Con un escenario de cuento, luces góticas y un protocolo sacado de siglos atrás, el Castillo de Windsor fue testigo el 17 de septiembre de una gala de Estado: el banquete ofrecido por el rey Carlos III en honor a Donald Trump.
Seis meses de planificación, una decoración majestuosa y un menú diseñado con precisión marcaron una velada donde cada detalle aspiró a ser digno de realeza.
El Salón de San Jorge, una estancia de 55 metros de largo de techos abovedados y ornamentación histórica, fue elegido como recinto para la cena.
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Sobre sus suelos centenarios se dispuso una sola mesa de casi 43 metros que recorría el salón, preparada para recibir a unos 160 invitados procedentes del mundo diplomático, empresarial y cultural.
Entre ellos, gigantes como Tim Cook y Rupert Murdoch. En el centro, el rey Carlos, flanqueado por Trump; frente a ellos, la reina Camila y Melania Trump. Kate Middleton, por su parte, acaparó miradas llevando la tiara favorita de Diana de Gales.
En detalle
La mesa fue montada durante una semana completa; vajillas antiguas, copas de cristal y candelabros de plata acompañaban cada detalle. El protocolo exigía que cada cubierto estuviera colocado exactamente a 45 centímetros del siguiente, tarea tan precisa que los encargados usaban varas de medir y zapatos especiales para desplazarse sin dañar la mesa.
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La decoración floral de rosas, lirios y claveles en tonos rosas, morados y amarillos, fue revisada personalmente por el rey y la reina justo antes de la llegada de los invitados. Las servilletas, dobladas en forma de bonete holandés, se sumaron al conjunto de detalles que refuerzan una estética histórica y solemne.
En cuanto al menú, la propuesta fue un homenaje a la gastronomía británica con reinterpretaciones refinadas: panna cotta de berros del condado de Hampshire con huevo de codorniz y galleta de parmesano; seguido de una balotina de pollo orgánico de Norfolk envuelta en calabacín, acompañada de jugo de hierbas aromáticas.
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De postre, una bomba helada de vainilla con sorbete de frambuesa de Kent y ciruelas Victoria. Para abrir la velada, un coctel coronado con espuma de nuez pecana y adornado con malvavisco tostado sobre una galleta con forma de estrella, evocando el aroma del S’more frente a la chimenea.
La carta líquida no fue menos ostentosa: vinos de cosechas excepcionales como un Corton-Charlemagne Grand Cru 2018, un Ridge Monte Bello 2000 y champán Pol Roger 1998 acompañaron la cena. Además, se servía un Oporto Vintage de 1945, en alusión al número de mandato presidencial de Trump, y un coñac Hennessy de 1912, año de nacimiento de su madre. Y aunque el expresidente es abstemio, se le presentó un whisky Bowmore de 1980 como guiño histórico vinculado a la reina Isabel II, además de un coctel sin alcohol exclusivo para la ocasión.
Pero no todo fue gastronomía: los preparativos fueron tan detallados como para requerir un semáforo interno para coordinar el servicio, 19 estaciones distribuidas por todo el salón atendidas por equipos de pajes, lacayos, mayordomos, submayordomos y mozos de vino. (E)