Con el estilo escueto y sobrio que imperaba en el periodismo hace medio siglo (al menos para el fútbol), O Estado de Sao Paulo tituló en su página deportiva del 3 de agosto de 1962: “El Santos empató: es campeón de América”. Hoy lanzaría ediciones especiales con decenas de páginas, pero entonces lo ilustraba con tres fotos, una crónica ultraparcializada y las alineaciones de los equipos. Así cubría una final de Copa Libertadores jugada en el propio estado de San Pablo el diario más importante. El fútbol ya era el deporte rey, pero no tenía la corona dorada que luce hoy. De cualquier modo, la noticia no tendría nada de extraordinario si no fuera porque Santos en verdad no se coronó campeón de América. Al menos no en esa noche agitada, violenta, accidentada e interminable que enmarcó al más insólito de los 5.078 partidos de la Copa Libertadores (hasta la edición 2015 incluida). Y no fue un error del diario...

Cuando ya eran las primeras horas de la madrugada de ese 3 de agosto, la torcida santista seguía celebrando en las tribunas. En el camarín, los jugadores brasileños se abrazaban y cantaban el clásico “e-cam-pe-ao…”. Después de más de 4 horas de partido, agresiones e interrupciones, Santos había igualado 3 a 3 con Peñarol y se coronaba campeón de América (o al menos eso parecía...), dado que en el cotejo inicial en Montevideo había vencido 2 a 1 con dos goles del fantástico Coutinho, un gordito que desactivó la peyorativa frase “es un gordito”. Reivindicó a todos los de clase. Era relleno, sí, pero hacía filigranas inconcebibles con Pelé. Unos pocos años después de haberse juntado él con O Rei en el ataque santista, en 1964, aparecieron en Lanús dos muchachitos que, acaso inspirados por aquellos, levantaban también unas paredes preciosas, milimétricas. Eran Silva y Acosta, una versión autóctona de la dupla más extraordinaria que haya visto el fútbol mundial. Por esas deliciosas edificaciones que trazaban en la espesura del área, alguien les adjudicó un mote genial: “Los Albañiles, tan bueno que lo merecían Pelé y Coutinho. Lo hubiesen universalizado.

Todo era jolgorio en Vila Belmiro. Sin embargo, a José Macía Pepe, el potentísimo puntero izquierdo autor de 405 goles, algo no le cerraba. Quería celebrar pero no le salía. ¿Qué pasaba...? Nos lo contó personalmente en junio del 2012:

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-Cuando terminó el partido, para nosotros y para la gente éramos campeones. Todo el mundo celebraba. Pero, al volver al vestuario, en el pasillo, el lateral derecho uruguayo González (Edgardo) me dijo: 'Mirá que no valía, eh...' Se refería al empate. Le entendí perfecto porque mis padres y toda mi familia eran españoles y yo hablo castellano. Me dejó confundido. Entré al vestuario y lo comenté, pero no le dieron importancia al tema, siguieron festejando, aunque yo seguía pensando en eso que me había dicho González. Al día siguiente nos enteramos qué significaba: el réferi lo había terminado con el 3 a 2 para Peñarol y debíamos disputar un tercer partido. Pero mejor…

-¿Por qué, Pepe…?

-Porque tuvimos que ir a Buenos Aires y ahí les dimos un “chocolate”: 3 a 0.

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Sonrió como diciendo ¿querían tercer partido…? Ahí lo tienen.

¿Qué había sucedido...? De todo. Vencía Peñarol 1-0 con gol de Spencer y lo dio vuelta el Santos a través de Dorval y Mengalvio, todo en el primer tiempo. Pero apenas comenzado el segundo, en 6 minutos de nuevo Peñarol pasó al frente con tantos de Spencer y Sasía: 3-2. El público, ya exaltado, ahora parecía explotar. Y un suceso lo enardeció más. Pepe Sasía lo recuerda en su libro Orsai en el paraíso:

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-El lío fue conmigo porque en el segundo gol de Spencer yo le tiré tierra en los ojos a Gilmar, el arquero de ellos. Saltó a buscar un centro y quedó ciego, atrás entró Spencer y cabeceó al gol.

Vila Belmiro era entonces una cajita de zapatos. El público no estaba pegado a la cancha, estaba cosido y clavado. Inadmisible que una final de América se jugara en dicho escenario, pero era lo que había. No existía la televisación en directo, y la que había en diferido mostraba imágenes borrosas en blanco y negro. Más de noche, porque la luz de todos los estadios era pobre, amarillenta.

El juez chileno Carlos Robles no advirtió la sucia picardía de Sasía, pero la torcida sí, y desde entonces comenzó a arrojar piedras, palos, botellas (no tiraban celulares porque no había). Inmediatamente después del tercer tanto peñarolense, el árbitro se acercó a la alambrada a sancionar un tiro de esquina y recibió de lleno un botellazo arrojado por la parcialidad de Santos, le pegó en la parte posterior del cuello, quedó bamboleante, lo llevaron al vestuario y allí estuvo una hora y media. ¿El partido...? Detenido. ¿La gente...? tronando. Iban 7 minutos del segundo tiempo al momento de la suspensión.

En camarines empezó otra guerra de nervios y gestiones cruzadas entre directivos. Robles, decidido a suspender el duelo, recibió amenazas de todo tipo de parte de los locales para continuarlo. El técnico Lula admitió haberlo tomado del cuello. El partido había comenzado a las 9 y media de la noche del 2 de agosto. A las 0:12 del viernes 3, los 22 jugadores volvieron al rectángulo para retomar el juego. Pero solo los de Peñarol estaban enterados de un hecho fundamental: los 38 minutos que restaban disputarse no serían oficiales. Para el público, el juego siguió normalmente, pero Robles ya había cerrado la planilla con el triunfo visitante por 3 a 2. En el lapso que se jugó “pour la gallerie”, Pagão conquistó el empate a 3, que supuestamente le daba el título a Santos, con lo cual amainó la iracundia de las tribunas. De allí las celebraciones del final. De allí también que los diarios titularan “Santos, campeón de América”.

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En los febriles momentos de la suspensión, alguien le sugirió a Robles una idea ingeniosa: “Entre y juéguelo como si no pasara nada, al menos podrán salir con vida”. Funcionó. Al día siguiente por la tarde, cuando ya la terna arbitral había abordado el avión de regreso a su país, se supo la verdad: el partido terminó 3-2 y habría desempate en Buenos Aires. A los dos días se conoció el dramático informe del juez. Robles lo dirigió al argentino Raúl H. Colombo, entonces presidente de la Conmebol (una época en que todavía los titulares de la Confederación no iban presos ni pagaban fianzas de 20 millones de dólares). Decía así:

“Sr. Presidente de la CSF; de mi mayor consideración.
“Por intermedio de la presente paso a informar a usted los detalles de los incidentes ocurridos en el Match jugado anoche en la ciudad de Santos, entre el dueño de casa, Santos F. C. y Peñarol de Montevideo.
“Transcurrían siete minutos del segundo tiempo y en circunstancias en que había cobrado un tiro de esquina a favor del equipo de Santos, al tomar mi ubicación cerca del vertical, me fue lanzada una botella, la que me pegó en el cuello. Debido a esto quedé semi-inconsciente y momentáneamente ciego. Al recuperar la lucidez me encontré en los vestuarios rodeado de dirigentes.
“Por lo expresado más arriba, decidí suspender el match por no tener garantías para desarrollar mi misión.
“Personeros directivos brasileños trataban de convencerme para que continuara el partido a lo cual me negué rotundamente. Debido a mi actitud fui amenazado por el Presidente de la Federación Paulista, Sr. João Mendonça Falcão, quién me dijo que si no continuaba dirigiendo el match, él como diputado, me haría detener por la Policía.
“Como yo mantuve mi decisión, me insultó. Delante de mis compañeros, Bustamante y Massaro, diciéndome ‘ladrón, cobarde, yo puedo probar que usted es un sinvergüenza’.
“Otras dos personas que había entrado al vestuario pretendiendo hacer cambiar mi actitud, los señores Luis Alonso (Lula), entrenador de Santos y el Presidente del mismo Athiê Jorge Coury, me insultaron y dijeron que ellos no respondían por mi vida al salir del Estadio”.

Robles dice que después de 54 minutos de suspensión (el diario O Estado de Sao Paulo habla de una hora y media), hizo seguir el partido pero con formulario cerrado. Este hecho no estuvo en conocimiento ni de los dirigentes, ni de los jugadores brasileros.

Ni bien ingresó al campo, Carlos Robles habló con los orientales Goncálvez, Sasía y Maidana y les dijo con gravedad:

-Muchachos, ayúdenme por favor, porque sino acá nos matan a todos.

Cuando transcurrían 23 minutos y en momentos en que Santos convertía el gol del empate, el línea Massaro fue agredido de un botellazo en la cabeza lo que le provocó un corte. Nuevamente los jueces retornaron al vestuario para asistir al línea y otra vez los dirigentes santistas amenazaron a los chilenos para que continuaran el partido. Pocas veces hubo tanto peligro de muerte en un partido de fútbol.

Al retornar por segunda vez al césped, se reanudó insólitamente el enfrentamiento y se completaron por fin los 38 minutos de ficción, algo de lo que no existe otro antecedente en el mundo.

Vale el testimonio de Pepe Sasía en su libro Orsay en el paraíso:

-Cuando terminó el partido se nos vino la turba encima. Me quedé a cubrir la retirada de mis compañeros hacia el túnel y me tiraron una botella vacía que se partió a mis pies. La cacé y se la rompí al primero del malón, entonces los demás recularon. Sino, entraban al vestuario y nos mataban a todos. Los últimos en entrar al túnel fuimos el Tito Goncálvez y yo. Tito me decía: “Lo mataste, Pepe”. El técnico nuestro era el famoso Bela Guttman. Cuando Cocito, el kinesiólogo, le dijo que el partido ya había terminado 3 a 2, que los 38 minutos que se iban a jugar eran de grupo, se puso la gorra y se fue al hotel, no se quiso quedar.

El fallo de la CSF, de carácter “inapelable”, estableció una multa 7.000 dólares, la pérdida del partido y una suspensión por tres años al Santos para competir internacionalmente. Tan inapelable que a las pocas horas la suspensión quedó sin efecto (estamos en Sudamérica…)

Washington Cataldi intentó ir hacia los vestuarios en las dos oportunidades que los árbitros suspendieron el partido pero contaba después que no había podido acercarse. La gente de Santos valló el camarín con pesos pesado, mediopesado y welter junior.

En 1982 Alberto Spencer, recordaba esa casi trágica noche santista para la revista El Gráfico:

-Fue la única vez que jugamos en Vila Belmiro. Siempre fuimos arriba, primero 1 a 0, después 3 a 2. Estaba así el partido cuando desde las tribunas le sonaron la cabeza al juez de un botellazo. Era Robles, el chileno. Se armó un lío infernal. Yo había hecho dos de los tres goles. En medio de todo el lío apareció Cataldi y le dijo al juez: 'Vamos a seguir, pero aquí se acabó todo'. Y cerramos el formulario, como en el básquetbol. Pero si el partido se suspendía nos mataban ahí mismito. Al juez y a todos nosotros. Entonces Cataldi le dijo a Robles: 'Lo seguimos pero no sirve. El partido ya terminó 3 a 2'. Al final nos hicieron otro gol y la gente se fue tranquila pensando que Santos nos había empatado. Nosotros les dijimos, está bien, nos vemos en Buenos Aires... Por supuesto, la Confederación Sudamericana ratificó el 3 a 2.

Incluso con la inefable Conmebol actual el Santos hubiese recibido una sanción terrible y hubiese sido descalificado. Entonces no pasó nada y pudo disputar el tercer y definitorio partido. Hay que pensar que el presidente de la Confederación Brasileña era Joao Havelange y que Brasil venía de consagrarse bicampeón mundial 46 días antes. El poder político brasileño en el fútbol era enorme. Vaya como ejemplo: Garrincha fue expulsado en la semifinal ante Chile y lograron hacerlo jugar la final con Checoslovaquia. Nunca más sucedió, ni antes ni después.

El desempate debía jugarse días después en la ciudad de Buenos Aires, concretamente el 17 de agosto, pero Santos movió todas sus influencias y logró que se postergara casi un mes. La razón era muy evidente: Pelé había vuelto lesionado del Mundial de Chile y necesitaba tiempo para reponerse. A propósito: la leyenda dice que “lo cosieron a patadas en el Mundial”. En absoluto, O Rei tuvo un esguince inguinal, una afección no causada por un golpe.

Finalmente, en el Estadio Monumental de Núñez, el 30 de agosto de 1962, ante 60.000 personas, se dirimió el título que tenía Peñarol y que quería Santos. En el vestuario de Peñarol, en esos años, había una consigna inteligente cuando enfrentaban al Santos de Pelé:

-Al Negro no lo toquen; si se enoja, estamos listos.

Si intentaban achicar a Pelé, los liquidaba. Además de monstruo tenía unas agallas fenomenales. El que se salía del libreto era Juan Vicente Lezcano, zaguero paraguayo, duro como el quebracho y de una reciedumbre feroz. Con el reglamento actual no podría pisar una cancha. O debería comportarse. En aquellas refriegas era nada menos que el encargado de marcar a Edson Arantes. Entrevistamos a Juan Vicente en Asunción y nos contó un cruce que tuvo con el “10” del Santos.

-Él arrancaba de atrás, la tiraba en pared hacia adelante para Coutinho e iba a buscar la devolución encarando con todo. Había que estar bien parado de costado para poder atajarlo. Yo esperaba que saliera y lo iba a buscar.

-Se dice que usted lo cepillaba un poco a Pelé.

-Un poco, sí, esa vez en la cancha de River le entré fuerte y me dijo: “Vocé e un cavalo”, ja, ja, ja… Pero también tengo una foto donde me da una patada entre las piernas. Él respondía, no se amedrentaba.

Santos derrotó a Peñarol 3 a 0. Los goles; dos de Pelé y uno de Omar Caetano en contra (en realidad pateó Coutinho y el defensa, en su afán de despejar, la mandó a la red). Entonces sí pudo celebrar tranquilo. Y los diarios afirmar sin temores que tenían al nuevo campeón de América.

Pepe resalta a Peñarol como el rival más difícil de todos los que debió enfrentar el mítico cuadro de Pelé.

-Peñarol nos daba trabajo. Era un equipo fuerte, con gran técnica y además pegaban lindo. Con ellos eran batallas. Siempre te venían con eso de que “te vamos a quebrar” y esas cosas. Pero el Santos estaba preparado para sobreponerse a todo.

-¿Ustedes contestaban…?

-No, sólo Pelé y Coutinho. Ellos eran bravos. Pelé devolvía todo lo que le daban. Y Coutinho te dejaba dar una, dos, tres… A la tercera te metía un planchazo con todo.

Un hecho anecdótico: aquel 2 de agosto, a la misma hora de esas graves incidencias, en un club nocturno de Río de Janeiro se registraba un suceso más edificante: Antonio Carlos Jobim estrenaba su inmortal Garota de Ipanema. (O)