Asalto al centro comercial es un trabajo mancomunado, contiene a un gran elenco y transforma al Espacio Muégano en un teatro gigante. Muégano se innova, mostrando la evolución que la madurez con los años trae. Han puesto, quitado, renombrado y resistido a las decadencias de lo humano con puertas abiertas en funciones para cuatro días.

Actúan: Pilar Aranda, Marcia Cevallos, Bárbara Aranda, Estefanía Rodríguez, Gilby de la Paz, Cristian Guerrero y Johnny Campoverde. También el elenco se compuso por un grupo grande de actores que hicieron de base (el coro), para que la obra se espese. Eran estudiantes universitarios y estaban a la misma altura actoral que los miembros titulares del grupo. Me hubiera gustado ver actuar a Santiago Roldós, pero esta vez hace de director, sonidista, intermediario, iluminador… es el eje central junto con Pilar Aranda, codirectora de la obra.

No existieron protagonismos o la avaricia por sobresalir. Tampoco hubo “el mejor actor del Ecuador”, sino una sincronía de grupo que pretende marchar a un solo compás. Quieren transferir un mensaje categórico, en momentos borroso, ya que si fuera manifiesto sería una ordinariez de teatro comercial.

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La música estuvo bien seleccionada: El cóndor pasa electrónico nos marcó la entrada con una hilera de actores armonizados como lucecitas hollywoodenses. Ocurrió después del asalto en un espacio público, y comercial a la vez, cantándose Rosas en el mar de Massiel (1967) por algunos dueños de voces disonantes.

Esta obra es para un público claramente político y a lo mejor faltó estar pendientes que suelen encontrarse espectadores no especializados, distraídos, unos más sensibles que otros, otros más anticuados, no eruditos, pero es la característica del grupo de teatro Muégano, dar lo que ellos quieren dar sin importar a quién.

Duele y rasga la fragilidad animal neoliberal a machetazo limpio. Hemos pagado para que nos insulten y nos dañen nuestro molde de pensamiento de Netflix. Dañar era su intención, así lo ordenaba la cita de Miguel Morey en el programa de mano: “Nada se puede pensar sin hacerse daño a uno mismo”. El público fue el objeto donde recayó el malestar de los ofendidos. Se critica la violencia a punta de violencia, estrechando el mérito dramatúrgico.

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En el transcurso de esta pieza estamos sometidos bajo la lupa escénica de los artistas, que hacen de dedo acusador por encima de todo examen. Y como espectador tuve desconfianza para receptar el mensaje.

Por otro lado, vestuario y producción son revolucionarios en la estética del reconocido grupo guayaquileño. Va desde lo pop electrónico industrial, recorre la crítica de los almacenes de moda, nos enseñan la indumentaria de la clase obrera en oposición al de las señoras de clase alta que leen mala poesía en cafeterías.

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“Sigo sin dormir/ Una noche más/ Tengo un sentimiento/ Todo va a estar bien/ Porque sé lo que has hecho por mí/ y por la gente”. Utilizando el recurso audiovisual nos ponen como carne de cañón con la estupidez nuestra por haber endiosado a un tipo que decía preocuparse por los necesitados.

Al último, tal vez lo mejor, un ritual con gritos de batalla que anunciaban que esto recién empieza… ¡de miedo!

En esta oportunidad nos planteamos lo cerdos que somos con quienes nos sirven, que la mujer es la víctima del hombre, que el teatro es la catarsis de las injusticias ¿lo es? Cuestiona realidades, la identidad, confirman la militancia política revolucionaria expresada en el teatro.

Sentidos textos van y regresan de un lado al otro en escena, cual guinguiringongo de las revoluciones socialistas.

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La obra regresa en diciembre… no se la pierdan amiguis. (O)

@_Mercucio_

ojosecosec@gmail.com