Graham Greene decía: “La gente habla de la mayoría de edad. Eso no existe. Cuando un hombre tiene un hijo, está condenado a ser padre durante toda la vida. Son los hijos los que se apartan de uno, pero los padres no podemos apartarnos de ellos”. Ciertamente, aunque los hijos crezcan, se hagan adultos y se vayan de casa, permanecerá el lazo de familia, los padres estarán pendientes de ellos y en la memoria de cada hijo habitará lo que vivió, lo que aprendió en el hogar. “Creo que en lo que nos convertimos depende de lo que nuestros padres nos enseñan en momentos extraños, cuando no están tratando de enseñarnos”, afirmaba Umberto Eco. Coincido.

He citado estas frases porque hoy es una fecha propicia para recordar al progenitor, para rememorar los orígenes, el comienzo de lo que somos. O creemos ser. Así como Graham Greene afirmaba que se es durante toda la vida padre, me parece que se es durante toda la vida hijo. O hija. Creo que todos experimentamos el estado de hijez del que hablaba alguna vez Rosa Montero. No importa si se tiene veinte años. O cincuenta. O setenta. Hay en nosotros un lazo indisoluble con los progenitores. A veces escucho a mi madre desgranar recuerdos de su padre o de su madre y gracias al mecanismo de la memoria me llegan ecos de su vida de infancia y juventud.

Hoy resuena en mi mente el poema de César Vallejo Los pasos lejanos: “Mi padre duerme. Su semblante augusto/ figura un apacible corazón”. A papá lo tengo presente siempre, porque como dice el padre Aurelio Espinosa Pólit en uno de sus versos, la muerte ni separa ni despoja".

Para mí, junio es particularmente conmovedor. Es el mes en que nació mi padre. También el mes en que murió. Y si estas fechas no estuvieran marcadas en el calendario, igual yo lo recordaría. “Somos nuestra memoria”, decía Borges.

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Hace 16 años partió, el 12 de junio de 2004. Cuando supo que se acercaba su fin, no se ofuscó ni se lamentó. Empezó a prepararse. Agradeció su paso por la vida. Agradeció a la esposa y a los hijos. A la madre, a los hermanos y a los pequeños nietos. Agradeció. Agradeció. Para él, la familia era su mayor tesoro. La había construido con trabajo. Con ilusión. Quizá también con algún dolor.

El día que se marchó dijo que ya estaba preparado. Quedamos tristes, inmensamente tristes, pero con el corazón lleno de su amor y con la vida edificada con su guía y con su ejemplo. “Los hijos aprenden poco de las palabras; solo sirven tus actos y la coherencia de estos con las palabras”, sostiene Joan Manuel Serrat. Suscribo esta afirmación, que se conecta con la de Eco. Mi padre prefería la conversación sin estridencias. El diálogo sereno. Podría decirse que le gustaban la tranquilidad y el silencio. Una tranquilidad que tal vez la aprendió de la naturaleza, de su permanente contacto con la tierra, a la que supo cultivar y cuidar. A veces creo tener su carácter.

Hoy resuena en mi mente el poema de César Vallejo Los pasos lejanos: “Mi padre duerme. Su semblante augusto/ figura un apacible corazón”. A papá lo tengo presente siempre, porque como dice el padre Aurelio Espinosa Pólit en uno de sus versos, la muerte ni separa ni despoja. (O)