Carlos Vásconez presenta su colección de cuentos cortos Fabula (McGuffin, 2025), que ha sido elaborada durante años. Algunos han aparecido en publicaciones anteriores, entre otros relatos más largos, pero aquí están seleccionados por su brevedad y puestos en un volumen de formato pequeño.

Es un homenaje al microcuento, dice el autor. “Me gusta mucho cultivar algunos géneros, pero lo mío es la narrativa y el microcuento, me ha encantado, porque es la condensación de una historia, y depende de demasiado talento poético y de manejar bien las herramientas lingüísticas, porque en pocas palabras uno tiene que transmitir un mensaje”.

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'Fabula' es la primera publicación de la editorial independiente cuencana McGuffin. Foto: Cortesía

Le conmueve recordar la construcción de estas historias. “Algunos fueron redactados en aeropuertos, en sala de espera, y siempre pensé ¿qué es para un escritor el viaje? Y, sobre todo, para un narrador, ¿qué significa? Y ese viaje literario al cuento es como un retorno, hacia la semilla, hacia atrás”.

Váscones comparte su entusiasmo. “Sobre cómo leer el microcuento, Andrés Newman dice que mientras más breve el cuento, más lento debe ser leído. Y más tiempo nos debe tomar digerirlo. Genera mucho misterio, porque es atrapante, envolvente, y casi siempre nos deja con unos puntos suspensivos, aunque sea redondo”.

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Además, continúa, un microcuento deja eco en el lector durante mucho tiempo, alimenta la necesidad de descubrimiento, asombro y sorpresa que tienen los lectores. “Es la posibilidad que a veces no tenemos de leer el mismo texto varias veces, hasta que lo leemos desde todos los ángulos. Me gusta la idea de que cada vez que leemos algo de nuevo, estamos redescubriéndonos a nosotros mismos y aquello que estamos leyendo. Y si el microcuento puede causar eso, es que está bien escrito”.

Es algo que puede suceder en Fabula, que empieza con un microcuento que anuncia un castigo para el lector, y el segundo que es un desafío, hasta que se los lee varias veces y entonces capta el humor escondido allí. “Es como una advertencia, un disclaimer. ‘Cuidado con lo que vas a encontrar aquí’, algo así. Y es algo con lo que he jugado”, dice el autor de las antologías Lo que los ciegos ven, Jardines Lewis Carroll, Las músicas secretas, Todo está roto y Somos veneno.

Y al llegar al tercer cuento (Los ojos de colección) se encuentra uno riendo oscuramente de un tuerto que tiene un ojo de vidrio para cada ocasión. Luego, por supuesto, la corrección nos hace preguntarnos si deberíamos estar riendo. A la altura del quinto (Dos 201), en el que el escritor se burla abiertamente de su propio oficio, aceptamos el castigo y nos damos permiso de reír.

Fabula no se toma demasiado en serio, y por eso es divertido. “Pienso en los grandes cultores del microcuento, han sido arrebatados, es como que la historia los tomó de los pelos y les dijo: ‘Escríbeme, créame, pero ya, ahorita, y no tienes tiempo, no tienes espacio, así que tiene que ser perfecto. Por eso te encuentro a vos”, describe Vásconez.

Inmediatamente admite que puede sonar a alarde pensar que alguno de sus microcuentos “vale la pena”, aplicándoles esos criterios. “Pero quisiera que fuera así, que en algún rato el cuento me adopte a mí antes que yo al cuento”.

Confirma que su literatura, en general, está cargada de humor. “Y sí, de humor negro, bastante sarcástico. No voy a discutirlo”. Sean novelas (aquí podemos mencionar El violín de Ingres, Paruso, El hijo de las dos memorias), cuentos o ensayos. “Creo en el humor. Pero no creo que mi literatura sea intencional en algo. Yo cuando escribo, me dejo llevar”.

Y esto también va de la mano con la microficción, un subgénero al que considera “juguetón”. “Se presta para eso, para volver al hecho humano del que habla, es una forma de canto y, por lo tanto, de alegría, y también de generar tristeza, ternura, pasión”.

Ese juego lo ha integrado a su proyecto recientemente concluido, la novela por entregas Nosotros los de siempre, que publicó en digital con la revista Plan V. Y con lo que ha jugado es con la paciencia del lector. Y con su propia habilidad. “A ver si soy tan bueno para, en los tiempos actuales, generar la expectativa necesaria para que la gente consuma el siguiente capítulo, en un mundo en que estamos acostumbrados a que todo sea inmediato y se nos dé, además, bien masticadito”. Algo que su literatura, asegura, no es.

El escritor Carlos Vásconez (centro) en la presentación de su libro 'Fabula' ante la Academia Ecuatoriana de la Lengua. Foto: Cortesía

Ya que ha incursionado en los formatos de publicación digital, está a favor de ellos, pero considera que el libro físico aún impone un respeto que lo electrónico ya quisiera. Después de todo, piensa, a un libro no lo expulsarían por sospechoso de la fila del banco.

“No creo que debamos limitarnos a un esquema preestablecido (el impreso). Sin embargo, estoy absolutamente convencido de que el libro no va a morir, de ninguna manera. No solo por el efecto romántico que puede causar en potenciales lectores, sino porque es una institución y ha tomado demasiada fuerza a lo largo de los siglos como para convertirse en un ente necesario dentro de muchísimos hogares, tan necesario como una caldera, una cocina o una cama. El libro es fundamental para que una familia se sienta todavía más robusta y protegida. Es una especie de escudero”. (F)