Alguna vez escuchamos que lo dijeron de alguien: está en la edad del burro. Lo dijeron de nosotros, y nos molestó. Y, sin embargo, lo repetimos para referirnos a alguien más, un hijo, un nieto, un sobrino. Es una etiqueta despreciativa que se usa cuando los chicos se muestran rígidos y reacios a aceptar las ideas y reglas de sus progenitores.
“En general tenemos prejuicios sobre la adolescencia”, comenta el psicólogo clínico Isaac Villacreses Hurtado, de la organización Cultura Psicológica. “Decimos ‘los adolescentes’, como si fueran un solo grupo, cuando hay preadolescentes, adolescentes tempranos, medios y tardíos, y adultos con síndrome de adolescencia".
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En estas etapas suceden cambios que llevan al niño a convertirse en un adulto e implican situaciones emocionales difíciles de entender. Por eso hemos creado términos nada científicos, como la edad del burro, para señalarlos cuando no hacen caso.
Las dificultades provienen de una falta de habilidad para dominar las emociones, que no es propia de todos los adolescentes (otro mito de esta etapa), porque también están los que sí pueden manejarlas.
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Hemos creado términos nada científicos, como la edad del burro, para señalar (a los adolescentes) cuando no hacen caso.
Otra expresión inadecuada es atribuir las conductas de ellos a un estado de “hormonas en ebullición”. Eso no existe, dice Villacreses. “Hay un incremento hormonal por los cambios físicos que está pasando, pero no quiere decir que eso va a gobernar su conducta”.
¿Quién está en la edad más difícil?
La psicóloga Glenda Pinto Guevara cuestiona quién está realmente en la edad del burro, si los hijos o los padres, con su propia rigidez e intransigencia. “Debemos tener en cuenta que los cambios por los que pasa el adolescente son fuente de temores para los padres”.
Esos temores tienen remedio con la comunicación. “Nos ofrece una buena oportunidad de autoevaluarnos como padres y distinguir la propia rigidez mental y reconocerla como una respuesta frente a los grandes temores con respecto a los hijos, personas a quienes amamos mucho y con quienes nos sentimos, de repente, tan distantes e incomunicados”.
El temor afecta la actitud hacia los hijos, por lo que se pretende imponer ideas (con la rigidez del burro), consiguiendo el efecto contrario a lo deseado: más rigidez, falta de aceptación y de respeto.
Prepararse desde la niñez
Entre los 10-20 años hay un cambio brusco en lo emocional. “Si en la niñez se les enseñó a reflexionar y a entender lo que estaban sintiendo en vez de actuar de manera impulsiva, difícilmente habrá un adolescente problema”, dice el especialista Villacreses. Si no desarrolló estas habilidades, porque los padres no se ocuparon de eso o porque carecen de ellas, habrá una crisis de manejo emocional.
El temor afecta la actitud hacia los hijos, por lo que se pretende imponer ideas (con la rigidez del burro), consiguiendo el efecto contrario a lo deseado.
El adolescente, explica el psicólogo, desarrolla el lóbulo límbico (donde se alojan los instintos y emociones) antes de que la corteza prefrontal (centro de la toma de decisiones y del comportamiento social adecuado), y eso puede darle la sensación de ser inmortal, de enfrentar el peligro sin que nada le pase. “En esta etapa del desarrollo del cerebro, la persona no juzga de manera correcta el peligro al que se enfrenta, y tiende a meterse en líos”. Sin una enseñanza temprana del manejo de las emociones, el impacto de estos cambios es más fuerte.
Orientar al niño en el manejo emocional
Enseñe a sus niños pequeños a observar lo que sienten. ¿Por dónde empezar?
- Sea consciente de usted mismo. No todos los padres pueden manejar sus propias emociones. “La sociedad está plagada de pensamientos irracionales que no son evaluados ni confrontados”, dice Villacreses.
- Haga usted primero un ejercicio de reflexión sobre sus pensamientos. “Es difícil enseñarle a un niño algo que usted no sabe. Si quiere enseñarle a ser más reflexivo, debe empezar por usted mismo, como adulto”.
- Considere la terapia familiar, pensada para permitir que la persona adquiera las habilidades para hacer un autoexamen, identificar los pensamientos irracionales que gobiernan su conducta y tener una conducta aceptable.
Que usted cambie no significa que todo se arreglará automáticamente. Significa que estará capacitado para dar a su hijo las herramientas para que pueda controlarse y seguir su camino. Use la herramienta de la pregunta.
Es difícil enseñarle a un niño algo que usted no sabe. Si quiere enseñarle a ser más reflexivo, debe empezar por usted mismo.
“Su niño de 6 años hace un berrinche. Y usted le grita: ¡No llores! Le está enseñando a reprimirse, no a autoexaminarse”. Lo ideal es acercarse al niño, ponerse físicamente a su altura, mirarlo a los ojos y preguntarle por qué actúa así, por qué se siente así. “Estará favoreciendo que el niño haga introspección, y se pregunte a sí mismo: ¿por qué hago lo que hago?
Esas, dice el psicólogo, son las bases para enfrentar las emociones potenciadas de la adolescencia.
Cuando la educación emocional llega tarde
Es posible desarrollar el manejo emocional siendo ya adolescente o adulto joven. Solo será más difícil. Utilice el lenguaje adecuado, trate al joven de acuerdo con su edad, y no como a un niño (a través de órdenes). Bríndele confianza. Confiar en él hará que confíe en usted. A medida que esto pase, él o ella se sentirán a gusto contándole sus problemas y los de sus amigos.
No juzgue. Pregúntele cómo lo hace sentir eso que hizo, qué piensa de lo que hicieron sus amigos. Guíelo a través de preguntas para que él, con sus propias respuestas, juzgue por sí mismo. “Y si usted hiciera esto durante 10 años (los primeros de la vida del niño), no habría duda de que su hijo adolescente lo hará por sí mismo, y podrá regular su conducta”. (F) (D.V.)