El reloj marca las 08:00 y Noemí Torres debe conectarse a la primera reunión de trabajo del día. Su jornada completa es en teletrabajo, pues presta servicios como analista de datos en una empresa con sede en Argentina.

La sesión, que dura aproximadamente dos horas, tres veces a la semana, la hace desde casa; pero luego de eso —en las últimas dos semanas por los horarios de racionamientos de energía— le ha tocado salir en su vehículo desde su casa en Urdenor 2 hasta la vivienda de un familiar en una de las urbanizaciones de la autopista de Jesús, norte de Guayaquil.

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En la casa de su prima se conecta otras tres horas hasta que nuevamente se mueve hasta la casa de un amigo en Samborondón para culminar su jornada a las 17:00.

“Más fácil sería moverme a un centro comercial, pero ahí tendría que trabajar con el internet de mi celular y a veces las páginas que utilizo no abren o no cargan. Por eso, mejor he optado por moverme a sitios en los que me pueda conectar a un internet de casa que no tenga intermitencia”, relata.

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Esta rutina, asegura, le ha representado un gasto mayor en combustible y en alimentación, ya que debe moverse hasta tres veces durante el día en horas de almuerzo y cena. Una semana regular trabajando y comiendo en casa le representaba unos $ 50.

Ahora, a diario, gasta entre $ 15 y $ 20 por la compra de almuerzo, cena y la ‘tanqueada’ de combustible. Además, le ha tocado ajustarse a los horarios de sus familiares y amigos para poder trabajar.

Así como Noemí Torres, varias personas que tienen jornada híbrida (parte presencial y otra virtual) o régimen virtual han tenido que buscar opciones para conectarse al trabajo durante los cortes de energía.

Los ‘nómadas’ han dejado de lado la opción de ir hasta un centro comercial por el temor a robos o a que la red colapse en esos sitios.

Tras los cortes de energía de hasta 14 horas, varios guayaquileños han optado por buscar puntos para conectarse a trabajar. Foto: José Beltrán

Leonel Pazmiño, quien lidera un equipo de ocho personas en una empresa que tiene sede en Quito, fue uno de los que dejaron de ir a centros comerciales o gasolineras luego de tener problemas de conexión.

“A uno le toca exponerse a salir con sus equipos y conectarse donde sea. Yo estaba yendo a gasolineras o a cafés, pero luego me di cuenta de que eso sería una bomba de tiempo para que lleguen ladrones y se lleven las cosas de quienes estamos concentrados trabajando. Toca molestar a amigos y familia para que nos den un puestito para poder trabajar durante los cortes de luz”, señala.

Él ahora lleva en su carro, todos los días, su computadora y tableta para conectarse en cualquier sitio que sienta seguro para instalarse y trabajar. En la casa de su hermana, aunque no está en casa, se suele instalar con su tableta a trabajar en las escaleras del condominio hasta que ella llega.

Desde el norte de la ciudad, María Elena Proaño ha recorrido recientemente al menos cinco casas de amigos para poder cumplir con su jornada de trabajo durante la tarde y las tareas de su hija de 8 años.

En su sector, en Colinas del Samán, desde el 21 de octubre tuvo cortes de energía entre las 16:00 y las 20:00, horas en las que se conecta a completar encargos laborales y ayuda con la búsqueda de información para tareas escolares.

Ella tiene una jornada híbrida desde que se iniciaron los apagones en septiembre. El edificio donde está ubicada su oficina tiene dañada la planta generadora de energía, por lo que a ella y a sus compañeros les tocó buscar sitios para conectarse a trabajar.

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“Salimos del centro (donde está la oficina) después del almuerzo porque a esa hora se va la luz. Nos reunimos al mediodía para repartir las tareas que se deben completar durante la tarde, a cualquier hora. El jefe prácticamente nos dijo: ‘Cumplan con el trabajo apenas tengan luz; no importa la hora’. Yo como no quiero extenderme, porque también tengo obligaciones con mi esposo e hija, trato de cumplir un horario y busco la manera de conectarme para no cambiar mi rutina”, afirma.

Desde Colinas del Samán se ha movido a trabajar a Puerto Santa Ana, Las Acacias, Alborada, Juan Montalvo y hasta urbanizaciones en la vía a Salitre.

“Uno se ha convertido en un nómada y ahora forma sus sitios de coworking criollos, porque no es una sola persona que hace eso; a veces hacemos grupo y molestamos a la gente para que nos den un espacio para poder trabajar o estudiar, en el caso de mi hija”, relata Proaño. (I)