Dice una vieja regla del periodismo argentino: cuando un equipo conquista un torneo, el título de tapa debe contener obligatoriamente la palabra CAMPEÓN. “Campeón del coraje”, “Campeón de América”, “Brillante campeón”… Cualquiera sea la variante, debe llevar ese componente. Es tan difícil lograrlo que debe quedar el registro, para perennizar la obra. En el caso de Independiente del Valle diríamos “Campeón con fútbol y carácter”. Es un magnífico monarca continental, un equipo sin miedo y con argumentos técnico-tácticos. Como hinchas de fútbol, nos vemos totalmente representados por este grupo de jugadores y su entrenador.

Que el bautismo con la gloria se dé primero en el campo internacional que en el nacional no es normal. Es una pirámide invertida. A muchos clubes les ha costado un siglo coronarse más allá de sus fronteras. Pero ya va a llegar también eso, Independiente del Valle no parece una flor de verano. Si no es un hombre, si es una idea, habrá llegado para permanecer.

Una de las últimas zonceras instaladas en el fútbol dice que lo único valedero es ganar la Champions o el Mundial; cualquier cosa fuera de eso no existe. Una ignorancia. Todos los títulos son hermosos y se disfrutan, ser campeón es una sensación maravillosa. Esta Copa Sudamericana es valiosísima e Independiente del Valle ya está en la historia. Y no sólo por alzar el trofeo, también por la forma. No es igual ganar metido atrás, colgado del travesaño, que jugando con grandeza y valor.  

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Nunca le quedó grande la final a Independiente. Se tomó diez, acaso quince minutos para estudiar al rival y cómo venía el partido. Procesó los datos y empezó a jugar. Nunca revolear la pelota, toque, triangulación, seguridad en el pase, movilidad para ofrecer siempre una descarga al compañero que trae la pelota, ocupar bien los espacios, seguridad defensiva primero, ir soltándose después. Y a partir de allí, lo individual, lo que cada uno trae de la casa. No inventó la vacuna contra el cáncer, siguió los fundamentos clásicos del manual de jugar bien. La sencillez de un técnico es un valor adicional.

Tampoco le pesó el tremendo marco compuesto por la hinchada de Colón, casi 40.000 corazones rojinegras desbordantes de ilusión, algo pocas veces visto. Desde lo anímico, Independiente jugó como se juega un domingo antes del asado, con soltura y resaltante personalidad. Y eso es, justamente, lo más importante en una final. Cuando un grupo de jugadores sale a competir con tal serenidad y confianza hay mérito del conductor, en este caso el español Miguel Ángel Ramírez. Nunca supimos de un equipo valiente con un técnico pusilánime. Lo primero desciende desde el liderazgo ejercido por el comandante.

La armonía colectiva potenció el aporte individual. Y generó notas muy altas. Cristian Pellerano, veterano trajinador del oficio, inteligente distribuidor, manejador de pausas y aceleraciones, encuentra a los 37 años la medalla que adorna su carrera. Fue lejos la figura de la cancha. Él decidió cómo se jugaría el partido. En 2010 tuvo una actuación notable en Independiente de Avellaneda frente a Peñarol en un 3 a 0, con un golazo suyo incluido. Nos hizo acordar de aquella noche. Pinos, arquero decisivo, por presencia física y espiritual, por tapar el penal clave. Si era gol pudo haber motorizado la remontada de Colón. Luis Fernando León, por su resistencia defensiva, pero sobre todo por el cabezazo matador que quebró el partido. Eso fue todo perfecto, merece contarse: el centro magistral de Pellerano (un pase a la cabeza), el salto elástico de León y su cabezazo de pique al suelo; con el campo mojado, esa bola picaba y se metía. Así fue.

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Luego, destacar una vez más a John Sánchez, autor de aquel golazo notable en Avellaneda, la llave de la clasificación a la semifinal. Ahora por ese segundo gol a Colón, testimonio de un arranque fenomenal, imparable. Un jugador llamado a ser importante, no obstante dejémoslo en puntos suspensivos. ¡Prudencia…! Hemos hecho muchos vaticinios y luego quedaron en nada a causa de la mentalidad de estos muchachos. Física y técnicamente son dotados, luego sus mentes decidirán. Todo aquel equipo de Independente del Valle finalista de la Libertadores parecía tener destino europeo. José Angulo iba a ser una estrella. ¿Qué fue de ellos…? Spencer hubo uno. Llegó sólo y con un bolsito a Montevideo en 1960 cuando Uruguay era una potencia futbolística. Y tocó las cumbres más altas. Veremos qué es de Sánchez en dos años.

La clase de Efrén Mera, los goles de Dájome, el aguante de Schunke, el muy buen lateral Landázuri, el punterito Cabeza, pensante y generoso en el tercer gol de cederle la pelota a Dájome en lugar de intentar hacerlo él. Todos contribuyeron en buena medida a la epopeya de este club que en seis años pasó del anonimato total a campeón sudamericano. Una entidad con un proyecto detrás: trascender desde la formación de jugadores. Pero, sobre todo, desde la captación, lo cual no termina de entender la mayoría de los dirigentes: mucho más importante que la formación es la captación, barrer el país buscando talentos. Una vez reclutados, sí, darles las armas para desarrollar sus habilidades. Independiente del Valle lo demuestra de nuevo: no hay imposibles en el fútbol (tampoco en la vida), si se trabaja bien, con inteligencia, si se pone todo en el objetivo, si se sabe de fútbol. No se necesita la chequera del FC Barcelona para llegar al éxito.

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“¿Campo neutral en la final de la Sudamericana? Colón juega de local. ¿Es lo mismo viajar de Argentina a Asunción que de Quito a Asunción?”. Un tuitero puso en duda la sede de la final. Debería explicársele: estaba decidido desde un año antes la final única. Ni se soñaba que Colón e Independiente llegarían a esta instancia. Y, además, la designada en principio era Lima, mucho más cercana a Ecuador. Pero igual Colón hubiese llevado mucha gente. Es una tradición del hincha argentino acompañar masivamente a su equipo y llenar la cancha.

Colón merece su párrafo. Fue menos, aunque no tan menos como sugiere el resultado. Sufrió un traspié inesperado: el día anterior se le lesionó Aliendro, su jugador más importante, digamos el Pellerano de Colón, pero con mejor manejo y más llegada. Y ya en el partido, su gran figura, el Pulga Rodríguez, tuvo una tarde para el olvido. Todo mal, incluso el penal, pésimamente ejecutado (aunque bien atajado). Nunca esperas que tu líder esté con los botines cambiados. El ambiente lo sabía: Colón era 60% esperanza, 40% realidad. Lo intuía difícil porque el rival era peligroso, bravo.

Vaya una mención de honor a la corrección del público, estoico dado el vendaval desatado en Asunción (hemos viajado unas trescientas veces allí y cuando se descarga el agua en la capital guaraní parece el fin del mundo). Aplausos para la caballerosidad de todos. El pasillo que ambos equipos se prodigaron en la premiación. Excelente: cordialidad, respeto. Incluso los jugadores de Colón declararon ponderando al vencedor: “Juega muy bien, tiene una idea muy clara de juego, nada que decir”, señalaron Burián y Estigarribia.

Unas últimas líneas al pueblo rojinegro. Colón es un cuadro de modestia y popularidad, la cual acaba de poner de manifiesto. Jamás en la historia un equipo llevó tanta gente al extranjero. Imaginamos la triste caravana del retorno, la mojadura, la tristeza, bocas silenciosas, banderas que no flamean, trompetas que no hacen ruido... La ilusión es una plata bien gastada, nunca es vana, lo vivido se vivió y está en el haber del alma. (O)

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