Un maniquí de medio cuerpo enfundado con una camiseta azul sobre un fondo oscuro y una leyenda gigante: “The Hand of God” (La mano de Dios). Y un haz de luz iluminando en círculo la blusa más cara de la historia, no del fútbol, de la historia. Con esa escenografía, la casa de remates Sotheby’s, de Londres, subastó la casaca que Diego Maradona utilizó el 22 de junio de 1986 frente a Inglaterra batiendo todos los récords imaginables. Es el poder de los ídolos: una prenda cuyo costo industrial podría bordear los 5 euros se subastó en 8′291.000 millones, lo que, traducido en dólares, representan 8′617.565,91. Claro, quien la usó fue Maradona en uno de los partidos icónicos de los Mundiales: Argentina 2 - Inglaterra 1, un choque cargado de morbo y adrenalina por la ancestral rivalidad entre ambos y porque los países venían de una guerra reciente, la de Malvinas, en un territorio helado y hostil. En ese choque de cuartos de final el 10 marcó dos goles para la eternidad: el de la “Mano de Dios”, y el mejor que se recuerde en las Copas del Mundo, eludiendo a toda la defensa inglesa, arrancando detrás de la media cancha. Sotheby’s realizó una exhaustiva investigación y certificó sin posibilidad de dudas que la pieza es la que utilizó el astro durante el segundo tiempo de ese juego de México 1986, lapso en el que anotó esos dos tantos.

Dalma, la hija mayor de Diego, declaró que la prenda en poder de Hodge es la del primer tiempo, no la que vestía cuando marcó los goles. Sin embargo, la autenticidad de esa tela azul con el número 10 y el escudo de la AFA fue corroborada por Marcelo Ordás, conocido coleccionista argentino que viajó a Londres y pidió hasta por favor que no la vendieran: la quería para el patrimonio nacional. Ordás reunió varios apoyos financieros para adquirirla, de la misma AFA y otras personalidades, ofertó, pero no llegó a la cifra finalmente ganadora.

Bajo estrictas medidas de seguridad y, sobre todo, de confidencialidad, Sotheby’s comenzó la subasta el 20 de abril con una oferta inicial de 4 millones de libras esterlinas. Esperaban un techo de 6 millones, pero finalmente se superaron todas las expectativas. El comprador, único dato que circuló, es un inversor de Emiratos Árabes Unidos.

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Durante mucho tiempo, Steve Hodge tuvo esa 10 azul arrumbada en un placard sin darle importancia, por suerte las polillas no la victimizaron. Incluso nunca la lavó y está con la transpiración seca de Maradona.

“La cambié al final del partido y me han criticado mucho por eso. Varios compañeros de selección se enojaron conmigo. Ha sido incómodo y desagradable”, indicó Steve, en una entrevista con la BBC. La venta batió la marca que había alcanzado la malla de Babe Ruth, el célebre beisbolista norteamericano, de 5,21 millones de euros. No era de extrañar: por su talento excepcional, su extravagante y fuerte personalidad, la intensidad de su vida y sus excesos, Maradona ejerce una fascinación notable en todo el planeta. Ni Pelé ni Messi se le aproximan en esa escala de idolatría. Hodge vivió una tarde negra aquel 22 de junio, un error suyo –un pase alto hacia atrás para su arquero Shilton que quedó corto– desembocó en el primer gol argentino, pero el destino lo agració con la camiseta, que a los 59 años le da una jubilación dorada.

¿Por qué quiso cambiar la camiseta de su verdugo, del victimario de toda Inglaterra…? En verdad no lo buscó, fue todo casual. “Mierda, fui yo, pensé en ese instante cuando Maradona marcó”, reconoce. Y ese pensamiento le duró incluso después del cotejo. No veía la hora de salir de allí. Al final del juego, cuando se estaban yendo del campo, el periodista inglés Gary Newbon se metió al césped y lo paró para obtener unas declaraciones; sus compañeros siguieron hacia el camarín; en el medio del campo, los jugadores argentinos gritaban y saltaban de alegría. Cuando terminó su entrevista y se disponía a entrar en el túnel, Hodge se encontró de frente con Maradona y se tocó el pecho en el clásico gesto de “¿cambiamos…?”. Diego le dio la 10 y él su 18.

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Y llegó al vestuario. “Eso era un hervidero y todo el mundo hablaba de la jugada, de cómo nos habían engañado. Puse rápido la camiseta en mi bolsa”, confiesa Hodge.

El coleccionismo de objetos deportivos, especialmente de fútbol, está alcanzando niveles insospechados y hay todo un submundo detrás que está a la caza de artículos de alto valor histórico: camisetas, balones, botines, trofeos. Algunos pueden valer fortunas. Esa blusa de Maradona era uno de los tres artículos más preciados del fútbol, pues aquel ante Inglaterra fue el partido con mayor carga geopolítica de la historia y justo allí hizo sus dos goles célebres. Los otros dos son las de Alcides Ghiggia, autor del gol del Macaranazo en 1950, porque se lo considera el gol que propició el triunfo más increíble. Y la de Pelé de la final de 1970, ya que ese duelo frente a Italia marcó el final de su carrera mundialista, pero nadie sabe dónde está esa casaca, unos dicen que podría haberla guardado uno de los utileros de Brasil (muy poco probable, ya la hubiese vendido) y otros que aún la tiene un coleccionista mexicano. Nunca se supo más de ella, alguien se la quitó a O Rei al momento del festejo. Lo notable es que las tres fueron de sudamericanos.

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Un técnico de la casa de remates Sotheby’s acomoda para subasta la camiseta que usó Diego Maradona en México 1986 contra la selección de fútbol de Inglaterra. Foto: AFP

Esa prenda celeste con el número 7 rojo adosado en el dorso, la de Ghiggia, quizás salga a la venta y obtenga un precio millonario. Está en inmaculado estado. Se sabe porque así la vendió el puntero uruguayo unos años antes de morir para ayudarse económicamente.

Gigghia marcó quizás el gol más trascendente de todos los tiempos, cuando una pequeña nación como Uruguay, aún más diminuta demográficamente en 1950, venció a Brasil, cuyo favoritismo era de 100 a 1. No solo era una final del mundo, además el coloso amazónico jugaba en su casa y con solo empatar se coronaba por primera vez campeón. Doscientas mil personas lo alentaban desde las tribunas del Maracaná y apenas iniciado el segundo tiempo ya ganaba 1 a 0. Se esperaba una amplia victoria, incluso se habían impreso decenas de miles de diarios con “BRASIL CAMPEÃO DO MUNDO” en portada, en letras tipo cataclismo, los cuales habían sido llevados a las puertas del estadio para que la felicidad de la torcida los agotara enseguida. Pero Uruguay fue mejorando y logró empatar. Unos minutos después, ya cerca del final, en una corrida solitaria por su punta, la derecha, Ghiggia clavó el gol inmortal y congeló a la multitud. “Se podía escuchar a alguien tosiendo, el murmullo de papeles que levantaba el viento, el silencio era total”, contó el autor de la proeza. (O)