Decenas de personas aguardaban tras las vallas con globos, ramos de flores y carteles hechos a mano en el área de arribos internacionales del aeropuerto José Joaquín de Olmedo, en Guayaquil.

Las puertas automáticas se abrían y, casi de inmediato, los abrazos rompían años de distancia.

Uno de los reencuentros más intensos fue el de Rodelmo Manchai, oriundo de Macará, quien llegó desde España, país en el que reside desde hace más de dos décadas.

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Apenas puso un pie afuera de los arribos internacionales, se le quebró la voz al hablar de lo que significa volver.

“Me siento orgulloso de venir a mi país, a este Ecuador tan hermoso”, dijo mientras relataba que salió del país en el 2000 en busca de una mejor vida.

Contó que la migración no fue una decisión fácil, pero sí necesaria. “Uno se va para conseguir metas, porque aquí el trabajo es complicado”, explicó.

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Desde entonces ha construido su vida en España, donde trabaja y reside, aunque aseguró que la distancia nunca logró arrancarle el vínculo con su tierra.

“La vida nos ha ausentado mucho, pero yo a mi Ecuador no lo puedo dejar jamás”, afirmó.

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Rodelmo comparó la vida en el extranjero con la calidez que encuentra cada vez que regresa. Señaló que, aunque Europa ofrece estabilidad, la vida es estricta y emocionalmente fría.

“Allá todo es muy esclavizado, muy estricto. No se siente la alegría que se vive aquí”, comentó.

Añadió que extrañaba las costumbres, la comida, el ambiente y la libertad de compartir sin tantas limitaciones. “Aquí uno se siente más feliz, más libre”, resumió.

Para este regreso, su plan es recorrer Cuenca y Loja antes de llegar a Macará, donde lo espera su familia. “Lo más hermoso que hay aquí es encontrarse con la familia, bailar, divertirse y pasar la fiesta juntos”, expresó.

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Entre lágrimas y abrazos, migrantes regresan a Ecuador para cerrar el año en familia. Foto: Francisco Verni Peralta

A pocos metros, otra historia se desarrollaba. Mariana Chaunai se reencontró con su hija Aida, a quien no veía desde hace más de tres años.

La joven llegó desde Valencia, España, y el abrazo fue largo, contenido, como si el tiempo se hubiera detenido. “Es muy emocionante, era lo que le pedí a Dios: volvernos a encontrar”, dijo la madre.

Mariana relató que la vida y las circunstancias muchas veces impiden los encuentros, pero celebró que esta vez sí fue posible.

Contó que durante la espera casi no pudo dormir por la emoción del reencuentro.

Tras salir del aeropuerto, ambas se dirigirían a Machala, donde reside el resto de la familia, que las espera con una fiesta preparada para recibirla y celebrar juntas el fin de año.

“Mi deseo es que todo pase bien y que podamos estar tranquilos en casa”, expresó.

Más tarde, Mercedes Perlaza cruzó la zona de arribos tras llegar desde Italia, donde vive hace varios años. Fue recibida por sus sobrinas, quienes la aguardaban con evidente emoción.

“Los extrañaba bastante”, declaró, confirmando que el fin de año lo pasará junto con su familia como había esperado durante tanto tiempo.

En este fin de año, el aeropuerto es testigo de escenas similares: migrantes que regresan cargando historias de esfuerzo y nostalgia, y familias que, por unos días, vuelven a estar completas.

La mayoría coincide en lo mismo: no importa cuán lejos se haya ido, volver a casa para cerrar el año sigue siendo el reencuentro más esperado. (I)