Vivimos en una época en la que la gratificación inmediata a cualquier deseo o necesidad es la norma. Muchos lo toman como un derecho de nacimiento. Un ejemplo muy común es el del niño que insistentemente quiere tener un celular, o un juguete electrónico. Para él, el problema no es si en verdad es necesario, o si sus padres pueden costearlo, sino cuándo lo va a tener en sus manos. Por lo general los padres se encargarán de que esto suceda a la brevedad posible porque el niño se lo reclamará a diario, y no quieren “verlo sufrir” (y tampoco quieren verlo en desventaja con el niño vecino que ya lo tiene, y es muy probablemente el origen del tema). En este ejemplo los padres, inadvertidamente, estarían enseñándole al niño a exigirle a la vida la pronta materialización de un deseo sin haber ofrecido, peor realizado, ningún esfuerzo para merecerla. Dicho niño no estaría aprendiendo a tratar, a vivir, con una carencia o necesidad mientras desarrolla mecanismos para satisfacerla (que es la forma normal de manejarse en la vida). No estaría aprendiendo a tolerar la frustración.