El momento tenía que llegar, porque tras año y medio de una pavorosa crisis mundial que nos obligó a encerrarnos y a trabajar desde casa (lo que es una experiencia casi tan traumática como padecer del virus, al menos para mí) ahora vemos que las reglamentaciones de sanidad se flexibilizaron por la disminución de contagios. Ese toque de queda -o de quedarnos momificados- en horas nocturnas se terminó al menos en un Guayaquil que entra a un mes juliano con sonrisas enmascaradas, porque en las calles todavía debemos parecer como los bandidos de las películas de cowboys.