Al margen de una calificación relativa sobre lo que significó la presencia de Joao Havelange en el fútbol mundial, las decisiones del dirigente brasileño (presidencia de la FIFA de 1974 a 1998) fueron una bisagra en la historia de las copas del mundo. Sus consignas de campaña para alcanzar el cargo eran: 1) Globalizar el deporte; 2) Institucionalizar a la FIFA que, hasta ese momento era selectiva y zona privativa para las grandes potencias económicas europeas, y por añadidura Brasil y Argentina; y, 3) Incorporar a la FIFA a países de continentes aislados futbolísticamente como Asia y África. Havelange tenía una idea fija: si la FIFA involucraba a más países, habría más aficionados y así la comercialización del fútbol se facilitaría. Ganó las elecciones con esas promesas al otro candidato Stanley Rous, dirigente inglés que desde 1961 lideraba la FIFA (muy criticado por su oposición radical de otorgar plazas directas a los mundiales a países de Asia y África).

Pero este no fue su único pecado. El que le trajo serias consecuencias fue apoyar frontalmente el apartheid que soportaba Sudáfrica. Estos desaciertos del inglés le dieron vía libre a Havelange, elegido presidente de la FIFA en 1974. Con él, el crecimiento económico de la FIFA fue espectacular. Cifras millonarias engordaban las arcas de esta institución que, convertida en una próspera industria. Creció la venta de derechos de televisión, hubo un marketing agresivo y llegaron auspiciantes multinacionales. Su éxito le otorgó fama y poder político. Sus logros llegaron a convencer a reyes, presidentes y primeros ministros de que el fútbol tenía un jefe supremo. A Havelange se lo llegó a denominar “el maestro del poder”. Bajo el lema de “el fútbol es para todos” hizo que federaciones aisladas aumenten el número de afiliados a la FIFA, organizó mundiales juveniles otorgando sedes a países como Nigeria, Egipto, Túnez, Japón, Australia, Malasia, Catar y consiguió que, desde el Mundial de España 1982, participen 24 selecciones. También concedió sedes directas en ese torneo a equipos de los cinco continentes.

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En el congreso de la FIFA de 1982 en Madrid, Havelange dijo que faltaba poco para que a un Mundial asistan 32 selecciones y lo cumplió en el de 1998. Insistía en que el fútbol podía servir para desarrollar a países con economías pobres, pero directivos cercanos sabían que lo que Havelange en el fondo pretendía era que la expansión siga llenando de francos suizos las millonarias cuentas corrientes de la FIFA. Luego conocimos que formó parte de esa banda de corruptos que mejoraron sus economías con el fútbol. En su discurso en 1982 Havelange dijo: “Muy pronto el campeón del mundo llegará de África”, algo que hasta 2022 no ha sucedido. Todo lo contrario, solo fracasos, salvo contadas excepciones.

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Debieron de pasar más de 100 años para que Sudáfrica se convierta en el primer país de África en organizar un Mundial en el 2010. Vicente del Bosque, DT de España y campeón en ese torneo, en un taller que realizó la Confederación Africana de Fútbol en el 2021, conjuntamente con la FIFA, repitió lo que 30 años antes había dicho Havelange: que “África es el continente del futuro del fútbol y que muy pronto serán los campeones mundiales”. Lo que fue muy aplaudido y creído por muchos no se ha cumplido. Hace pocos días, el nuevo presidente de la Confederación Africana, el sudafricano Patrice Motsepe, volvió a tocar el tema y orgulloso repitió: “Una selección de África puede ganar la Copa del Mundo en un futuro muy cercano”. Más palabras se agregan a este panorama de permanentes fracasos que han acompañado las participaciones de ese continente en los mundiales desde su estreno en Italia 1934, cuando Egipto jugó un partido que perdió ante Hungría y debió irse inmediatamente, sin pena ni gloria. En México 1970 reapareció África, con Marruecos, que jugó tres partidos y obtuvo su primer punto al empatar con Bulgaria. En Alemania 1974 intervino Zaire, que llegó con trajes multicolores, cánticos, barras bulliciosas y hasta hechiceros que no sirvieron para nada, porque la selección africana recibió en tres partidos 14 goles y no convirtió ninguno.

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Lo que llamaba la atención por esa época es que muchos africanos jugaban con éxito en equipos importantes de Europa. En 1990 Camerún dio la sorpresa en el partido inaugural contra Argentina, a la que le ganó 1-0 con un cabezazo de François Omam-Biyik a los 66 minutos, que dejó en silencio a todo el estadio. Ganaron los cameruneses y clasificaron a octavos de final, donde eliminaron a Colombia 2-1, con el recordado Roger Milla al aprovechar la irresponsabilidad del gran René Higuita. Ya en cuartos de final, Camerún perdió apretadamente con Inglaterra 3-2, pero las esperanzas fueron nuevamente puestas al continente africano. Nigeria llegó al Mundial de 1998 convenciendo a muchos de que era la favorita para campeonar. Se comentaba que ya era hora de que el continente donde habían nacido Eusebio (Mozambique), Keita (Mali), Weah (Liberia), Abedí (Ghana) Eto’o (Camerún), Finidi (Nigeria) ganara un Mundial. Todo siguió igual, pese al dicho que de la nueva época del fútbol es para África.

Se lo comprueba fácilmente que en tantos Mundiales los éxitos africanos han sido relativos y escasos. Camerún (1990), Senegal (2002) y Ghana (2010), que alcanzaron cuartos de final; ninguna otra selección ha hecho algo más importante. En el Mundial de Rusia 2018 los cinco equipos africanos fueron eliminados en la fase de grupos. Hoy, a las puertas del Mundial de Catar, nuevamente los africanos amenazan, envalentonados, con grandes figuras que destacan al máximo nivel, como el egipcio Mohamed Salah, y las figuras senegalesas Sadio Mané (Senegal), Kalidou Koulibaly y Benjamin Mendy; tantos otros jugadores que son estelares en Europa. En estos días que he observado el nivel de la Copa Africana de Naciones no me convence el pensamiento de Havelange de 1982, ni el de Gianni Infantino, hoy presidente de la FIFA, que alienta la opción de los africanos para el Mundial que viene. Ahora Infantino está interesado en los votos de ese continente para cumplir su sueño de un Mundial cada dos años y con 48 equipos (regalando más cupos a los continentes que estén alineados con su tesis). Infantino es capaz de hacer y decir cualquier cosa, hasta rayar en la estupidez cuando afirma que el Mundial cada dos años serviría para frenar la migración africana hacia Europa.

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Si África no supera sus serios problemas sociales, económicos y políticos, difícilmente tendrá selecciones aspirantes a campeonas del mundo; el fútbol es el reflejo de las sociedades. Los africanos emigran por desesperación y desesperanza social e Infantino trata frívolamente la desgarradora crisis de los refugiados africanos. Embriagado de poder, reta a la realidad para conseguir sus obcecados fines. (O)