El mundo vio, no sin cierta sorpresa -o estupor-, cómo Cristiano Ronaldo celebraba de manera defenfrenada su gol al Atlético de Madrid en la final de la Champions League. Corriendo hacia las cámaras, gritando como quien mete los dedos en el enchufe, quitándose la camiseta para mostrar sus envidiables abdominales (una nota del diario As, de Madrid, consigna que hace 3.000 por día), su físico sin un gramo de grasa. Y quedándose lo más posible para que fotógrafos y camarógrafos tuvieran tiempo suficiente de hacer su trabajo. Muy considerado.