El pasado 26 de abril, el presidente electo, Guillermo Lasso, socializó en rueda de prensa la idea de implementar el proyecto Teatro del Barrio. El tema fue abordado en el marco de la presentación de la ministra de Cultura, María Elena Machuca, quien ejercerá sus funciones a partir del próximo 24 de mayo.
“María Elena, hay un proyecto que quiero encargarte... instalar un teatro del barrio, en cada barrio del Ecuador, sería un gran sueño para los próximos 20 o 25 años, pero a nosotros nos toca la tarea de los primeros cuatro años”, dijo Lasso a la ministra.
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Este Diario acudió a gestores y artistas nacionales para que compartan su impresión sobre este proyecto; y además de eso, los puntos que se deberían considerar antes y durante su implementación.
“Para nosotros es importante que finalmente el concepto de teatros del barrio esté dentro de la política pública, eso es un paso gigantesco”, piensa Mariana Andrade, gestora cultural.
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Ella considera que podría ser un proyecto y un nombre emblemático, “pero hay que entenderlo desde dónde y cómo podría ser un proyecto a largo plazo”.
Por su parte, Marina Salvarezza, actriz y directora teatral, aplaude la idea y la cree necesaria para el futuro de las artes en el país. “El desarrollo de un país en el arte, en general, tiene que empezar de allí, desde justamente el barrio”, dice.
“Yo creo que como idea es fantástica. Es una idea que desde que yo estoy acá -son 40 años- ya se había empezado a hacer (...). El problema es que muchas veces se habla de esto, pero nunca se pasa de la palabra a la práctica”, añade Salvarezza, quien dentro de su carrera también ha trabajado con la comunidad en proyectos artísticos.
En los años 80, con el apoyo de Aprofe, impartía clases de teatro en la 40 y la B, en el suburbio oeste de Guayaquil, junto con el dramaturgo José Martínez Queirolo. Y en Mucho Lote formó un grupo llamado Las Estrellas del Norte, en el que había personas de entre 10 y 70 años. “El grupo que yo dirigí en Zumar hace seis, siete años, era un grupo totalmente heterogéneo, tenía a la mamá y los hijos que iban a hacer teatro”, cuenta.
En tanto, Lucho Mueckay, actor y director del Centro Cultural Sarao, lo considera un derecho democrático reivindicativo. “Lograría un gran impacto en el desarrollo de las artes y la formación de públicos”, afirma.
“En el contexto actual de grave crisis económica, donde el sector cultural ha sido uno de los más afectados, implicaría crear fuentes de trabajo para artistas, técnicos, administradores, etc.; y por otro lado, el público se beneficiaría consumiendo productos artísticos que usualmente le son inaccesibles, logrando además alternancia con las ofertas que una excesiva mercantilización de algunos medios masivos nos tiene acostumbrados”, agrega.
Partir de una estructura técnica
Al tratarse de un proyecto ambicioso, Mueckay considera importante que se lo estructure técnicamente desde varias aristas, que incluyan estudios zonales y poblacionales, sociológicos, comunicacionales, de ingeniería, arquitectura, de mercado, entre otros.
“No pueden ser solo infraestructuras carentes de equipos técnicos y humanos. Si bien se trata de un proyecto insertado en políticas culturales generales, se puede llegar a una labor autogestora, pero el Estado debe ofrecer la ayuda inicial, así como establecer las estrategias e incentivos que permitan que estas iniciativas se sostengan en el tiempo”, indica.
Acercarse y estudiar a la comunidad
Marcelo Leyton, coordinador del proyecto Gran Teatro del Monte Sinaí, llevado adelante a través de UArtes y la Corporación Hogar de Cristo, resalta la importancia de conocer las formas de acercarse a la comunidad. Indica que cada barrio y sector es diferente, por lo que es importante realizar un estudio que tenga fuera la “mala idea” de ir a culturizar. “Hay que acercarse a las comunidades de otra manera, no viéndolas como un asistencialismo y de esa manera hay muchas posibilidades (...), hay gente talentosa, hay mucho entusiasmo, solo hay que abrir el espacio y sostenerlo”, manifiesta.
“Lo más importante de esto es pensar que uno va a un intercambio, yo no voy como colonizador a un barrio (...), lo primero que siempre digo como maestro es que yo no vengo a ayudar, vengo a compartir”, añade el también integrante del grupo Arawa.
En esto coincide Andrade, quien señala que es clave identificar cómo funciona y cuáles son los distintos espacios en los que un barrio se desarrolla. “Están los comités barriales, están los colectivos culturales -en el caso de La Floresta- están las personas que se aglutinan alrededor de la iglesia. Hay una serie de relaciones que establecer, para que luego seas tú quien pueda promover y provocar comunidad”, refiere.
Tiene que más que ver con esas políticas culturales es que permitan democratizar los procesos de acercamiento hacia las artes y pensar que las artes no son algo decorativo, sino que realmente es una posibilidad de ejercer ciudadanía, de construir conciencia social, conciencia ciudadana, que tanta falta nos hace
Marcelo Leyton, coordinador del proyecto el Gran Teatro del Monte Sinaí.
Fortalecer los espacios existentes
Mariana Andrade también es directora de Ochoymedio, un espacio dedicado al cine y teatro ubicado en el barrio La Floresta (Quito), Patrimonio Cultural Nacional. Ella resalta que se debe arrancar con los espacios independientes que por años han trabajado en la producción y circulación de productos culturales.
“Es importantísimo decir que son los espacios independientes los que han tenido la fuerza, la voluntad, la autogestión para sostenerlos. En el Ecuador somos teatros de este tipo que hemos venido trabajando por décadas, están Muégano, Zona Escena, La Trinchera, Ochoymedio, El Patio de Comedias...”, menciona Andrade, quien comenta haber mantenido hace años una conversación con el presidente electo para hablar justamente de la importancia de estos espacios.
“Fuimos la inspiración de una posible política pública”, añade.
Señala que lo primero que se debe hacer es reconocer estos espacios independientes como motores, para crear alianzas público-privadas. “Para hacer política pública primero hay que levantar información y data, la data es clave. Hay muchos (espacios) que han caído en esta pandemia, que han cerrado en esta pandemia y otros que están empezando. Entonces habría que empezar por saber cuáles son los existentes, más que empezar con la idea de construir nuevos”, resalta.
“Un segundo paso es el fomento y un tercer paso ya es el desarrollo”, agrega la gestora, quien además resalta que son estos sitios culturales los que también han aportado a la economía barrial.
Algo que comparte Mueckay, quien por más de 30 años ha llevado adelante la dirección de Sarao en Guayaquil. “Ya existen salas de emprendimientos particulares e independientes que deben considerarse en el proyecto. (...) La experiencia que por decenas de años los gestores hemos acumulado abriendo y sosteniendo espacios con programaciones constantes debe ser tomada en cuenta. Tenemos mucho que sugerir”, destaca.
Nosotros los gestores culturales tenemos el corazón y ese corazón se lo construye en el tiempo y con los años, con la voluntad, con la militancia cultural, y eso es lo que tienen estos espacios (...). Ya hemos demostrado que seguimos resistiendo, entonces allí el Estado ya tiene contrapartes válidas para sostenerlos, protegerlos y luego fomentarlos
Mariana Andrade, gestora cultural y directora de Ochoymedio
Convocar a artistas
El trabajo transdisciplinario con artistas, gestores y hasta la propia academia es otro de los puntos que ponen sobre la mesa para lograr un mejor resultado. “La gente que está en este tipo de proyectos debe estar formada para estos proyectos, y si no está formada mínimamente, debe tener una sensibilidad para el aprendizaje”, apunta Leyton.
“Regularmente se llama a gente que es muy famosa, directores, dramaturgos, o incluso gente de televisión, porque creen que van a tener mejor acogida...”, sostiene.
Salvarezza propone que se haga un llamado a aquellos artistas que han trascendido o trabajado por y para la comunidad en los últimos 30 años. “Cuáles son los artistas que en los últimos 30 años han demostrado capacidad... hacer una lista, a cada uno se le da un presupuesto y dentro de su presupuesto en un año o dos años tener resultados, tiene un grupo, el grupo funciona, la gente está contenta, se lo fiscaliza y allí se lo incentiva dos años más...”.
Remuneración y fondos
Salvarezza sostiene que el trabajo que ella hacía con la comunidad era gratuito, algo que también tenía que ver con el compromiso y voluntad. Sin embargo, defiende la idea de una justa remuneración. “Esto se tiene que hacer con un fondo, porque las personas no pueden trabajar de manera gratuita... Si los artistas están invirtiendo su tiempo, tiene que ser remunerado, sobre todo para que tenga continuidad, para que esto sea visto como un compromiso del Estado hacia su pueblo...”, señala.
Educando desde las artes
“La alternativa a la droga, a la violencia, a la corrupción es justamente educando a través del arte”, manifiesta Salvarezza, quien cree firmemente en proyectos formativos.
En esto coincide Mueckay. El artista piensa que estos espacios pueden llegar a ser también centros culturales “que alberguen programas de formación para los miembros de la comunidad en diversas disciplinas”.
“Nuestro país y sus autoridades siempre les dieron más importancia a las canchas de fútbol en los barrios, lo que está bien; pero imaginemos lo que sería si se logra que el teatro del barrio también sea aglutinador de la comunidad”, añade. (I)