Nadie puede pretender ser jugador de fútbol sin jugar. El entorno de James Rodríguez debería aclarárselo. El profesionalismo no se circunscribe a llegar a clubes, firmar contratos, presentaciones, fotos, sonrisas y posteos en Twitter e Instagram. Alguna vez también hay que entrar al campo y demostrar, brillar, justificar, exhibirse en plenitud física, parecerse a un futbolista activo, sumarse a la intensidad que atraviesa el juego actual. En 2021, el colombiano estuvo desde el 22 de mayo (66 minutos en el Everton) hasta el 18 de octubre sin ponerse la camiseta para un partido oficial. Cinco meses exactos en dique seco. Ahora, en casi seis meses, registró 25 minutos para el Al Rayyan, al que dejó último de últimos, con un punto sobre veintiuno. Entre ambos compromisos, otras ausencias menos prolongadas. Sumado, bastante más de un año inactivo. Uno de dos. Acaba de fichar por el Olympiacos griego y, por su falta de ritmo, quizá demore otro poco en debutar.