Camilla, segunda esposa del príncipe Carlos, durante mucho tiempo poco apreciada, ha tardado en conquistar el corazón de los británicos antes de convertirse en una pieza clave de la monarquía, destinada ahora a ser reina consorte.

En un mensaje con motivo de los 70 años de su reinado, la reina Isabel, de 95 años, expresó el sábado 5 de febrero su “deseo sincero” de que Camila “sea conocida como reina consorte” cuando el príncipe Carlos , heredero de la Corona, se convierta en rey tras su fallecimiento.

Mucho tiempo ha necesitado Camila, de 74 años, conocida como la duquesa de Cornualles tras su boda con el príncipe Carlos en 2005, para llegar a esta situación.

Publicidad

La princesa Diana, que rápidamente comprendió que Camilla era el gran amor de la vida de Carlos, la llamó “el Rottweiler”. La opinión pública la consideró como la responsable del fin del matrimonio real entre Diana y el príncipe Carlos, celebrado en 1981, y durante el cual mantuvo una relación con éste.

Miembro de la alta burguesía de provincias pero plebeya, divorciada y madre de dos hijos adultos, Camilla ganó poco a poco visibilidad al comprometerse con causas como las violencias contra las mujeres o la defensa de los animales.

También es aficionada a la jardinería, apoya decididamente todas las iniciativas de su marido, y asume a diario compromisos para la Corona.

Publicidad

La vez en que Isabel II supuestamente llamó ‘bruja’ a Camilla Parker Bowles

Su sentido del deber, su bondadosa desenvoltura, su simplicidad y su sentido del humor han acabado progresivamente con las reticencias.

Su popularidad ha crecido, aunque sigue siendo uno de los miembros de la familia real menos queridos, con menos del 50% de opiniones favorables, según un sondeo YouGov. Algo menos de la mitad de los británicos deseaban que se convirtiera en reina, según un sondeo del año pasado.

Publicidad

Pero muchos reconocen el impacto positivo que ha tenido sobre su marido.

Ideal para Carlos

“La gente se da cuenta de que Camilla es ideal para Carlos, y ambos trabajan maravillosamente juntos” explica el comentarista real Richard Fitzwilliams.

Miembro de la alta burguesía de provincias, Camilla Shand conoció al príncipe en 1970 durante un partido de polo. Pese a no pertenecer a la nobleza, la joven se movía en los mismo círculos sociales que Carlos.

Nacida el 17 de julio de 1947, hija del mayor Bruce Shand y de Rosemary Cubitt, ricos terratenientes, fue educada en las mejores escuelas privadas, primero en Londres, después en Francia y Suiza.

Publicidad

Tiene incluso algún lazo con la familia real: bisnieta de Alice Keppel, una de la amantes del rey Eduardo VII, tatarabuelo de Carlos, Camilla habría utilizado esta anécdota para abordar al príncipe en 1970, preguntándole si le “tentaba” seguir los pasos de su antepasado.

Pero su relación fue corta: Carlos entró en la Royal Navy y Camilla, cansada de esperar, se casó con uno de sus admiradores, el mayor Andrew Parker Bowles, con quien tuvo dos hijos.

Unos años después, ella misma animaría al príncipe de Gales a casarse con Diana. Pero, cuando ambos estaban aún casados, reanudaron su relación. La prensa llegó incluso a publicar sus conversaciones telefónicas íntimas.

Foto: EFE

Tras el divorcio de Carlos y Diana, en 1996, Camilla, divorciada un año antes, pudo comenzar a aparecer públicamente junto a Carlos. Pero la muerte de la princesa en un accidente automovilístico, en agosto de 1997 en París, volvió a relegarla a la sombra.

Poco a poco sin embargo logró dejar esa imagen, imponiéndose junto al príncipe hasta que en 2005 su situación se consagró con su boda en Windsor en presencia de la reina Isabel II.

Pero hacerse aceptar por la familia real, y sobre todo por los hijos de Carlos, los príncipes Guillermo y Enrique, no fue fácil.

Antes y desde su matrimonio, su estatuto -reina consorte o princesa consorte- fue objeto de interminables debates, a los que la reina Isabel puso fin este sábado.

La propia Camilla no pedía nada. Tras su boda optó por no utilizar el título de princesa de Gales, demasiado asociado a Diana, para no herir la sensibilidad del público. (I)