La última gira de Ecuador, con partidos frente Estados Unidos y México (ambos 1-1), dejó al descubierto un diagnóstico que ya no puede evadirse: el equipo nacional no tiene una idea de juego, no compite con solvencia, no evoluciona tácticamente y, lo que es peor, parece haber renunciado a construir un proyecto serio rumbo al Mundial 2026. Lo que se vio en la cancha no fue un accidente.

Fue la confirmación de un ciclo mal encaminado, liderado por un técnico que, hasta ahora, no ha demostrado estar a la altura de las exigencias que implica dirigir una selección que de la que se reclama ya no solo un papel decoroso, sino algún protagonismo en la cita mundialista. Lo logramos en Alemania 2006, pero fracasamos en las demás oportunidades.

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Sebastián Beccacece asumió con un discurso interesante y promesas de intensidad, posesión y valentía ofensiva, libreto que pareció haberse aprendido de memoria. En la cancha, Ecuador es ordenado defensivamente, pero nulo en la construcción en mitad de campo y completamente inofensivo en ataque.

Pese a la publicidad en torno a “la mejor defensa del planeta Tierra”, en voz de panegiristas en busca de una invitación con gastos pagados, la gira evidenció fragilidades que no se corrigen con frases motivacionales ni interpretaciones falsas en ruedas de prensa. Gustavo Alfaro era lo mismo, pero Beccacece carece del discurso almibarado y empalagoso con que el hoy DT de Paraguay embelesó a sus ‘viudas’, que aún lo lloran.

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La zaga se mostró lenta en coberturas, desconectada y sin coordinación. Estados Unidos y México, sin desplegar actuaciones brillantes, encontraron espacios con facilidad, atacaron por los costados y aprovecharon las fallas en la última línea. No hubo más goles en contra por la siempre eficiente actuación de Hernán Galíndez. “Es que faltó Piero Hincapié”, han alegado los defensores de oficio, pero en su lugar estuvo Joel Ordoñez, un zaguero del Brujas de Bélgica cotizado en casi $30 millones por Transfermarkt. ¿No era suficiente?

En el medio campo, el panorama sigue siendo preocupante. No hubo -ni ha habido nunca en este proceso- generación de juego entre líneas, jamás conectaron volantes y delanteros y se abusó del pelotazo. Tanto en eliminatorias como en estos amistosos es constante la carencia de un conductor, de un volante capaz de marcar pausas, de sorprender con un cambio de ritmo o de dar un pase filtrado. Ese jugador no existe en nuestra Selección.

Los partidarios del “excusómetro” exclaman que faltó el multi publicitado Moisés Caicedo, pero el del Chelsea interrumpe el juego contrario, despoja del balón al adversario y lo entrega atrás o a los laterales. Entre sus virtudes no está la construcción de juego, la inteligencia para horadar la defensa rival con la maniobra imprevista.

Arriba, la ineficacia sigue siendo el sello. Los llamados “volantes ofensivos”, tienen esa etiqueta que desmiente su juego. Como siempre ocurre, el solitario Enner Valencia fue el que produjo zozobra por temperamento, ganas y velocidad. Los que llegaron a veces al área contraria quedaron solos, víctimas de un plan inexistente y de un mediocampo incapaz de producir fútbol. Beccacece se niega a probar otras opciones en el ataque pese a que, excepto Enner, lo demás no sirve. A la pobreza táctica se suma una crítica inocultable: el DT no aprovechó la gira para introducir variantes ni observar nuevos talentos. Los mismos nombres, los mismos errores, el mismo desgaste. ¿Cuál fue el propósito real de estos amistosos? ¿Simple cumplimiento comercial?

El fútbol moderno exige renovación, detección de jóvenes con proyección. Beccacece no mostró intención alguna de abrir la competencia interna ni de oxigenar una nómina que necesita urgentes alternativas. “Estamos completos”, dice el timonel de un equipo incompleto. O es lo que le ordenan decir.

Los conductores de selección no disponen del tiempo de trabajo que tienen los clubes, por lo cual su capacidad de elegir y probar es determinante. Son seleccionadores, no entrenadores. Pero si ni siquiera se prueba, el estancamiento es inevitable. Mientras otras selecciones detectan promesas, dan minutos a futbolistas jóvenes y ensayan variantes tácticas, Ecuador repite fórmulas gastadas y se conforma con lo mínimo. Leonel Scaloni, con dos Copas América, una Finalissima y una Copa del Mundo, dio un ejemplo en estas dos fechas FIFA: hizo debutar a José Manuel López, Lautaro Rivero (21 años), Aníbal Moreno y Facundo Cambeses. Desde sus inicios en 2018, Scaloni ha incorporado a 40 nuevos jugadores.

La ausencia de identidad futbolística es otro elemento que no se puede ocultar más. No hay un plan definido, no se sabe si el equipo quiere la posesión o juega al contragolpe. La ‘filosofía’ es “corre y haz lo que se pueda”. Todo es una mezcla confusa de intentos aislados. Las selecciones con ambición construyen una identidad reconocible, un estilo de juego mezcla de conveniencia, calidad e inteligencia, independientemente del resultado de un amistoso. Hoy Ecuador carece de idea y de convicción.

Es necesario, aunque incómodo, hablar también del técnico. Beccacece llegó como un DT de perfil medio, con experiencias irregulares en clubes y sin logros consistentes. Su contratación se entendió más como una apuesta que como una elección basada en méritos. Tras esta gira, la percepción es aún más crítica: su aporte táctico es escaso, su lectura de partidos es limitada y sus decisiones en las convocatorias parecen responder más a compromisos tácitos que a convicciones deportivas.

Ayer y hoy la Selección parece caminar sin rumbo. No se percibe estructura táctica, ni renovación de piezas, ni autocrítica dirigencial. La Federación Ecuatoriana de Fútbol carga con su parte de responsabilidad: eligió un proyecto sin certezas, apostó por un entrenador que no garantiza crecimiento y no exige resultados futbolísticos claros. Los amistosos no son simples partidos, son laboratorios de ensayo y consolidación. Y Ecuador los está desperdiciando. Las selecciones que hoy construyen identidad no lo hacen pensando en entrar al Mundial de forma sobrada, sino en competir dignamente.

El pesimismo que empieza a instalarse en parte de la afición no surge de un capricho, sino de un desencanto con lo que se ve en la cancha y con lo que no se está haciendo fuera de ella. Una Selección que defiende bien -aunque no lo mostró en los amistosos-, pero no crea fútbol, no genera peligro y no ensaya variantes carece de cimientos básicos para competir. Y un cuerpo técnico que no corrige, no innova y no convoca con criterio limita cualquier margen de crecimiento.

Si la FEF insiste en sostener este proceso sin exigir cambios reales, el panorama del 2026 será decepcionante. No porque falte talento, si no porque sobra conformismo y escasea liderazgo. La gira por Norteamérica debió servir para crecer, y terminó evidenciando retrocesos.

Lo que está en juego no es un resultado amistoso, sino la credibilidad de un proyecto que, hasta ahora, no muestra razones para ilusionar a nadie. El tiempo para reaccionar es ahora. De lo contrario, el Mundial 2026 será una estación más de frustraciones anunciadas. (O)