Es posible que la arquitectura moderna haya marcado un antes y un después en Guayaquil. Así puede entenderse por qué diferentes esferas comparten el propósito de educar sobre su importancia y, especialmente, sobre la necesidad de su conservación.

 “Cuando hablamos de conservar un tipo de arquitectura es porque guarda un pedazo de la historia de nuestra ciudad, un momento con gran significado”, resalta la arquitecta, historiadora y docente Claudia Peralta.

Se trata de una serie de edificios con los cuales convivimos todos los días, por trabajo, por estudio, por diligencias, tal vez sin darnos cuenta de su peso histórico. Ellos relatan una crónica de Guayaquil, sin palabras, pero que con sus geometrías y escasos detalles revelan los sueños y las angustias de la sociedad a inicios del siglo XX, ante sus cambios económicos, tecnológicos y culturales. 

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El Banco de Descuento, ahora Biblioteca de las Artes, preserva la mayoría de sus características originales que lo hacen uno de los más reconocidos de la era moderna.

El antiguo Banco de Descuento, ahora la flamante Biblioteca de las Artes, es uno de los más icónicos de este movimiento. Debe su diseño al arquitecto Karl Kohn, de origen checo. 

Otro es el edificio principal de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, que incorpora quiebrasoles para proteger a sus habitantes del clima.

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Fue diseñado por el arquitecto chileno Alamiro González Valdebenito, quien llegó a Guayaquil para proyectar la Urbanización del Salado, la famosa Urdesa. González tiene su impronta en otra edificación de la urbe. Es en el Cóndor, sobre la avenida 9 de Octubre y Chile, donde se destacan unos peculiares balconcitos de hierro forjado con formas redondeadas. 

El edificio Cóndor tiene más de 60 años de historia. Su diseño fue encargado al arquitecto chileno Alamiro González Valdebenito.

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La Casa de la Cultura núcleo del Guayas, así como la Biblioteca Municipal  también son fuertes referentes en el centro de la ciudad. Ellos tienen la firma de Guillermo Cubillo Renella, arquitecto guayaquileño, cuya contribución en esta era consolidó  el legado moderno.

Nuestra historia

Con los ejemplos anteriores se puede entender al estilo moderno como lo opuesto a la tradición clásica antes del siglo XX, que era muy ornamentada, típico de las casas republicanas, con abundantes capiteles, cornisas, dinteles.

La Biblioteca Municipal fue diseño del mismo arquitecto a cargo de la CCE Guayas:
el guayaquileño Guillermo Cubillo Renella.

Uno de los antecedentes que motivaron este giro fueron las crisis económicas del periodo entreguerras en Europa, que restringieron estas decoraciones excesivas, agrega Peralta. “Por primera vez la arquitectura se aleja de la pintura y escultura, que siempre fueron parte de ella, y así pudo demostrar que por sí misma puede crear un edificio con mucha estética y funcionalidad”.

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En esta época, la arquitectura se desnuda para cubrirse de techos planos y nuevos materiales en grandes dimensiones, como el cemento, el acero y el vidrio. Tal como ocurre en las obras citadas.

Todo esto fue la reacción a demás transformaciones que llegaron con el cambio del centenio y de los cuales Guayaquil orgullosa fue pionera. Una de ellas fue la incorporación del hormigón armado a las construcciones, que  eran de madera y caña

“Eran materiales que soportaban el mal terreno de la ciudad, que era inundable”, explica la historiadora. “Eran construcciones muy hermosas y apreciadas, pero vulnerables a los incendios”.

Edificio Elías Bucaram (1937), en las calles Esmeralda y Hurtado, es otra obra de Maccaferri, responsable del diseño del Palacio Municipal.

Este sistema fue la respuesta definitiva en la lucha contra el fuego. Unas de las primeras obras con esta técnica fueron el Mercado Sur (1905, ensamblada por el ingeniero Francisco Manrique), la iglesia San José (también encargada a Manrique) y el Palacio Municipal (1929), proyecto de Francesco Maccaferri, otra figura notable de la era moderna, a quien se atribuye incluso el diseño de otros edificios y viviendas. Como el E.M. Cucalón, al frente del Malecón 2000. 

A decir del también arquitecto e historiador Florencio Compte, este hecho incurrió en un inicio temprano de lo moderno en la ciudad. “En Quito hay una tradición de arquitectura colonial, con grandes vestigios del siglo XIX. En Guayaquil se perdió eso por los incendios”, ilustra. 

Edificio M. E. Cucalón. Del Arq. Francesco Maccaferri (1940), una de las grandes figuras del movimiento moderno en Ecuador.

“La destrucción y reconstrucción permitieron una arquitectura moderna temprana... los textos importantes de arquitectura latinoamericana nos dicen que el peso de lo colonial de los países andinos impidió un desarrollo temprano de lo moderno. Pero en Guayaquil no, seguimos un proceso que no encaja con los manuales de historia tradicionales”.

Por otro lado, la crisis económica de 1930, con repercusiones en la industria del cacao (boyante hasta ese momento), las debacles institucionales y nuevas manifestaciones culturales incidieron en esta expresión estética, a la par con el resto del mundo. En definitiva, era más barato construir de esta manera.

Legado moderno

Los nuevos materiales contribuyeron a la expansión de lo moderno, porque facultaron algo que nunca se había podido: separar el esqueleto estructural de los elementos de cerramiento, explica Compte. “Es decir, ya las paredes no son el soporte esencial del edificio, sino las columnas, las vigas y las losas. Así podemos tener un edificio con más altura y paredes de vidrio”. Tal como ocurre en la actualidad.

En palabras de los historiadores, esta era produjo un patrimonio muy rico e importante, que es crucial conservar. “Tuvimos edificios muy hermosos hoy perdidos… como el INCA y el edificio Mackliff, donde funcionaba el consulado americano y que por seguridad experimentó una serie de reformas, pero es recuperable”, resalta Peralta.

“Es necesario ponerla en realce y una declaración patrimonial que permita su conservación para las generaciones futuras… por ejemplo, hay una arquitectura art deco que es casi desconocida en la ciudad pero con gran valor”, complementa Compte. “Tanto valor como la colonial”.

Por eso nuestra actitud debe llamar a la consideración y al cuidado, coinciden los docentes. La arquitectura está viva, es el reflejo de nuestras necesidades y aspiraciones. “Hay mucho más que hacer en Guayaquil, debemos dejar de pensar que solo tenemos que rescatar al barrio Las Peñas”, exclama Peralta.

Justamente ella y Compte fueron parte de una iniciativa nacional, junto con arquitectos de la ciudad así como de Quito, Loja y Cuenca, de incluir un capítulo de Ecuador en el proyecto mundial Documentación y conservación del movimiento moderno (Docomomo). “Ser reconocidos como miembros significa que tenemos una arquitectura moderna de gran importancia”, señala Compte. “Incluso la Unesco está reconociendo en sus declaraciones patrimoniales a las obras de esta escuela”, explica el también decano de la Facultad de Arquitectura de la U. Católica. El campus de la Universidad Autónoma de México y la ciudadela universitaria de la Universidad Central de Caracas ya cuentan con este reconocimiento.

Arquitectura actual. “Los críticos  debaten si la arquitectura moderna  aún persiste. Creo que sí,  no ha concluido, aún estamos dentro de ella”, asegura el Arq. Compte. Se refleja en la  búsqueda de la vanguardia, pero con un pie en el pasado y la expresión local.

Miras patrimoniales. De acuerdo con la arquitecta Lilian Ricaurte, del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural, actualmente la entidad amplía la investigación del patrimonio arquitectónico del siglo XX para poder catalogar adecuadamente los bienes modernos.