La artista visual guayaquileña Lisbeth Carvajal Vera, de 32 años, regresa con fuerza a la escena cultural con una muestra individual que podrá visitarse hasta el 6 de agosto en La casa del barrio (calle Panamá 200 y Juan Montalvo) a la que ha denominado El ánimo de lo inefable.
Carvajal vivió en Esmeraldas durante quince años y su trabajo ha estado envuelto por un imaginario costeño que se sobreimpone al hábito de una ciudad como Guayaquil, en donde la naturaleza se desplaza constantemente por el ruido y un modelo urbanístico en expansión, precisa la curadora de la muestra, Gabriela Serrano.
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La artista, continúa Serrano, reconstruye los lugares que habitó en su niñez, mediante breves horizontes y escenas costeras, distorsionadas por el transcurso del tiempo y las experiencias plurívocas, alternadas entre realidad y ficción. “Barcos, gaviotas, cangrejos, palmeras, y más, conforman y ficcionan el paraje ‘marino-desértico’, que, lejos de evocar la representación de un inofensivo día en la playa, en su árida formalidad concentra restos mnémicos que exteriorizan las inquietudes pendientes, reproduciendo un dilatado fragmento biográfico”, dice.
El título de la muestra también esconde su propio significado e intenta capturar un tipo de energía que resulta difícil de poner por escrito. “Estaba investigando sobre el alma y llegué a la palabra ánima, que significa alma, y a partir de estas palabras surgen otras como ánimo, animal, animación… palabras que de alguna forma se ven representadas en el conjunto de obras de la exposición”, explica Carvajal. “Entonces se trata de ese ánimo o energía de lo inefable, que se refiere a aquello que no podemos poner en palabras, como podría ser la memoria o el alma mismo, que son más bien experiencias, que incluso si se las pone en palabras, quedarían limitadas por esa forma escrita”.
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Para esta muestra, la artista se apega al dibujo con lápiz grafito, pero en esta ocasión le agrega color. “Lo que he hecho es usar aguadas de acrílico para dar base al cuadro y luego, para no pasarme a la pintura como tal, usé lápiz de color, como una mezcla del color y el lápiz para no perder el trazo de lo que sería el dibujo”.
Además, el color se convierte en un elemento adicional de ciertas piezas. “Hay una obra con una palmera dibujada solo a grafito y luego está el color que también juego un rol importante porque es lo que podría ser su alma, saliéndose o desdoblándose de este cuerpo, desvaneciéndose”, subraya la artista, que comenzó a bocetear e imaginar esta muestra desde mediados del año pasado.
“Para mí es muy importante la experiencia del espectador. Creo que cada vez que propongo una obra, pienso justamente eso, cuál es la posición que toma el espectador para observar la obra y, en ese sentido, me gusta explorar un juego con el espacio, de hecho esta exposición juega mucho con el espacio de la galería”, comenta. “Espero que se lleven una experiencia justamente inefable, algo que los toque, pero sin que sepan exactamente dónde”.