En cada concierto, Vicente Fernández entusiasmaba al público: “Mientras ustedes aplaudan, yo sigo cantando”, decía. La gente le tomaba la palabra y palmeaban hasta prolongar el espectáculo por cuatro o cinco horas.

A Chente, como era conocido, le gustaba el contacto con su público. Es lo que opinan quienes lo conocían. Era dueño de un peculiar estilo de entonar las canciones rancheras, la música más característica de México.

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“Tenía una voz potente que combinaba con otra muy aterciopelada”, le dice a BBC Mundo Pável Granados, director de la Fonoteca Nacional.

“Hay algo distinto que Vicente Fernández le puso a la música ranchera. Su repertorio es muy amplio, desde las canciones originales del género hasta otras como el bolero”, afirma Granados.

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Con su muerte, ocurrida este domingo a los 81 años y que fue informada por su familia a través de su cuenta oficial en Instagram, termina la época de los grandes intérpretes de la música regional mexicana, un periodo que inició con Tito Guízar en los años 30, Pedro Infante en la década posterior y siguió con Jorge Negrete, Javier Solís y José Alfredo Jiménez.

En plazas de toros, palenques (auditorios donde se realizan peleas de gallos) o teatros, atendía sin dudar a las personas que le pedían interpretar sus canciones favoritas.

“Hay dos tipos de cantantes, los que viven de cantar y los que vivimos para cantar”, confesó en una entrevista a la revista Quién.

“Mi vicio es salir al escenario y escuchar los aplausos, no me importa el dinero”.

En México, los cantantes suelen ofrecer conciertos de dos horas, acompañados con frecuencia de otros artistas que consumen parte del tiempo.

Fernández no. Sus espectáculos duraban al menos tres horas, y quizá por ello es uno de los cantantes por quien más orgullo sienten los mexicanos.

Vicente Fernández Gómez nació en Huentitán El Alto, en ese entonces un barrio rural al norte de Guadalajara, Jalisco. Su padre quería construir un rancho ganadero pero solo pudo comprar unas cuantas reses que cuidaba en un establo pequeño.

Cuando terminó la educación primaria, Chente empezó a ordeñar vacas, porque no quiso seguir estudiando.

Pero la venta de leche fue insuficiente y entonces la familia siguió el camino de miles de jaliscienses pobres y emigró a Tijuana, Baja California.

En la ciudad fronteriza con Estados Unidos, Vicente trabajó como albañil, pintor y ebanista. Y tuvo su primer público.

El artista afirmaba que los pintores de obras en construcción se peleaban por tenerlo como alumno.

Y no por sus habilidades con las paredes y muebles, sino porque el adolescente cantaba todo el tiempo y hacía más amena la jornada laboral.

Chente trabajó lo suficiente para comprarle a su hermana Alejandra un vestido para festejar sus 15 años.

Luego dejó la pintura y el cemento y aceptó un empleo como cajero del restaurante de un tío, pero tampoco duró mucho: el joven dedicaba más tiempo a cantar entre las mesas que a cobrar el consumo.