Milena tiene 6 años. Ella está sentada a lado de Maribel, su mamá. Muy concentrada empieza a colorear su libro con un lápiz amarillo. No dice nada, no levanta la mirada de su trabajo, mientras su madre está atenta al turno para poder ingresarla a su terapia de lenguaje, pautada para este lunes, 19 de mayo, en el Instituto de Neurociencias de Guayaquil.

Estas terapias son parte del tratamiento inicial que lleva Milena, ya que, según los estudios que le realizaron en su plantel, es una niña que tiene signos de trastorno del espectro autista (TEA).

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“Fue unos días a clases y me mandaron a llamar para que la lleve a terapias, que necesitaba tratamiento”, recordó Maribel preocupada, pues jamás había abordado tan de cerca este tipo de afección, a pesar de que sí había visto señales en la menor, pues no le gustaba interactuar y le molestaba el ruido.

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“Uno como padre a veces no quiere aceptar una realidad, trata de buscar respuestas, pero cuando ya nos percatamos del desempeño en la clase, de que no puede realizar algunas acciones, nos preocupamos y tratamos de buscar ayuda desesperadamente”, así se expresó Maribel, mientras esperaba en la sala del centro.

Al caso de Milena se suman otros que han ido en aumento en las últimas semanas. Desde el inicio del año lectivo, más menores han sido detectados con signos de este trastorno de comportamiento y enviados a hospitales y centros privados de la ciudad.

Por ejemplo, en consulta externa se atienden al menos 30 niños relacionados con el tratamiento de autismo cada semana, lo que representa el 50 % de las atenciones de niños. Ese porcentaje antes era menor.

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Al instituto suelen llegar muchas madres derivadas de planteles educativos, mientras que hay quienes se han tomado la molestia de hacer la consulta por su cuenta y llegan desde barrios de Guayaquil y cantones aledaños.

Milton Riera, psicólogo clínico del Instituto de Neurociencias, explicó que el menor con autismo no siempre va a ser el que está distraído.

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“Ellos son muy sensibles, no toleran los ruidos, buscan zonas para apartarse, una zona más segura, más tranquila, sin que haya demasiado sonido que los interrumpa, porque no lo toleran”, detalló.

Agregó que hay estudiantes adolescentes y jóvenes que tienen autismo y que no han sido diagnosticados, incluso han aprendido estrategias de afrontamiento para poder manejar su condición sin tener un diagnóstico concreto.

En el área de consulta externa, uno de los programas con los que analizan el autismo es un equipo de realidad aumentada, en el que reflejan escenarios para que el menor reaccione a estímulos. Esto reemplaza la observación que se realizaba por horas en aulas y ayuda a detectar en cuestión de minutos este trastorno.

Julio Rigail, encargado de Realidad Virtual del Instituto de Neurociencias, enfatizó que los padres deben tomar con calma estos procesos, realizar los chequeos con los especialistas para que tengan un diagnóstico completo y los tratamientos necesarios para el desarrollo del menor de edad.

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“Lo primero que debe haber es un chequeo con un neurólogo infantil, luego pasa por otros especialistas para determinar el grado, hay que hacer una neurorehabilitación cognitiva”, señaló.

Viviana, madre de un niño de 5 años con autismo, indicó que esta condición aún es difícil de aceptar, porque hay muchos procesos que superar.

“Él es muy dependiente para su edad, utiliza pañales, requiere asistencia para todo, pensamos que era mimado pero no, nos dijeron que los exámenes corresponden a autismo”, comentó la mujer.

Ella recordó que las maestras de inicial se pudieron percatar de que tenía rechazo a jugar con el resto de los niños, no le gustaba participar en actividades, no seguía órdenes. La misma situación se repetía en la casa.

En el Instituto de Neurociencias se puede acceder a los servicios de atención neuropediátrica, psicología, terapias de lenguaje y física, entre otras más, a un valor diferenciado para que más familias tengan acceso. (I)