Hace un año se discutía sobre si el fin del 2019 sería el fin de la década o se tendría que esperar hasta este 2020 para despedirnos del segundo decenio del siglo XXI. La inocente discusión fue resuelta -para algunos- en base a lo que indica el Diccionario panhispánico de dudas de la Real Academia Española (RAE). Allí se deduce que la décadas empiezan a contarse desde los años terminados en 1 y concluyen en los que acaban en 0, es decir, el 31 de diciembre del 2020 será el fin de la década, aunque varios ya se despidieron de esta hace 12 meses.

Un año ''especial''

Este 2020 ya se esperaba que fuera 'especial' porque tendría 366 días al ser bisiesto. Febrero tuvo 29 días, un suceso que ocurre cada cuatro años para 'acomodar' la rotación de la Tierra alrededor del Sol.

Este año también era considerado especial por la realización de grandes actividades a nivel mundial, como los Juegos Olímpicos de Tokio o la Eurocopa; la celebración de los 50 años del Festival de Glastonbury así como la Exposición Universal de Dubái. Todo eso se canceló. En tanto que a nivel local se esperaban magnos eventos por el Bicentenario de Independencia de Guayaquil.

Publicidad

Pero en la antigüedad los años bisiestos eran tomados con recelo porque supuestamente traerían catástrofes.

Lejos de las supersticiones, las autoridades sanitarias de la ciudad de Wuhan (China) informaron el 31 de diciembre de 2019 sobre pacientes afectados con una neumonía de origen desconocido. A fines de enero de 2020 ya se habían reportado casos en otros varios países asiáticos, así como el EE. UU. y Europa.

En Ecuador las alarmas se prendieron cuando el 23 de enero un ciudadano chino fue ingresado a una casa de salud en Quito, con fiebre, entre otros síntomas que hacían sospechar del nuevo virus. Sin reactivos en el país para detectar el coronavirus, se tuvo que enviar las muestras a EE. UU. y esperar hasta el 4 de febrero para descartar la enfermedad.

Publicidad

El 31 de enero China ya tenía 259 fallecidos por el coronavirus, mientras tanto el resto de países se apresuraban a tomar precauciones para evitar la llegada de la enfermedad. En los primeros días de febrero la Organización Mundial de la Salud (OMS) decidió llamar COVID-19 a la rara y mortal neumonía producida por el coronavirus SARS-CoV-2.

Entre las medidas tomadas por algunos países estaba la restricción de viajes o comercio con China, acciones que fueron cuestionadas por la OMS. Por entonces el director de esta entidad, Tedros Adhanom Ghebreyesus, había declarado a la epidemia como "emergencia de salud pública de alcance internacional", después de las fuertes críticas que recibió por no haber alertado antes de la gravedad de la situación.

Publicidad

COVID-19 arriba a Ecuador

A lo largo de febrero eran cada vez más los gobiernos que informaban de que el SARS-CoV-2 ya había llegado a su territorio. Para Carnaval 38 países ya tenían casos, aunque todavía la enfermedad no se detectada en América del Sur; a nivel mundial la cifra de infectados era de unos 80 mil y más de 2.500 fallecidos. El coronavirus se instaló en la región antes del fin de ese mes.

Brasil reportó el 26 de febrero su primer paciente de COVID-19, un ciudadano de 61 años que había viajado a Italia, uno de los focos de la enfermedad. En esa misma fecha el Ministerio de Salud Pública (MSP) de Ecuador y la OMS reportaban que hasta ese día no se había confirmado ningún caso en el país, una afirmación que llegó después del largo feriado, cuando miles de personas se desplazaron por la nación. Por aquel entonces la ciudadanía estaba más preocupada por el agua sucia que fue vertida al mar en Salinas (Santa Elena), que por la inminente llegada del COVID-19.

Por otra parte, ese mismo 26 de febrero una intensa tormenta eléctrica causó grandes estragos en Guayaquil, a manera de preámbulo de la crisis sanitaria que el puerto principal y el país entero estaban a punto de presenciar.

Fue el sábado 29 de febrero -Día mundial de las enfermedades raras y fecha base del año bisiesto-, cuando la ministra de Salud, Catalina Andramuño, le informó muy temprano al país de una situación que ya se veía venir, la confirmación del primer caso de coronavirus en Ecuador. La paciente era un adulta mayor ecuatoriana, residente en España, que había llegado de vacaciones a Babahoyo (Los Ríos) el 14 de febrero. Para cuando la denominada paciente cero falleció el 13 de marzo, en el país ya se habían confirmado otros 23 casos, en Pichincha, Guayas y Los Ríos.

Publicidad

Previamente, el 11 de marzo, la OMS declaró al COVID-19 como una pandemia. Ante la emergencia sanitaria mundial, el gobierno de Lenín Moreno decidió desde el 17 de marzo extremar las medidas para tratar de controlar la propagación de la enfermedad. Se instauró estado de excepción, toque de queda, restricción vehicular y de vuelos. Para entonces ya habían 111 contagiados a nivel nacional y se empezó a hablar de transmisión comunitaria. Pero las escenas dramáticas que recorrieron el mundo entero, con cadáveres en las calles y hospitales saturados -sobre todo en Guayaquil- aún estaban por llegar. Y en medio de esto, denuncias de corrupción por la venta de medicamentos y pruebas rápidas, y cuerpo desaparecidos.

Tras dos meses de aislamiento y otras duras medidas las cifras de hospitalizados y fallecidos diarios empezaron a descender. Así se adoptaron otras restricciones y la llamada nueva normalidad, con la aplicación de medidas de bioseguridad, distanciamiento físico, y el uso de mascarillas; fue recién en septiembre cuando las medidas se relajaron aún más, tras el fin del estado de excepción. Sin embargo el virus permanece entre la población, con más infectados confirmados cada día, así como fallecidos. Una segunda ola de COVID-19 llegó en octubre a Europa. En tanto que en Ecuador se registró una ligera alza debido a los feriados y al relajamiento de la población, no obstante para fines de noviembre -según las autoridades- la situación estaba bajo control.

Desarrollo de tratamientos

Mientras los meses pasaban y el virus se instalaba en todos los rincones del mundo, la humanidad se empezó a aferrar a lo avances científicos en la búsqueda de los medicamentos específicos para tratar el enfermedad. Al ser una nueva afección poco se sabía de esta; primero se pensó que solo era una problema que afectaba a los pulmones y que causaba más estragos en las personas de la tercera edad. Luego se determinó que era una enfermedad multisistémica y que podía afectar de la misma manera tanto a jóvenes como a adultos mayores. Así también, al inicio se pensaba que los menores de edad y adolescentes podían soportar el COVID-19 sin mayores síntomas, pero después surgió el Síndrome inflamatorio multi-sistémico, una enfermedad relacionada con el coronavirus que puede causar grandes graves complicaciones.

A un año después del inicio de la pandemia, la ciencia todavía no da con un tratamiento milagro contra el COVID-19: únicamente una familia de medicamentos, los corticoides, demostró su eficacia, contrariamente a otras moléculas de las que se esperaba mucho, como el remdesivir.

La dexametasona es el único tratamiento que permite reducir la mortalidad del COVID-19 y desde septiembre está recomendada para los pacientes en estado grave por la OMS y la Agencia Europea del Medicamento (EMA), que se basan en un vasto estudio británico, el Recovery. Sin embargo, no debe administrarse al inicio de la enfermedad puesto que rebaja las defensas inmunitarias.

Es precisamente por ello que funciona entre los pacientes en estado más grave, ya que reduce la aceleración del sistema inmunitario -la llamada tormenta de citoquinas-, responsable de una peligrosa inflamación.

El resto de medicamentos de la misma familia, los corticoides, también permiten reducir en 21% la mortalidad al cabo de 28 días, según varios estudios publicados en septiembre en la revista médica estadounidense Jama.

La OMS recomienda por tanto el "uso sistemático de corticoides para pacientes en estado grave o crítico". Como los corticoides, los anticoagulantes se emplean entre los pacientes en estado más grave. El objetivo es evitar los coágulos de sangre, una de las complicaciones del covid-19.

Una esperanza para cerrar la década

Otros medicamentos y tratamientos siguen en análisis, pero la gran esperanza está puesta en un punto: las vacunas.

Con una rapidez inédita en la historia de la medicina, varias vacunas están a punto de ver la luz un año después de la detección de los primeros casos de COVID-19, si bien persisten interrogantes científicos antes de dar inicio a las campañas de vacunación.

Después de que se anunciaran este mes resultados prometedores de cuatro proyectos de vacunas - de la alianza Pfizer/BioNTech, de Moderna, de AstraZeneca/Universidad de Oxford y del instituto ruso Gamaleïa -, muchos países empezaron sus preparativos para poner en marcha la vacunación, en cuanto se cuente con la autorización de las autoridades sanitarias.

La Agencia Europea del Medicamento (EMA) indicó a la AFP que podría aprobar las primeras vacunas a finales de año o principios de 2021.

Este calendario coincide con los planes de países como España, Italia y Francia, así como de varios países de América Latina.

México por ejemplo podría recibir en diciembre las primeras vacunas de Pfizer/BioNTech y Argentina planea iniciar en enero la vacunación. Perú, por su parte, prevé vacunar a 24,5 millones de adultos antes de abril de 2021.

Estados Unidos pretende ir más rápido y empezar la campaña antes de mediados de diciembre, en cuanto obtenga la aprobación de la Agencia del Medicamento (FDA).

Las autoridades chinas ya dieron luz verde por su parte al uso de emergencia de algunas de sus vacunas.

Estos plazos fueron posibles gracias a la aceleración de los procedimientos de investigación, producción y evaluación, apoyados por financiamientos colosales, que redujeron el tiempo medio de desarrollo y comercialización de una vacuna de 10 años a uno.

No obstante se aplican "los mismos estándares reglamentarios elevados de calidad, seguridad y eficacia", según la EMA.

Ecuador, con 17 millones de habitantes, prevé vacunar a unos 9 millones de personas en una primera fase, 30.000 inmunizados al día.

Las autoridades ecuatorianas anunciaron acuerdos con Pfizer (2 millones de dosis) y AstraZeneca (5 millones) con entregas progresivas en 2021, en tanto mantienen negociaciones con Novavax, Johnson & Johnson y Moderna. A través de Covax recibirá más de 7 millones de dosis.

Vacunas limitadas

"En un primer momento, la cantidad de vacunas será limitada y se dará prioridad al personal médico, las personas mayores y otros grupos de riesgo", recordó el director de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus.

El acceso de los países pobres, que no tienen los mismos recursos financieros ni logísticos que los ricos, puede resultar un problema sobre todo en los primeros meses.

En un intento de garantizar una distribución equitativa, la OMS creó la iniciativa Covax, que reúne a gobiernos, científicos, a la sociedad civil y el sector privado.

Covax permitiría por ejemplo a los países participantes, como Japón y Reino Unido, suministrar dosis a los países pobres mediante sus acuerdos de compra con los fabricantes.

Nueva década sin vieja normalidad

Pero independientemente de que las vacunas sean efectivas, su aplicación no significará que de la noche a la mañana la humanidad volverá a tener la misma normalidad relajada que tenía en diciembre de 2019.

Los expertos más optimistas, como John Bell, profesor de medicina de la Universidad de Oxford y miembro del Grupo de Asesoría Científica para Emergencias (SAGE), creen que la vida pueda comenzar a volver a la normalidad para las vacaciones de Semana Santa de 2021.

El filántropo Bill Gates, quien junto a su esposa Melinda y su fundación han realizado grandes aportes para combatir la pandemia y garantizar la distribución de una vacuna para el COVID-19 a precios justos, estimó que una vez que la vacuna esté disponible, la vida de las personas volverá a ser lo que era hacia fines de 2021, en el caso de EE. UU. Mientras que fuera de territorio estadounidense, podría incluso llevar más tiempo, hasta 2022.

Carissa Etienne, directora de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), oficina regional de la OMS, dijo que más allá de que los científicos descubran una vacuna "eficaz" y de "solución duradera" contra el COVID-19, los países deben "ser realistas" sobre su alcance inmediato. Urgió a no bajar la guardia con las medidas tomadas hasta ahora para frenar los contagios.

Aprender la lección o repetir los errores

Así, la humanidad tendrá que seguir batallando con el COVID-19 al menos durante todo el 2021 y un poco más. Sin embargo si la humanidad no logra cambiar sus hábitos, la actual pandemia será solo una más de las que podrían llegar.

Según un estudio publicado en la revista Nature, la explotación de tierras para la agricultura intensiva, que acerca a humanos y animales salvajes cuyo hábitat es perturbado, hace más probable el surgimiento de pandemias como la del COVID-19.

La ONU considera que tres cuartas partes de las tierras del planeta fueron ampliamente degradadas por las actividades humanas desde el inicio de la era industrial.

Una tercera parte de las tierras y tres cuartas partes del agua dulce son utilizadas para la agricultura.

Esta utilización de las tierras para la agricultura avanza cada año, a veces en detrimento de ecosistemas como los bosques, que albergan animales salvajes poseedores de muchos patógenos potencialmente transmisibles a los humanos.

El equipo de University College de Londres (UCL) pasó en revista 6.800 ecosistemas en todo el planeta y descubrió que los animales conocidos como portadores de patógenos (murciélagos, roedores, pájaros) son más numerosos en paisajes intensamente modificados por los hombres.

Resultados que según ellos prueban la necesidad de cambiar la forma como la humanidad explota las tierras, para reducir los riesgos de futuras pandemias.

Yanzhong Huang, experto en Salud Global del Council on Foreign Relations de EE. UU., indicó por su lado que para evitar la propagación de este tipo de enfermedades, se tendrá que prohibir el tráfico y el consumo de animales salvajes o incluso erradicar algunos murciélagos.

Huang cree que es importante rastrear cómo comenzó el brote de SARS-CoV-2, y no solo para terminar con la pandemia actual, sino para prevenir que puedan darse nuevos brotes similares.

''Porque las vacunas podrán solucionar esta crisis, pero la raíz del problema seguirá ahí, latente, al igual que el ámbito que funcionó como cadena de transmisión. Debemos encontrar las raíces del problema para encarar una solución definitiva'', indicó Huang. (I)