En el Guayaquil de 1842, el entonces gobernador Vicente Rocafuerte dispuso hacer un corte en el manglar para darle continuidad a la calle San Francisco, como se llamaba antes la avenida 9 de Octubre.

Ahí, el propietario de las tierras abrió un espacio comercial llamado Baños del Salado, popularizado en poco tiempo como sitio turístico puesto que estaba en la ruta de aquel sendero bautizado por la gente como “camino a la trocha”, el cual llevaba a los guayaquileños al encuentro con un estero Salado limpio y apacible.

A cuatro meses del bicentenario de independencia de Guayaquil, que se conmemorará el 9 de octubre, hay esfuerzos en marcha para la recuperación de este brazo de mar, de estampa paisajística por sus bordes de manglares y rica fauna, de agradable brisa, y que es un sitio escogido a veces por pareja de jóvenes para jurarse amor eterno.

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Hoy es posible atravesar el estero por el puente 5 de Junio, cuya construcción se remonta a los años de la naciente república del Ecuador. El enlace que hoy lleva a la ciudadela Ferroviaria se concretó el 8 de octubre de 1872, pero era madera y para nada se pensaba que años después iba a ser bautizado con la fecha alusiva a la Revolución liberal de 1895, que encabezó Eloy Alfaro.

El enlace de madera, de 104 metros de longitud, fue construido para el confort de las familias y sirvió también para que los muchachos perfeccionaran sus clavados al estero.

Fue destruido en días de rebelión, en abril de 1883. En una crónica de Gabriel Paredes, escrita en el 2015, consta que el ejército de Alfaro avanzaba por Pascuales y que se detuvo en las laderas de Mapasingue para levantar un campamento y después de ahí cruzar el estero e ingresar a la ciudad por aquel “camino a la trocha”.

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Enterado, el catalogado dictador Veintimilla mandó a destruir el puente, incluido el local de diversión Baños del Salado.

Pero el empuje de los guayaquileños hizo que en pocos años aquel paso fuera construido con cemento y luego rediseñado para convertirse en un emblema del desarrollo urbano del Puerto Principal.

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Hoy el puente 5 de Junio figura como acompañante de un atractivo malecón del Salado, en ese punto de Guayaquil que prácticamente siempre fue turístico. Allí hay juegos mecánicos, cafés, áreas comunes. En los feriados, los paseos en bote eran una opción que la pandemia del coronavirus ha ensombrecido.

Los nacidos en la década del sesenta bien recuerdan los juegos del American Park, las salas de baile, el bar El Barquito.

En este milenio fueron testigos de la construcción de la imponente pileta de aguas danzantes, cuyos chorros multicolores alcanzan los 40 metros de altura y se mueven al ritmo de música electrónica, obra municipal que fue inaugurada en octubre del 2011.

Germán Arteta, cronista que por casi tres décadas presentó en EL UNIVERSO episodios del Guayaquil de antaño, publicó que el 21 de mayo de 1958, el Comité de Vialidad del Guayas inauguró el actual puente de hormigón armado sobre el estero Salado, “que une la avenida 9 de Octubre (al este) con la margen occidental de dicho brazo de mar en lo que actualmente corresponde a la ciudadela Ferroviaria”.

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Candados del amor

Alejandro Romolerux, quiteño, residente por 27 años de la ciudadela Urdesa, recuerda los paseos familiares en bote y las decenas de pescadores capturando los frutos del ramal.

A sus 70 años también evoca a los muchachos clavadistas, pero no el romanticismo reflejado en algunos meses del 2014, cuando parejas que adoptaron una tendencia originada en Italia se dedicaron a colocar candados en las barandas de seguridad. Fue una efervescencia de cuatro o seis meses que dejó colgadas más de cien cerraduras, más de 50 en cada lado del viaducto.

En los candados, los enamorados plasmaban sus iniciales y dibujaban corazones. La llave era tirada al agua, como parte del pacto idílico, y eso desató críticas por la afectación ambiental. Seis años después, los candados están roídos. Del amor jurado, no se sabe. (I)