Por Jorge Torres Apolo | Escritor, poeta, gestor cultural

Máximo Gorki es reconocido e idolatrado, generalmente en los círculos de lectores empedernidos e intelectuales románticos e idealistas, por su narrativa mágica, pero al mismo tiempo tan realista como la realidad misma. Conocido como el “escritor de los proletarios”, ya que describió, mejor que nadie, los sueños, temores y obsesiones de los trabajadores rusos más sencillos, Gorki no fue pionero, sino el creador del movimiento artístico y estético conocido como “realismo socialista”, caracterizado por ser un retrato “real y crudo” de la sociedad rusa de ese tiempo. Además, fue un visionario, camarada y maestro, retrató con salvajismo y dulzura inusitada a los fieros trabajadores, a los humildes campesinos, a los cansados y sucios obreros, a los empleados mal alimentados y a los siervos desprotegidos. También describió las argucias de propietarios, las tretas de los patronos y la injusticia burguesa.

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El patrono, conocido también como Un invierno de mi vida, es un cuento narrado en primera persona que detalla la vida y el trabajo de los empleados y dependientes de la panadería de Vassili Semenof que, con el transcurso de la historia, se organizan, pierden el temor, se rebelan y luchan por su dignidad contra el patrón, todo esto a partir de conflictos internos entre todos ellos, que les sirve como experiencia para que su sangre queme como el fuego en paisajes helados de nieve blanca y tenaz.

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El patrón es un hombre gordo, grande y robusto, es un borracho empedernido, bebe solo, no le gusta la compañía, hasta embriagarse sin que le remuerda la conciencia de lo que hace en tal estado, además de ser mujeriego, engreído, provocador, sinvergüenza y tramposo. Llegó a ser patrón al casarse con la matrona y suplantar a su marido después de envenenarlo, un individuo casi siniestro que, sin embargo, presenta rasgos de humanidad, que asoman como pequeños rayos de sol que luchan por pasar a través de los nubarrones.

Gorki, a través del narrador protagonista, describe de forma sencilla y tierna a sus compañeros de tormentos laborales: el zíngaro, el campesino, el exsoldado, el huérfano, el tuberculoso, el ladrón, el tullido, el anciano, el vagabundo, el cantor triste; trabajadores reunidos en torno al horno, al fuego para protegerse del frío, y a la nostalgia, que de alguna u otra manera les brinda más calor en noches en que lo único que importa es sobrevivir al aire que congela hasta los tuétanos. La trama nos lleva a presenciar y sentir en carne propia uno de los dilemas más grandes que tiene la humanidad: la posibilidad de transformar el mundo o aceptar la triste y dura realidad.

El patrono es una lectura indispensable por su dualismo: es tanto un placer para los sentidos como una melancolía que se mezcla con nuestra razón y la vuelve gris, por momentos. El placer de la lectura siempre contiene pequeños trozos de todas las demás expresiones artísticas; en este cuento me parece apreciar un óleo sobre lienzo en el que se vislumbra las costumbres obreras rusas y toda la explotación hacia su sencillez y su humildad por parte de personas sin escrúpulos ni empatía hacia seres humanos que siempre han carecido de amor, pero sobre todo de humanidad. (O)