofo para buscar una cura? Probablemente a nadie, o a pocas personas. Si la filosofía es fundamentalmente un intento por investigar y comprender como son las cosas, ¿qué beneficios podría traer semejante tarea a nuestro bienestar psicológico? Es más, el propio Nietzsche tenía sus dudas sobre la viabilidad de la filosofía para enfrentar las verdades profundas de la realidad que tan arrogantemente dice buscar y algunos creen haber encontrado.
Y, sin embargo, en la antigüedad los filósofos eran considerados como doctores del alma, como los médicos del cuerpo. Esto era especialmente así en Grecia. Los Epicúreos, los Escépticos, los Estoicos practicaban la filosofía no como una disciplina intelectualmente distante, sino como un arte insertado en el mundo y que abordaba asuntos de diario y urgente significado para la gente. El temor de morir, el amor y la sexualidad, la ira y la agresión, la melancolía y la euforia eran abordados por estos filósofos desde sus perspectivas conceptuales. Al igual que la medicina, estos filósofos cultivaban su ciencia de forma rigurosa con el propósito de defender la vida y darle un sentido a la existencia.
La conocida escritora Martha Nussbaum (1947) profesora de la Universidad de Chicago, en su libro La terapia del deseo: teoría y práctica de la ética helenística. (Editorial Paidos Ibérica. Trad.ución de Miguel Candel) examina los textos de pensadores tales como Epicúreo, Lucrecio, Sexto Empírico, Crisipo y Séneca entre otros. Todos ellos, unos de forma explícita y otros menos, concibieron a la filosofía como un compromiso terapéutico que abordaba problemas del diario de vivir y que procuraba dar respuestas a la existencia humana. Cada uno, incluyendo a Aristóteles, en su Ética, tenía sus propias definiciones del bien, y de la felicidad.
En algo que se parece al Emilio del tratado sobre educación de Rousseau, Nussbaum tiene su propio protagonista que pasa revista a los diferentes sistemas filosóficos de la antigüedad. Se trata de Nikedeon, una joven discípula, que recorre con sentido crítico las respuestas que tienen estos filósofos a sus interrogantes. Esto más el vasto conocimiento que tiene la autora de la filosofía occidental, y la destreza con la va conectando con los dilemas y angustias que enfrentamos en el mundo de hoy, hacen de este libro una obra extremadamente agradable y desafiante a la vez. Especialmente en estos tiempos.
El libro puede ser ordenado a las librerías españolas o mejicanas.