Una oscuridad que presagia la tormenta que se cierne sobre nuestro país me hace olvidar, por momentos, la tarea de explorar el deporte para redactar mi columna dominical. ¿Qué importan hoy las Copas, los fracasos deportivos de los clubes del Astillero, la muerte del deporte en la Federación Deportiva del Guayas, entidad que parece haber cambiado el nombre por el de una empresa; las andanzas de un ministro del Deporte empeñado en fabricarse una imagen política con base en fotos y shows mientras las entidades del deportivas no reciben los fondos?

Vivimos una historia de terror, de sesiones inútiles, de incompetentes, de un discurso presidencial que parece grabado en un viejo casete (“Aplicaremos todo el peso de la ley; no habrá impunidad”, “llegaremos hasta las últimas consecuencias”). No existe un refugio donde escondernos para escapar de gatilleros o de políticos que disparan sus misiles al futuro de nuestra sociedad. ¿Quién detiene la violencia que burla los “triples anillos de seguridad” y nos coloca en riesgo de muerte a los que no contamos con los publicitados e inservibles “anillos”?

Me entristece el deceso de dos grandes amigos: la campeona María Cangá, estrella internacional de judo y atletismo, y Andrés Rendón Briones, comunicador social y reportero gráfico que ennobleció las filas de periódicos y revistas, entre ellos Diario EL UNIVERSO, donde lo tuve de compañero.

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¿Cómo escapar de la sombra siniestra que nos obnubila, que nos sumerge en el pesimismo y la desesperanza? A veces encuentro la paz en releer viejos libros, en ejemplares gastados de Estadio y El Gráfico, y en abrir álbumes en los que se hallan fotos muy antiguas que me recuerdan amigos muy admirados y me llevan a resucitar episodios casi olvidados.

Una de esas fotos me ha devuelto la luz y el sosiego momentáneo. No todos los que aparecen en la gráfica jugaron regularmente en el Club Sport Emelec, pero en los años 50 y 60 llegaban al estadio Capwell o al Modelo las mejores escuadras de América y Europa. A ellos enfrentaban nuestros equipos y para dar mejor espectáculo se reforzaban con futbolistas de otros clubes.

La foto que aparece en esta columna nos refresca la memoria de jugadores buenos para ayer, hoy y mañana, aunque los ‘sabios’ quinceañeros de radio y televisión que todavía manchan pañales digan que no sabían jugar al fútbol. Algunos no han podido ser superados por los cracks que solo corren para alcanzar la pelota y al tesorero del club, portador de un cheque suculento. No les importa la camiseta, cuya historia ignoran; únicamente les preocupa la cifra pactada con el presidente (a veces viene disminuida, vaya a saber por qué oscuro pacto).

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En el extremo izquierdo está Flavio Nall, un elástico zaguero central o marcador de punta de excelente técnica. Hubo una época en que Fedeguayas organizaba los campeonatos intercantonales. De la selección de Milagro, en 1954, surgió Flavio como marcador de punta, junto a otro crack: Hugo Pardo. Unión Deportiva Valdez lo fichó para alternar con el histórico Leonardo Mondragón.

Poco después se quedó con el puesto. Cuando Valdez desapareció en 1958 Nall pasó al Everest y estuvo en la selección nacional para el Sudamericano Extraordinario de 1959. Integró el combinado para las eliminatorias al Mundial de Chile 1962 y jugó en el Sudamericano de 1963 en Bolivia. Fue campeón nacional en 1962 con el recordado Rodillo Rojo.

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Junto a Nall aparece en la gráfica uno de los más técnicos mediocampistas de la historia del fútbol ecuatoriano: Jaime Carmelo Galarza. Como muchos muchachos surgió en los torneos de las Ligas de Novatos y de una entidad que produjo grandes estrellas: el Inglaterra, que dirigía don Toribio Espinosa de los Monteros. Era interior derecho. Para que sepan los ‘sabios’ quinceañeros: los delanteros eran cinco y hoy apenas queda uno, y si el técnico ‘equilibrado’ sufre un ataque de audacia, pone otro.

Al lado del puntero derecho jugaba el interior o entreala. Carmelo había nacido con una técnica exquisita que fue floreciendo sin maestros, con pura intuición. En 1954 se lo llevó a sus filas el Club Sport Patria para juntarlo al veterano maestro Fausto Montalván, quien quemaba sus últimos cartuchos. De Patria pasó a la selección de Guayas e hizo pareja con César Veinte mil Solórzano. En 1956 se juntó con Rómulo Gómez y ambos pasaron a la selección nacional.

En 1958 el Patria campeón invicto basó su dominio territorial con una línea de volantes que está entre las mejores de todos los tiempos: Carmelo Galarza y el argentino Oswaldo Fortunato Sierra. En 1959 los patricios repitieron el título bajo la dirección técnica de Montalván, quien unió a Galarza con el estupendo José Merizalde. Cuando pasó a 9 de Octubre Galarza se unió a otro gran mediocampista que venía de Aduana Portuaria: Raúl Montero. Nadie, si aprecia el fútbol bien jugado, podrá olvidar a Carmelo Galarza quien, aparte de creador de grandes jugadas, era un gran cobrador de tiros libres y penales.

En el centro de la foto está Honorato Gonzabay, citado por los que de verdad saben de fútbol y han visto cientos o miles de partidos, como uno de los más grandes y elegantes zagueros centrales. Ralph del Campo, uno de nuestros periodistas más prestigiosos, lo bautizó como Mariscal de campo y así ha quedado en la historia. Era centrodelantero en Milagro Sporting y lo apodaban Guarumo por su elevada talla.

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Un día faltó el zaguero central y lo pusieron allí a Gonzabay. Fue el inicio de su brillante carrera que continuó en Unión Deportiva Valdez, la selección de Ecuador de 1955, 1957 y 1959, Atlético Chalaco de Lima y 9 de Octubre. Era muy difícil pasarlo por alto, exquisito, refinado, elegante, era un espectáculo verlo salir con el balón dominado para entregarlo a sus volantes como un regalo placentero.

7-2 a Universidad Católica

El que sigue es el uruguayo Eustaquio Claro, llegado a Emelec en 1961. Había estado en la selección de su país en el Sudamericano juvenil de 1954 y, aparte de su clase, era un jugador de gran personalidad y de marca muy rigurosa. Fue campeón nacional con los eléctricos formando una gran línea media con el crack vicentino Walter Arellano. Jugó para Emelec la Copa Libertadores de 1962 y junto a José Merizalde formó la medular en la noche de la goleada 7-2 a Universidad Católica de Chile en el Modelo.

Y en el extremo derecho uno de los símbolos del Emelec de todos los tiempos: Raúl Argüello Espinoza, casi siempre marcador de punta y también zaguero central. Era técnico y a la vez duro, pero leal. Era un jovencito cuando le dieron la alternativa en primera junto a Jaime Ubilla y el gran defensa central argentino Eladio Leiss. Fueron famosos sus duelos con Gonzalo Chalo Salcedo, duro y valiente como su marcador. Era un choque de trenes en los clásicos del Astillero, pero nunca se quejaron; caían, rodaban y se levantaban sin chistar.

Nunca hubo reclamos entre ambos y seguían siendo grandes amigos fuera del césped. Argüello estuvo en la selección nacional de 1957 y 1959 y se marchó de Emelec a 9 de Octubre en 1963, luego de defender la divisa eléctrica por once temporadas. (O)