En febrero del 2019, el cineasta chileno Sebastián Lelio le regalaba a Latinoamérica el Óscar a mejor película internacional por su ópera prima Una mujer fantástica (2017), años después de haber sido nominado a los Premios de la Academia por su comedia dramática Gloria en el 2013.
Su paso por Cannes no es novedad, en el 2009 presentó el que sería su segunda producción, Navidad, y este 2025 vuelve con su película musical La ola, que retrata el despertar feminista de una joven estudiante de música en Chile. Una cinta seleccionada para la sección Cannes Première, dedicada a cineastas consagrados, consolidando de esta manera su presencia en los principales festivales internacionales y reafirmando su influyente papel en el cine contemporáneo.
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En entrevista exclusiva en Cannes, nos habló sobre su nueva película, sus experiencias y el desarrollo cinematográfico de su país.
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El primer Óscar chileno fue para el cortometraje animado Historia de un oso, de Gabriel Osorio. ¿Cree que el cine de su país atraviesa un gran momento?
Aunque hoy es algo más fácil, sigue siendo una tarea titánica. Nuestra industria es frágil, nuestro público reducido, y si nos enfocamos solo en historias que conectan localmente, corremos el riesgo de encerrarnos en una especie de isla creativa. Para salir de ese aislamiento, hay que enfrentar el desafío de competir en un contexto internacional con menos recursos. Aun así, en los últimos quince años han surgido al menos dos generaciones de cineastas que han logrado contar historias profundamente chilenas, pero con proyección global.
Siempre digo que en Chile vivimos “dentro de la cordillera”, no solo geográficamente, también mentalmente. La amo, pero a veces siento que nos aísla.
Hablando de ‘La ola’, ha dicho que fue una de las producciones más complejas en su carrera. ¿Cómo vivió el proceso?
Fue una experiencia atravesada por el miedo y la fascinación. En América Latina no tenemos una tradición consolidada de cine musical. Hubo momentos, como la época dorada del melodrama mexicano, pero si uno pregunta por un musical latinoamericano emblemático, la mayoría no sabría qué responder. Y es que, en nuestra región, ese género casi no ha existido. Requiere muchos recursos y, además, ha sido históricamente dominado por potencias como Estados Unidos, Reino Unido, Francia o la India.
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Por eso, asumir el reto de hacer un musical desde Latinoamérica no fue un gesto de imitación ni una curiosidad exótica, sino una declaración de identidad y de pertenencia. La idea era apropiarnos del género, repensarlo desde nuestra realidad y hacerlo nuestro.
Técnicamente, además, hacer un musical es un desafío monumental. Es como si uno tuviera que operar el cerebro: requiere precisión quirúrgica. Como no tenemos una base técnica ni histórica para abordar este tipo de cine, todo lo aprendimos a base de ensayo y error. Pero al final logramos encontrar nuestra forma, nuestra manera de contar y de hacer que el género nos sirviera a nosotros.
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Mi mayor interés era alejarme de esa tendencia nostálgica que ha marcado muchos musicales recientes. Yo quería hacer algo contemporáneo, con pulso actual, que no mirara al pasado con melancolía, sino que mirara al presente con fuerza y claridad. Para mí, el último musical verdaderamente rupturista fue Dancer in the Dark, de Lars von Trier, con Björk, en el año 2000. Desde entonces, la audacia en este tipo de cine se ha refugiado en el ámbito infantil. Y aunque eso también tiene mérito, sentía que el género necesitaba ser sacudido: más energía, más pensamiento político, más relevancia. Ese era el impulso que nos movía.
¿Entonces, considera que ‘Emilia Pérez’ no logra su cometido como musical?
No, no diría eso. Es curioso cómo funciona esta comparación. Si yo hubiera hecho una película bélica, probablemente nadie me estaría preguntando por All Quiet on the Western Front.
Lo que sí me parece interesante es que haya directores que estén explorando el musical en español. Es llamativo, por ejemplo, que Orfeo negro fuera filmada en Brasil por Camus en 1959 y que el año pasado Audiard rodara Emilia Pérez en México -aunque sea “en México”, entre comillas-. Lo curioso es que ambos proyectos, que han alcanzado cierta visibilidad global dentro del género musical en Latinoamérica, han sido dirigidos por cineastas franceses.
Nosotros, en cambio, estamos en otro lugar completamente distinto. Nuestro enfoque surge desde dentro. Lo que hicimos parte de una necesidad auténtica de reflexionar sobre nosotros mismos, desde Chile, desde nuestra realidad latinoamericana. No es una mirada externa ni una visita exótica. No es turismo cultural: es una búsqueda con raíces propias.
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¿Cómo surgió el enfoque de la película?
Fue interesante observar cómo, en la historia, la protagonista recurre a todas las instituciones posibles en busca de justicia: la policía, autoridades... Y nada funciona.
Entonces, la única instancia que queda es la narrativa misma de la película. Es una forma de decir “ellos deben saber”, pero en realidad nadie puede saber qué pasó realmente, porque lo íntimo, lo profundamente humano, escapa a las leyes.
Ahí no hay más que ética. Y ese es un desafío humano, no legal.
Las leyes son necesarias, pero no son suficientes para transformar el mundo. Lo que realmente puede generar un cambio es la expansión de la conciencia. Y creo que, con todas sus dificultades, este movimiento ha logrado precisamente eso: instalar el tema en la conversación pública, hacer visible el conflicto.
Sus personajes femeninos en sus películas destacan por ser fuertes, decididas, enfrentan conflictos sin asumir el rol de víctimas. ¿Qué opina de eso?
Es curioso, hace poco encontré una cinta de mis primeros ejercicios en la escuela de cine, un corto que contaba la historia de cuatro mujeres. Me había olvidado por completo. Eso me hizo darme cuenta de que hay algo muy genuino ahí, un interés que siempre ha estado presente, incluso antes de que esos temas fueran parte del debate social.
Con Gloria, por ejemplo, tomé a una mujer que normalmente ocuparía un rol secundario y la puse en el centro del relato. Eso fue en 2012, y luego vino una ola de películas similares, lo que me parece estupendo.
Pero nunca he trabajado desde una agenda política o ideológica. Mis decisiones son más intuitivas que programáticas. Por eso, racionalizarlo tanto me resulta incómodo, aunque tengo mis reflexiones al respecto.
Con la inmediatez de las plataformas, ¿cree que los jóvenes podrán seguir conectando con películas de dos horas? ¿Hay futuro para el cine de autor?
Yo no soy fatalista. El cine siempre ha estado en crisis, desde que apareció. Que lo mató el sonido, la televisión, el control remoto, Blockbuster, el streaming... Siempre está muriendo y siempre está renaciendo. Porque el cine no es un soporte. Es un lenguaje.
Y si los formatos largos se vuelven menos populares, como pasó con la ópera, pues el arte encontrará nuevas formas. La poesía no desaparece, se transforma.
Si pudiera reencarnar en uno de sus personajes femeninos, ¿cuál escogería?
Haría un cruce entre Gloria, Marina (Una mujer fantástica) y Julia. Una especie de mezcla poderosa de las tres.
En su nueva película trabaja con tres guionistas mujeres. ¿Qué significó colaborar con ellas en el proceso creativo?
Apenas tuve la idea, supe que quería escribir acompañado por guionistas mujeres. Me pareció natural, incluso necesario, hacerlo desde una posición de minoría. Esta película nunca pretendió representar la visión de un hombre. Y qué lata habría sido si lo hubiera intentado solo. Fue un proceso de escritura colectiva, donde yo participé con mi mirada, pero sobre todo aprendí muchísimo.
Durante el primer año estuve un poco en la periferia del proceso, y con razón. Ellas tenían una visión mucho más profunda del feminismo, y yo las respeto muchísimo. Aprendí sobre el dolor, la rabia, la injusticia. Y eso me cambió.
La película no es un manifiesto personal. Su centro está con las mujeres, pero no se trata de imponer un punto de vista masculino disfrazado. Es como pensar que Coppola justificaba los crímenes de la mafia solo por retratarlos. El cine no funciona así.
¿Por qué no está esta película en competencia?
Buena pregunta. Pero yo me pregunto: ¿Qué esperas tú de una película? ¿Dónde debe estar?
Para mí, lo más importante es que circule, que encuentre su camino. A veces las películas no van a ninguna parte, y otras te llevan más lejos de lo que imaginabas. Esta en particular es intensa, un viaje emocional, un golpe cinematográfico.
Ojalá provoque, movilice, encienda debates y, sobre todo, inspire a pensar. Pensar sin filtro, sin repetir ideas ajenas o las frases hechas de redes sociales. Pensar por uno mismo.
¿Dónde estaba cuando estallaron las protestas en Chile en 2018? ¿Qué pensó al verlas?
Justo estaba en Santiago, aunque había vivido muchos años en Berlín. Vi una portada en el quiosco, con una imagen impactante: estudiantes con los rostros cubiertos, el puño en alto, cuerpos desnudos, desafiantes.
Y pensé: “¡Chile está vibrando!”. Me dio una mezcla de emoción, orgullo, y una sensación de que algo profundo estaba por despertarse.
Diría que esta ha sido una de las producciones más complicadas a las que se ha enfrentado. ¿Cómo vivió esta experiencia?
Con una mezcla de pavor y fascinación. Lo que pasa es que en Latinoamérica no existe tradición de cine musical. Ha habido periodos, como la era dorada en México, de melodramas. Pero si a la gente uno le pregunta cuál es el musical latinoamericano favorito, todos se quedan como en la búsqueda. Yo creo que no existe. Y es que no se ha dado en Latinoamérica porque es un género muy caro y es un género del imperio. Lo hacen Estados Unidos, lo hace Gran Bretaña, lo hace Francia, lo hace la India. Entonces es la audacia de meterse con un género que no nos corresponde y hacer un acto de pensamiento cinematográfico concebido, pensado y realizado desde nuestra región, no como un acto de turismo, sino como un acto de total pertenencia e incumbencia que está detrás del espíritu de esto. (F)