En el canto 19 de La Odisea hay una escena que puede pasar inadvertida en un primer momento. Odiseo, más conocido como Ulises en la versión latina, ha llegado finalmente a Ítaca y ha optado en un primer momento por no revelar su identidad. Su familia no parece reconocerlo luego de diez años de ausencia, por lo que es tratado como un forastero. Dada su precaria situación y físico, su esposa, la fiel Penélope, pide a la servidumbre que cuiden de este extranjero y que le faciliten su aseo; después de todo, ella sí le nota un parecido con Ulises. Pero a un punto una de las criadas del palacio, una anciana que fuera la nodriza de Ulises, mientras bañaba con la mano una de las piernas del visitante cae en cuenta de una cicatriz que este llevaba, con lo que da un salto de alegría al descubrir que se trataba del propio Ulises que había regresado. Era una marca que lo hacía inconfundible. (Se trataba de una herida que había sufrido su amo durante una cacería de jabalíes cuando era aún un niño y estas excursiones con su padre comenzaban a marcar su tránsito a la adolescencia) Ulises tiene que admitir su identidad, pero le pide a la anciana que guarde su secreto, pues tenía un plan que requería su anonimato por unos días más.