En Guayaquil cada vez son más los espacios donde se puede ir a presenciar una o varias funciones de artes escénicas. La cartelera teatral muestra una gama de opciones con historias que van desde la comedia hasta lo experimental, contadas en 15 minutos o en un tiempo superior a los 45 minutos. Lapsos en los que el actor debe arrancar una sonrisa, una lágrima o remover algún sentido en el espectador.

¿El tiempo es debatible al momento de escenificar una historia?

Para Johnny Shapiro el tiempo es indistinto. Afirma, sin embargo, que este factor no debe ser tomado como un pretexto para perder la calidad que requiere una puesta en escena. A lo largo de su trayectoria artística ha participado en obras largas y breves. Fue con el Baratillo de la Sinceridad de José Martínez Queirolo que se estrenó como actor, una representación teatral de aproximadamente veinte minutos.

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"A mí me da igual hacer una obra grande o una obra cortita por tiempo (...) a las dos entrego la misma pasión", expresa el actor y director.

Por su parte Augusto Enríquez, director de Kurombos, tuvo su primera experiencia con el formato breve en Las Criadas de Jean Genet. Una muestra llevada a Microteatro GYE en el 2016 junto a Víctor Acebedo. Una escenificación que según indica le significó un fuerte trabajo oral, corporal y emocional.

Pop Up Teatro Café abrió sus puertas en junio de 2016. Aquí se presentan obras de 15 a 20 minutos.

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Cuando un actor le pide dirigir una obra bajo este formato, le sugiere que sea una propuesta de contenido y forma. "En 15 o 20 minutos no puedes lograr transmitir todo un conflicto, toda una situación humana que implique una reflexión o una temática que le llegue al espectador", dice Enríquez.

Ricardo Velasteguí, director de Pop Up, señala que los actores deben ser muy flexibles. “Nuestro trabajo es muy dinámico...hoy estamos en salas grandes, mañana en micro obras, pasado haremos cine y bueno luego haremos televisión... son códigos completamente distintos a los que el actor tiene que acoplarse. Y los que no pueden acoplarse, no están hechos para este oficio”, apunta.

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Para él, lo profesional no lo hace el formato sino las personas que están detrás del proyecto.

Mientras que para el actor Lalo Santi, afrontar un formato largo le permite una investigación más profunda con un camino de escritura y creación más interesante.

Pinocho (Jaime Pérez), y Gepetto (Marcelo Varas) en una de las escenas de la obra de formato largo.

El también director cree que el microteatro en la ciudad porteña está pensado como un producto de venta fácil, rápida y de venta express. “La ilusión de éxito está medido por la taquilla, siempre en consentimiento a lo que a la gente le gusta y prefiere (fácil de entender, risas, gente de pantalla, temas sin mayor trascendencia y la copita de vino)”, sostiene.

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Shapiro en su lugar, cree que el público no está educado para ver buen teatro. Para él un actor es el primer referente cultural de un pueblo. “Estamos creando una sociedad que no piensa (...) no preocuparte por la cultura de tu pueblo es el primer caso de corrupción que existe”, agrega.

Algo que desde el punto de vista de Velasteguí hay que pulir y trabajar: “La forma es mostrar trabajos más elaborados, obras que tengan mucho más contenido, que exista un debate luego de ver la obra, que el público salga conmovido o afectado”.

Sin embargo, Enríquez cree que el espectador nota cuando las carteleras caen en temáticas repetitivas y se encuentran con muestras que, a su parecer, se resumen en contar chistes: "No hay una propuesta de luz, de vestuario, de escenografía, de juegos escénicos, del espacio, de corporalidad de los actores...eso es peligroso eso puede generar en el público un desencanto (… ) va degenerando la idea del teatro", declara.

Velasteguí por su parte sostiene que para que esto no pase, los espacios de teatro deben estar liderados por alguien que tenga una mente de artista, además de empresario. “Sí han existido caso de ciertos oportunistas que le han visto el negocio a este formato y han fracasado porque no han tenido el doble objetivo”, confiesa.

La actriz Itzel Cuevas en la obra La ilustre desconocida, una adaptación del grupo de teatro Plan B, sobre el cuento La isla desconocida, de José Saramago.

Para él pensar como empresario y artista a la vez significa buscar una balanza a todo. ”Si estás haciendo bien tu trabajo, si respetas mucho el oficio, si eres un buen colega con mucha ética y profesionalismo, el dinero viene por añadidura”, asegura.

Pero Santi tilda como lamentable el combinar el teatro con el marketing u otras estrategias de ventas: “Echas a perder la verdadera intención de lo que al menos yo considero el deber ser del arte. Creo más en el teatro como un sujeto artístico y objeto de consumo estético, mas no comercial. Entonces, solo así los creadores deberíamos pensar en dinamizar nuestra industria cultural”.

Por otro lado, Shapiro y Enríquez consideran a la actuación y a todo su entorno como su principal fuente de ingreso, de esta manera invitan a los actores a no descuidar la verdadera esencia que debe contener un trabajo artístico.

Su crítica va más allá del tiempo en escena, apuntan más bien al sistema que suele manejarse en los espacios con formato microteatro. Donde han presenciado en su mayoría a personajes de pantalla. "Yo estoy viendo televisión cuando voy a ver a los actores de televisión haciendo microteatro... pero no veo ni compromiso ni riesgo corporal”, explica Enríquez.

Iñaki Moreno y Luciana Grassi en Closer. Foto: Cortesía de Elías Aguirre.

"Hay puestas en escenas donde actores no tiene dicción, no vocalizan, no interiorizan, no crean sus personajes", agrega Shapiro.

Finalmente, referirse a que las obras de formatos largos están perdiendo vigencia en la actualidad es un grave error para estos cuatro exponentes del arte. “Al decir que el teatro estaría perdiendo vigencia estaríamos comparándolo con la moda, que pasa porque ya no tiene interés comercial”, manifiesta Santi.

“Yo creo que tenemos que aprender a ser un poco más visionarios y un poco más ambiciosos, y romper un poco el convencionalismo, porque todo avanza, la tecnología avanza y eso arrastra todo”, señala Velasteguí. (I)