He leído en diferentes fuentes que esta pandemia ha sido buena para el planeta, que le hemos dado un merecido descanso y que los animales están volviendo a conquistar sus espacios.

Y aunque me alegra constatar que tengo más aves en mi jardín, desde loritas del Pacífico hasta colibríes Amazilia, no alcanzo a estar de acuerdo con tal aseveración. Esta enfermedad ha costado vidas, dolor, genera hambre y agranda desigualdades sociales. No puedo decir que sea un argumento que me reconforte.
Y en cuanto al planeta, según varias fuentes consultadas, lo que hemos logrado en los meses de encierro es la reducción en el 8 % de emisiones de dióxido de carbono.

¿Por qué tan poco si ya casi no volamos y además disminuyó el transporte terrestre? La emisión por transporte aéreo representa apenas el 2 % de las emisiones globales, y manejar carros particulares y buses implica del 5 % al 10 % (Zachary W. Brown).

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Un tercio de las emisiones de dióxido de carbono en el mundo resultan de generar electricidad, 50 % es el resultado de la producción agrícola. En este punto es poco lo que podemos reducir como individuos. Son más bien las políticas de los países las que hacen la diferencia.

Tener un huerto en casa, viajar en bicicleta, dejar de consumir carne son decisiones individuales que podemos adaptar en nuestras vidas, contribuyen a crear conciencia y a una cultura de aceptación de cambio climático. Sin embargo, lo que logrará resolver que nuestro planeta no se siga calentando por causas antropogénicas son políticas de Estado y, sobre todo, de los que más contribuyen en sus emisiones de dióxido de carbono. La industria nos quiere hacer creer que el cambio es individual, pero este es un problema sistemático que requiere soluciones sistemáticas.

Se han disminuido emisiones en estos ochenta días promedio de cuarentena mundial, sin embargo, el CO2 acumulado durante los ciento cincuenta años anteriores sigue ahí. Se ha retrasado el calentamiento, pero de ninguna manera se ha enfriado el planeta. El aire está un poco más limpio y tal vez ganamos un año en las proyecciones que nos acercan al punto de no retorno. Está establecido que para 2030 debemos reducir en 40 % las emisiones de dióxido de carbono, y eso no basta, habrá que extraer el que ya se ha acumulado en la atmósfera a partir de la Revolución Industrial (lo que se logra a través de la siembra de árboles y de, ojalá, nuevas tecnologías).

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Si la pandemia ha contribuido en algo es para recordarnos que somos interdependientes y sobre todo vulnerables. A través de la deforestación, que contribuye al cambio climático, se reduce el hábitat de los animales, aumentan las sequías y las especies interactúan en mayor grado con los humanos al ser desplazadas o consumidas. Por tanto, las posibilidades de contraer enfermedades de los animales aumenta.

También queda claro que existen conexiones entre los conceptos de cambio climático y COVID-19, como lo explica brillantemente Katharine Hayhoe en su pagina de Facebook Global Weirding: “No importa quiénes seamos, dónde vivamos, a qué estrato social pertenezcamos, tanto cambio climático como COVID-19 nos afectan por igual, son ineludibles. Todos queremos lo mismo: salud y seguridad para nuestras familias, amigos y comunidad. Y tanto cambio climático como el virus nos privan de ello”.

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Katharine Hayhoe dice: “Cambio climático y COVID-19 son globales, los vimos venir, los pudimos prevenir. El virus, en materia de días, afectó lo que cambio climático perjudicará en años. Ambos generan reacciones agresivas en los humanos, que como mecanismo de defensa prefieren negar su existencia (teorías de conspiración), porque amenazan el orden establecido. Para ambos las soluciones deben ser políticas, económicas, planetarias, y que a la vez resuelvan el desbalance mundial”.

Los Gobiernos no estuvieron listos para enfrentar una pandemia, que esto sirva para que, globalmente, solucionemos el cambio climático desde ya, que para eso no habrá mascarillas ni semaforización que sirva.