Las primeras fechas de las eliminatorias a Catar 2022 han dejado otra vez instalada una discusión entre los que destacamos la importancia del juego y los que privilegian el concepto de que, por sobre el juego, prevalece el correr. Lo oí en un programa de la televisión argentina luego del triunfo de la albiceleste sobre Perú. Esteban Edul, un jovencito encargado de desprestigiar la historia como la meta de su vida de periodista, atribuyó la victoria de su selección a que los pupilos de Lionel Scaloni corrieron los 90 minutos y más. Como siempre, le saltó a la yugular el veterano Horacio Pagani, para quien jugar es lo primordial, con la sapiencia que le dan sus 54 años de periodista deportivo de primer nivel y los miles de partidos vistos en su vida con actores como Sívori, Maschio, Pizutti, Brindisi, Maradona y algunos cientos más.

Edul es uno de los tantos vendedores de baratijas en el supermercado de las comunicaciones. Gracias a él, y a algunos como él, dirigentes y los empresarios de jugadores duermen plácidos con carteras repletas de dólares. La consigna es: “no hay que hablar mal del fútbol porque muchos vivimos de él. No desprestigiemos aquello que nos da de comer”. Y para satisfacer a sus patrocinadores hablan pestes del balompié de antes, cuando los futbolistas –según ellos– caminaban, eran lentos, perezosos. ¿Ejemplos de esos ‘ineptos’ que estaban dormidos cuando les llegaba la esférica?: Ángel Labruna, José Manuel Moreno, Juan Alberto Schiaffino, Alfredo Di Stéfano, Pelé, Alberto Spencer, Juan Joya. Nada que ver con esos bichos supersónicos de hoy, que pegan un esprint de campeones olímpicos, pero que cuando les dan el balón no saben qué hacer con la pelota.

¿Es mejor el fútbol de hoy que el de antes? El inigualado periodista Dante Panzeri consideró absurdo hacer esa comparación. Para él la única diferencia que existía era entre el fútbol bien jugado y mal jugado. Y eso existe hoy y existió antes. Si uno interroga al fanático de Peñarol y le pregunta si prefiere a ese descolorido equipo de hoy por sobre el de Tito Goncálvez, Pedro Rocha o Spencer, si es un ser normal, responderá que preferiría retroceder a los años 60 en que los aurinegros fueron dos veces campeones intercontinentales, tres veces ganadores de la Copa Libertadores y figuran entre los 16 mejores equipos del mundo en todas las épocas. Lo mismo diría un hincha de Santos que recuerda al de Pelé, Zito, Coutinho y Pepe. Y uno de Botafogo no querrá comparar al equipo de hoy con el de Garrincha, Nilton Santos y Paulo Valentim. En nuestro medio un emelecista añorará a Los Cinco Reyes Magos de Fernando Paternoster, y un hincha torero querrá revivir al de Spencer, Bazurko, Bolaños, Muñoz, Lecaro y Macías. Barcelona de la era Guardiola no estaba formado por sprinters. Todos los jugadores eran geniales y aplicaban los diez mandamientos del credo menottista: “achique, zona, barrido, presión, rombo, toque, orden, espectáculo, talento y ambición para soñar”. La consigna era jugar, que es la esencia misma del fútbol de antes y de ahora. “No confundamos fútbol y atletismo. Se aprende a jugar jugando, no en un gimnasio”: Jorge Valdano dixit. A su retiro el campeón olímpico y recordista mundial de los 100 metros planos, Usain Bolt, decidió incursionar en el fútbol y fracasó porque sabía correr, pero ignoraba la esencia del juego. Con otras palabras lo dijo Carmelo Martín, español y maestro de las letras: “Jugar para que el césped crezca como Dios manda. El fútbol es un espacio para ser libres. Al balón hay que sacarle música. Un estadio es un teatro de ópera que arranca ‘¡Bravos!’ y otras explosiones de alegría”.

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¿Está reñida la estética con la eficacia? Sí, pero solo para los que odian el arte como disfrute del espíritu. Yo chocaré siempre con estos impostores. Como sostiene Jorge Valdano “soy un tradicionalista más preocupado por recuperar viejos valores que en inventar nuevos”. Cuánto gozamos con la sinfonía que nos daban Sergio Busquets, Xavi Hernández y Andrés Iniesta, ilusionistas del césped que permitían el lucimiento goleador de Messi o Luis Suárez. El secreto de sus victorias incomparables estaba en la inteligencia, no en el correr ni en la velocidad. Eran fútbol puro. Ingeniosos y veloces hubo siempre en nuestro país o fuera de él. ¿Hay todavía los que recuerdan los flechazos que metía el argentino Carlos Gambina a ese relámpago que era Enrique Raymondi? ¿O las virtudes creativas de Gerardo Layedra que convirtieron en goleador a Spencer como lo recordó en una entrevista que le hiciera en Nueva York en el 2006? En estas eliminatorias, que se reanudarán en marzo venidero, supervive el optimismo por la campaña cumplida por nuestra Selección, que es una sabia mezcla de experiencia y juventud. Gustavo Alfaro ejerce una buena influencia en un plantel que no lo inventó él. Hay que darle el mérito a Jorge Célico, el que tuvo a los más jóvenes desde las categorías menores. Hoy la mayoría de ellos juegan igual que lo hicieron en el Sudamericano sub-20 y en el Mundial de Polonia. Al lado de ellos están Arboleda, que ojalá mantenga la disciplina; Arreaga, con su carrera en Barcelona y su actual experiencia en la MLS; Enner Valencia, con largo tránsito con la Tricolor y el sensacional Ángel Mena, el mejor de todos, a quien los técnicos y dirigentes del pasado le negaron oportunidades en la Selección y recién es descubierto en toda su espléndida dimensión a los 32 años, con mucho camino por transitar en una explosión de jerarquía y goles.

De la historia queda un ejemplo: para Rusia 2018, a estas alturas teníamos puntaje perfecto y un camino casi despejado. Y chocamos con el tráiler de la arrogancia, la indisciplina y la improvisación. Gustavo Quinteros no fue dinamitado por el periodismo, pese a las críticas regionalistas. Cuando se produjeron los primeros resultados ya eso no existía. Luego de la victoria ante Argentina lo atropelló la soberbia. Llegó a decir que no aceptaba opiniones ajenas porque en Ecuador el único que sabía de fútbol era él. Su desprecio a los demás llegó hasta el vestuario y se agregó a ello la descomposición moral en la FEF, cuando se supo de la participación de su presidente en el escandaloso capítulo de los sobornos. La historia, “esa sabia maestra de la vida” (Cicerón) de la que recibimos a diario orientación, estímulo y ejemplo, nos obliga a ser cautelosos y prudentes, sin dejar de aplaudir a nuestra Selección y sentirnos entusiasmados por las actuaciones en tres de los cuatro partidos. Alfaro y Célico –su consejero–, con los jugadores, irán por más.

Es imposible atar al equipo a fórmulas ultradefensivas y reducir en los futbolistas sus ansias y hambre de fama, de mejores condiciones en clubes importantes. Estoy seguro de que siempre irán para adelante con rebeldía, pero sin perder el orden. Lo mostraron ante una Colombia que fue puro relumbrón, con jugadores de sueldos millonarios en varios clubes de Europa y fueron arrollados por el tsunami tricolor. (O)