Pudiera seguir la corriente de varios medios de comunicación de escribir sobre cómo las galerías de arte y museos han recurrido a la tecnología, el internet y a las redes sociales para afrontar la ausencia de público frente a la pandemia de COVID-19. También, pudiera compartir una lista de artistas cuyo trabajo ha sido inspirado por, o producto de, periodos de aislamiento como el que vivimos. O, tal vez, pudiera recomendar fuentes en línea en donde encontrar monumentales bibliotecas digitalizadas y exclusivos catálogos de cine recientemente liberados al público de manera gratuita. Pero todo esto está disponible para cualquiera que cuente con un dispositivo electrónico, conexión a internet, e interés. Por eso, opto por compartir en pocas palabras lo que ha pasado por mi mente en los últimos días.

El 12 de marzo entraron en vigencia en el Ecuador las medidas gubernamentales para prevenir la propagación del COVID-19. A los pocos días de oficializarse el aislamiento, quienes tuvimos el privilegio y lo cumplimos de inmediato nos encontramos con que disponíamos de algo insólito: tiempo. El tiempo de aislamiento es un acto de respeto hacia nuestra comunidad. Es tiempo de crecer y educarnos; no buscar pasar las horas del día. Es tiempo de expresarnos, de crear. Es tiempo de escuchar lo que la naturaleza nos dice a gritos. Es tiempo de apreciar el silencio, sentir la calma. Es tiempo de agradecer por quienes nos rodean. Es tiempo de pensar cómo crear el futuro que nuestro planeta necesita.

En este tiempo he reconocido la adaptabilidad de nuestra especie. La tecnología nos ha amparado en esta crisis global. Un sinnúmero de aplicaciones móviles nos han demostrado su indispensabilidad para estar al día con los acontecimientos globales, para estar conectados con familiares y amigos. Algunos hemos sido testigos forzados de que la vida así, con el teletrabajo y las clases en línea, sorpresivamente, es posible. Hemos creado comunidad dentro de nuestros hogares. Pero, a pesar de esto, hemos sentido necesidad de retomar el contacto físico. Ansiamos comunidad, aun si esto implica aceptar sus imperfecciones.

Publicidad

En mi proceso de escribir crítica de arte siempre he encontrado apoyo en redes sociales y en páginas web de artistas, museos, galerías y fundaciones. La tecnología ha sido y será para mí una herramienta esencial de trabajo. Aunque la soledad ha estado presente en mi proceso creativo y últimamente en mi estilo de vida. El no asistir a inauguraciones deliberadamente, añadido a la anonimidad de mi identidad, me han causado un aislamiento accidental de la comunidad artística, lo que deseo contrarrestar. Subsecuentemente, los invito a interactuar conmigo a través de mi perfil de Instagram (@lamenina_eluniverso).

Pese a las afectaciones que ha causado la paralización del mundo a las industrias creativas, entre los días sombríos que enfrentamos, ha sido esperanzador presenciar la resiliencia de artistas de distintas disciplinas. Músicos, poetas, bailarines, pintores, entre otros, han compartido en sus perfiles de redes sociales lo mágico del ‘arte por el arte’ y sus íntimos mecanismos de creación. Seguiremos presenciando arte que responderá a este tiempo, tanto en fondo como en forma. Esa es la belleza del arte contemporáneo, en todas sus variantes.

Me despido con una petición: valoremos a quienes han estado fuera de sus casas velando por nuestro bienestar, reconozcamos a los artistas que han enriquecido nuestros días y actuemos con compasión hacia quienes se han visto afectados por esta pandemia. Recordemos que aunque el arte es libre, y no depende de organizaciones sociales, se beneficia de la comunidad. Apoyemos a los artistas para que perpetúen su labor de aportar a nuestras vidas. Recuerden que el arte es libre, sin olvidar que se beneficia de la comunidad. (O)