Gustavo Costa, especial para La Revista

El pasado precolombino del actual territorio ecuatoriano no atrajo a los primeros conquistadores, como fue el caso de Perú y México. Y esto se debe a que los españoles tenían en su mente una motivación principal: hacerse ricos. Así nos comenta Juan Diez de Betanzos en su crónica La narrativa de los incas.

Ese texto narra que el padre Vicente de Valverde le replica a Francisco Pizarro por la captura del inca Atahualpa y la masacre en Cajamarca, a lo que Pizarro le contesta: “Hemos venido por el oro y nada más”.

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Los europeos primero querían el oro, después venía la religión. Y como este territorio no tenía fama por su riqueza, poco les interesaba venir hasta acá. Por esta razón los académicos y científicos interesados en Ecuador tienen un trabajo dantesco en el estudio de las crónicas españolas de siglo XVI. Esto no significa que no existan trabajos que nos ayuden a comprender la prehistoria ecuatoriana. Más bien, yo diría que hoy tenemos un bagaje bien grande de trabajos que son resultado de los últimos 150 años de investigación etnohistórica, antropológica, lingüística y arqueológica en el Ecuador.

Lenguas aborígenes

Los huancavilcas tuvieron el primer contacto con los españoles que llegaron al territorio que hoy es la costa del Ecuador. Aunque algunos expertos dicen que lo más apropiado es llamarlos guancavilcas, ya que el término emplea la misma raíz de palabras como Guayas o Guayaquil.

Muchas veces se considera el estudio de las lenguas como algo seco y en realidad poco productivo; igual ocurre con las lenguas aborígenes americanas.

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La suposición de que estas lenguas ya han desaparecido o son lenguas muertas es verdad. Sin embargo, de los documentos que he podido leer de Federico González Suárez, Jacinto Jijón y Caamaño, Otto von Buchwald, Max Uhle, Daniel Brighton y Jorge Rendón, existe una genuina ansiedad dirigida a la preservación correcta de estas palabras en el sentido de su significado y proyección en el ámbito nacional.

“La gran mayoría de las lenguas aborígenes ecuatorianas desaparecieron. Esto se debió literalmente a la desaparición de los habitantes de la costa ecuatoriana, hasta un 99% en ciertas zonas por la llegada de los europeos y sus enfermedades, esclavitud y reubicación de sus hogares”, según la británica Linda Newson, experta en estudios latinoamericanos. Lo único que nos ha quedado hasta nuestros días son las decenas de nombres de lugares geográficos en Ecuador y Perú, y los apellidos de personas autóctonas.

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La toponimia es la ciencia que estudia el origen de las palabras y su significado. En este sentido, el historiador ecuatoriano Jacinto Jijón y Caamaño publicó en 1941 el libro (de cuatro volúmenes y más 2.000 páginas) El Ecuador interandino y occidental antes de la conquista castellana, el cual es un verdadero aporte al origen y comprensión de la prehistoria ecuatoriana desde la lingüística. Este libro es considerado uno de los más complejos que tiene el Ecuador.

Los estudios de toponimia y su implantación en la lingüística pueden darnos pauta sobre nuestros antepasados, sus tradiciones, su religión, sus esperanzas, su esquema social y, sobre todo, sus movimientos migratorios. Otto von Buchwald en su artículo ‘Los nombres geográficos de la provincia del Guayas’ dice: “La única manera de comprender el alma del indio es estudiando su lengua”.

Los manteño-huancavilcas

Según Emilio Estrada, arqueólogo guayaquileño, esta etnia ocupó un vasto territorio comprendido entre Bahía de Caráquez y el golfo de Guayaquil. También al sur de la isla Puná y la faja costera de la provincia de El Oro.

Estos pueblos eran pescadores y cazadores de animales como el venado, saíno y el pato, que también se prestaban para su domesticación. Sin embargo, tierra adentro construyeron terrazas agrícolas en las laderas de los cerros donde cultivaban yuca, maíz, tabaco, cacao, algodón y ají. También construyeron grandes centros urbanos como Jocay, Jaramijó, Camiloa, Cama y Agua Blanca. Herederos de una vieja tradición marina, fueron grandes mercaderes y ejercieron intercambio a larga distancia en el Pacífico con balsas.

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Jorge Gómez, Ph. D., profesor en Antropología y Lingüística de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (Quito), dice: “No hay diferencia entre escribir o usar la h o la g para la palabra huancavilca, es una variación ortográfica donde las dos son correctas”.

Esta palabra está asociada con toponimios y patronímicos quechuas peruanos. En su escrito ‘Los karas’ (1908), Otto von Buchwald explica su significado: “Los karas con sus hachas de cobre vencieron a los pueblos neolíticos. Las armas de metal que se encuentran por lo regular en las tolas con sus ‘tinajones’ son las que probablemente han dado el nombre a los huancavilcas: huan-ca-huillca, que significa olla sangrada. Vivieron en la vecindad de Guayaquil”.

Conclusión: En el Ecuador hace falta un estudio serio y minucioso de los nombres autóctonos y sus significados. Ese trabajo cambiaría nuestra forma de ver nuestro país.