Es conocida la fascinación que siente Rupert Everett por Óscar Wilde, el poeta y dramaturgo irlandés del siglo XIX que fue perseguido y encarcelado por “indecencia grave con hombres”.

Así lo demuestran sus apariciones en los escenarios teatrales londinenses en The Judas Kiss de David Hare, estrenada en 1998, y que recrea el escándalo y la desgracia de Óscar Wilde a manos de su joven amante Bosie, interpretación por la cual Everett fue nominado a un Premio Olivier a mejor actor. También ha interpretado al alter ego de Wilde en adaptaciones cinematográficas como La importancia de llamarse Ernesto (2002) y Un marido ideal (1999).

Ahora es en The Happy Prince (El príncipe feliz) –la que dirige, escribe y actúa– estrenada en la sección Berlinale Special del festival alemán de este año. Podría decirse que Everett muestra un parentesco con el papel que va más allá de ser un actor abiertamente gay, es una cuestión de tener su profunda conexión con el tema.

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Durante una conferencia, los actores: Colin Morgan y Rupert Everett.

The Happy Prince, que hace referencia a la colección de cuentos publicados por Wilde en 1888, es una historia sobre el sufrimiento y la trascendencia, se refiere a los últimos días de exilio del poeta y dramaturgo irlandés, creador de El retrato de Dorian Gray, en Europa. Su tiempo en la cárcel, dos años de trabajos forzados, claramente lo desmoronó. Apenas pudo arreglárselas con un subsidio de su esposa separada, Constance (interpretada por Emily Watson), quien lo mantiene alejado de sus dos hijos, mientras Wilde compensa contando sus historias a dos chicos callejeros, Jean (Benjamin Voisin) y León (Matteo Salamone), quienes apenas alcanzan a comprender al maestro en medio de ellos.

Óscar gasta el dinero que tiene en el consumo de cocaína, alcohol y compañía masculina. Pero su cuerpo, pesado por el exceso y el agotamiento, le pasa factura, ya que ahora se encuentra desprovisto de una audiencia de adoración y por el deseo y la capacidad de escribir de nuevo. Asimismo, se introduce en la imprudente reunión de Wilde con lord Alfred Bosie Douglas (Colin Morgan), el adolescente cuyo padre denunció al célebre escritor de sodomita. También está su ejecutor literario y examante Robbie Ross (Edwin Thomas), cuyos celos de Bosie son ilimitados. Más firme, el apoyo proviene del novelista Reggie Turner, interpretado astutamente por el Óscarizado Colin Firth, cuya asociación con Everett se remonta al Otro país (1984).

El actor

“Para mí es como un santo, una figura cercana a la de Cristo en el sentido de que también fue crucificado y resucitó. Para el movimiento gay fue solo el principio”, dijo Everett en varias entrevistas.

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Estas declaraciones se sumaron a otras ofrecidas en The Times Magazine de Londres. “Acabo de descubrir la tenacidad ahora, cuando ya es demasiado tarde”. Un aspecto en la personalidad del actor que, sin ella, no habría conseguido sacar adelante esta película, en la que llevaba trabajando diez años. Tampoco lo habría logrado sin la ayuda de Colin Firth, su amigo que le garantizó participar en el filme y que le prometiera mantenerse fiel a su promesa durante casi una década, lo que le sirvió para conseguir la financiación necesaria. “Nunca voy a ser capaz de devolverle un favor así”.

Recordemos que Rupert es hijo de un militar y creció en un entorno conservador, y además, estudió en un internado privado, aunque lo abandonó a los 15 años para estudiar interpretación en Londres. “Mi fascinación por Óscar Wilde comenzó cuando yo tenía seis años, cuando mi madre me leía El príncipe feliz por las noches antes de irme a dormir. Quedé cautivado por la historia. Con una visión del mundo prefreudiana, probablemente fue la primera que escuché sobre el amor y el sufrimiento y que se pagó un precio terrible por ello. El príncipe feliz fue un punto de inflexión”.

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Everett también aparecerá en la serie televisiva (en posproducción) El nombre de la rosa, y ha firmado de nuevo con una agencia en Hollywood. Sobre su papel en The Happy Prince, el actor recuerda un episodio que lo conecta más con su personaje. “En 1975 me mudé a Londres. Es difícil imaginar ahora, pero solo había sido legal ser gay durante siete años y la policía, aprovechando al máximo la ambigüedad de la ley de 1967, continuó allanando y arrestando a personas por actos homosexuales en público, por lo que hubo un palpable sentimiento que estábamos pisando las frescas huellas de Óscar en esas desafortunadas ocasiones en las que nos metían en camiones y nos llevaban a la estación de Policía para pasar la noche allí”.

En cuanto a las críticas recibidas por su repetible papel, el actor británico dijo: “Si nadie más me empleara, me emplearía yo mismo. Óscar Wilde parecía ser el personaje ideal. No el Wilde de la tradición popular o el hombre de familia icónico, sino un Wilde distinto. La estrella caída, el último gran vagabundo del siglo XIX, castigado y aplastado por la sociedad, pero de alguna manera sobreviviente”.

(E)