La Bienal del Bioceno, así se denominó la edición número 15 de la Bienal de Cuenca, encuentro que se realiza cada dos años en la capital azuaya y que culminó el pasado 28 de febrero, superando los 30.000 visitantes entre público local y extranjero.

En un nuevo enfoque ambientalista, este año se llevó a cabo un proyecto sostenible desde la tesis curatorial impulsada por la española Blanca de la Torre y que busca desenmascarar la estrategia corporativa extendida en todo el mundo de que todo elemento en color verde es ecológico (greenwashing) y, en su lugar, motiva a ‘cambiar verde por azul’, otorgando al agua un lugar protagonista dentro de la Bienal, honrando también a la ciudad que la alberga.

Asimismo, al hablar del bioceno, una relación horizontal y más equilibrada con los diversos elementos de la naturaleza, se contrarresta el antropoceno, que imagina al hombre en la cúspide del medio ambiente y por encima de la Tierra.

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La instalación de Cristina Lucas (España), con olor a humo y carbón, es una referencia al daño ecológico y enfrenta al espectador a imágenes potentes.

Esta edición enfatizó la producción de obras in situ para que los artistas tengan conexión directa con el contexto de la Bienal y se active la economía local.

“Hicimos varias acciones. La Bienal generalmente moviliza el 99 % de las obras del extranjero hacia Ecuador y hasta Cuenca, pero lo que hicimos es cambiar esa mecánica y producir las obras aquí bajo las directrices que nos daban los artistas”, comenta Katya Cazar, directora de la Fundación Municipal Bienal de Cuenca. “Muchas de las obras tenían relación con la artesanía, con la ecología, así que trabajamos con arquitectos, historiadores, artesanos y muchos otros profesionales que nos ayudaron a construir los proyectos que tienen el uso de materiales también de manera ecológica”, agrega.

La obra de la ecuatoriana Pamela Cevallos fue reconocida con el premio París.

Esta dinámica de la Bienal continuó además hasta el desmontaje de las obras. “Lo que se hacía antes era recibir las obras que llegaban, ponerlas en escena y luego volverlas a embarcar y devolverlas. Pero esta vez muchas de las obras se han deconstruido y muchos de los materiales han sido repensados, reciclados o usados en una segunda vida, esto marca la economía circular”, explica Cazar.

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Las obras premiadas pasan a formar parte de la Colección Bienal, continuando así la construcción de un acervo de arte que narra el recorrido orgánico artístico en más de tres décadas y que se configura como patrimonio de esa ciudad y el país.

En esta edición se presentaron 34 artistas con 33 obras (dos artistas trabajan en colectivo) que se desplegaron en los diferentes museos y casas coloniales del Centro Histórico de Cuenca. Las sedes fueron la Casa Bienal, Museo de Arte Moderno, Salón del Pueblo, Sala Proceso, Museo Remigio Crespo, Museo In arte Contemporáneo, Alianza Francesa, Escuela Central y Casa de la Lira.

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Obra de Tania Candiani (México). Su trabajo es un homenaje a los 4 ríos de Cuenca traducidos a máquinas antiguas de tejido. Foto: Cortesía

La Bienal elevó también el porcentaje de participación de artistas mujeres a un 67 %.

El jurado contó con rostros de prestigio nacional e internacional, como el curador mexicano Cautemoch Medina, la curadora chilena Alexia Tala y la gestora cultural española Carlota Álvarez, quienes reconocieron las obras de Fabiano Kueva (Ecuador), Tania Candiani (México) y Cristina Lucas (España).

Las menciones de honor fueron para Amor Muñoz (México) y Ursula Biemann (Suiza). El premio París lo obtuvo la artista Pamela Cevallos (Ecuador).

“Al trabajar sobre ecología, comunidad, temas de género y educación nos hace ser una Bienal actual que maneja temas contemporáneos y sensibles a las audiencias”. (I)

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