Gustavo Rodríguez visitó Quito y Guayaquil como la primera parada latinoamericana de la gira de presentaciones de su novela ganadora del Premio Alfaguara 2023. Se trata de Cien cuyes, que será presentada en once países, incluyendo algunos en los que no es habitual el uso de la palabra cuy, el nombre quechua del pequeño roedor que es una de las bases de la cocina de las regiones andinas.
El autor peruano acompañó a Mr. Books en la celebración de los 25 años de esta, y también hizo la presentación de Cien cuyes en la Librería Española, en Samborondón. Antes estuvo en cinco ciudades de España para el lanzamiento oficial.
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Será un tiempo de no ficción para el autor y comunicador, para quien la narrativa implica una disciplina, constancia y frecuencia que las giras no permiten. “Voy a darle vueltas a un par de ideas y a seguir escribiendo artículos semanales en Jugo de Caigua”, la plataforma en la que discurre sobre su oficio y se pregunta, entre otras cosas, si algún día Siri será capaz de escribirnos una novela, y plantea una de las preocupaciones más recientes. “¿Se quedarán sin trabajo los artistas a causa de la inteligencia artificial?”.
La construcción de una obra como Cien cuyes, comenta Rodríguez en entrevista con este Diario, es producto de varios tiempos. De ideas que acompañan al autor durante años, en este caso, el declive físico del ser humano, la soledad de los ancianos, la naturalización de la muerte. “Son temas que me rondan desde hace tiempo (...) y que se precipitaron en esta novela”.
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Entre los alicientes para ese aceleramiento final, que lo llevó a escribir a diario de seis a siete horas diarias, para él un tiempo récord, estuvo la pandemia, con sus historias de muerte y soledad de los ancianos. “Y una catapulta final con la muerte de mi suegro hace más de un año; fue el resorte”.
Los ancianos son protagonistas, nueve de ellos, en una época en que hay más que nunca obsesión con la apariencia de juventud. Ellos y una figura imprescindible cuando la familia ya no puede atenderlos, la cuidadora, una limeña pobre, benévola, que cruza la capital peruana todos los días para acompañarlos.
“La literatura se ocupa de los temas incómodos, y hay una incomodidad y una contradicción en el hecho de que somos sociedades cada vez más longevas, nos llenamos más de ancianos, y a la vez negamos el envejecimiento. Tenemos filtros en nuestros celulares que camuflan nuestra edad, y esa es una contradicción que nos va a explotar en la cara tarde o temprano, porque parte de la salud mental de la población es ser consciente de la realidad. Si mi novela aporta al diálogo que tiene que haber sobre este hecho y a encarar ese proceso, pues me voy a sentir honrado”.
Rodríguez se define como un autodidacta en la escritura y en todo lo que ha emprendido, y sus mayores aprendizajes, afirma, han venido de la generosidad de gente mayor que le transmitió sabiduría. “Mi universidad han sido los mayores. Es un tesoro que evitamos ver y ‘explotar’, que queremos descartar por simple prejuicio”.
La juventud, piensa el novelista, suele creer que el mundo empieza a existir cuando ellos nacen. “Pero cuando conversas con viejos sabios te das cuenta de que lo que te atormenta hoy en día ya los atormentó a ellos y pasaron esa prueba”, y ese descubrimiento aminora la carga para todos. Cien cuyes lleva el deseo de convertirse en unos anteojos mágicos que quiten la corteza de prejuicio que hay hacia los ancianos y permitan ver que detrás de eso hay personas que fueron jóvenes, tuvieron pasiones, aventuras y experiencias de las que pasamos de largo.
Y, además, son individuos que aún tienen deseos. Algunos de los personajes de la novela conforman un grupo de amigos viviendo en el retiro, Los Siete Magníficos. Uno de ellos, que sueña como todos con cumplir su último deseo, dice que la vida es como un partido de fútbol, no importa cómo empieza, sino cómo termina. “A mí me preguntaban ayer en la presentación (en Quito): ‘¿Y en qué minuto estás tú?’. El gran problema es que no sabemos. El pitazo puede venir cuando menos lo esperamos”. Y por eso, el mejor momento para empezar a perseguir esos últimos deseos, dice, es ahora. Ser previsores con el futuro y contemplativos con el pasado, pero vivir con intensidad el presente.
Cien cuyes reflexiona sobre la etapa final de la vida sin perder el humor. Aunque el presente latinoamericano se percibe, a ratos, muy oscuro, y así se proyecta, está conformado por pueblos llenos de una cultura rica y alegre. “Yo, en el fondo, soy un optimista a largo plazo”, confiesa. “Pienso que somos repúblicas todavía muy jóvenes, repúblicas adolescentes que están buscando su identidad, están preguntándose qué somos, qué hacemos con estas inequidades e injusticias con las que nacimos, y espero que dentro de un siglo, ojalá, si existe el planeta, hayamos madurado un poco más como sociedad”.
¿Puede la literatura dar una imagen más cercana a lo que somos? “(El escritor ecuatoriano) Leonardo Valencia, mi amigo de veintitantos años, hacía una reflexión que tiene que ver con esto, de qué manera novelas como la mía o como la de Bryce Echenique o los textos de Fernando Iwasaki o de Jaime Bayly te hablan de una tradición de humor en la literatura peruana, pero que afuera siempre se tiende a ponderar las novelas más graves; creo que tiene que ver con una aproximación muy conservadora a la cultura, según la cual, mientras más serio eres, más culto te ves”.
Rodríguez está de acuerdo en que en la medida en que la literatura sea más fiel a la forma en que se expresan los latinoamericanos, las historias serán más luminosas. “Horrendas, probablemente, pero también tiernas y con ese humor tan único que nos une, para balancear, porque a mí me llama la atención hasta qué punto la literatura seria latinoamericana está disociada con la alegría de sus calles, por ejemplo”.
Esa luminosidad permitiría ver la belleza de los contrastes. “Las sociedades adolescentes a veces necesitan un espaldarazo de afuera. Recién cuando vienen viajeros y contemplan nuestras ciudades o paisajes y se quedan maravillados nos damos cuenta de que pasamos de largo cosas que son fascinantes”, dice de la diversidad geográfica, la multiculturalidad. Y también la injusticia, que genera la fascinación que tienen los abismos. “Pero me parece enriquecedor, territorio inmejorable para la literatura, nuestros dramas y nuestras ficciones”.
En esa riqueza entran otros formatos. Gustavo Rodríguez admite que es seguidor de ciertas series de streaming (Atlanta, Succession), que alterna con los libros que está leyendo, y que le encantaría ver uno de sus títulos allí; lo llama “el ejercicio de otra mente interpretando lo que yo creé en soledad. Lo he dicho alguna vez, el streaming en el siglo XXI es para muchos hoy el equivalente a la novela del siglo XIX, que se daba por entregas”. (E)