Citando a la doctora Iona Heath, la escritora Rosa Montero nos recuerda en su publicación más reciente –La ridícula idea de no volver a verte, Barcelona, Seix Barral, 2013– que “morir es parte de la vida, no de la muerte” y que “hay que vivir la muerte”. Este texto subraya la supremacía creciente que la noción de escritura va teniendo por sobre la de la novela, pues es una mezcla curiosa e interesantísima que se concreta en literatura de la grande. Montero cuenta que, asimilando su propia viudez reciente, en un momento de sequedad en su escritura, recibió el encargo de presentar el Diario que Marie Curie escribió cuando ella, a su vez, enviudó.
A lo largo del volumen, Montero deja ver que en la literatura, como en la vida, las coincidencias parecerían provenir de un trasfondo que no sabemos explicar, pero que nos juntan sentidos que nos permiten seguir persistiendo en nuestros actos. Montero se enfrascó, entonces, en indagar más acerca de Marie Curie, y, para ello, leyó todas las biografías y los estudios científicos que encontró a mano, y otros tomos más difíciles de hallar que ya estaban agotados. De esta manera, tenemos unas páginas que recogen testimonios e interpretaciones de la vida y obra de la científica polaca y reflexiones sobre la vida de Montero.
La escritora española se enfrenta a la reflexión no solamente de la viudez de su personaje, sino de la suya propia y su vida después de ese acontecimiento doloroso. Estamos –a pocos días de celebrar el Día del Libro– frente a un testimonio espectacular de cómo la literatura sirve constantemente para reconocer no nuestras grandezas, sino nuestras pequeñeces, y, con ello, intentar ser mejores al constatar que el vivir no es más que un camino hacia el morir. La lectura de libros importantes siempre nos proveerá de algo que puede modificar un poco nuestras percepciones. Esta es la importancia de la literatura.
La ridícula idea de no volver a verte nos pone de lleno ante la posibilidad de que los seres que más amamos en este minuto ya se hayan ido para siempre en el instante siguiente. Así de golpe. Sin pensarlo. Sin saberlo. Al marido de madame Curie, Pierre, lo atropelló un coche tirado por caballos y una rueda le partió el cráneo. Al esposo de Montero, Pablo, un cáncer fulminante le fue minando la vida. Jamás estamos preparados para la muerte. Por eso el libro de Montero es una exaltación del momento presente, que puede ser gozado en la sencillez de sabernos prestos y prontos para el morir, pues “no todo es horrible en la muerte”.
En la narración contamos con la voz de Montero, que rememora con alegría y profundo dolor a su marido fallecido; también la postura de la mujer que cuestiona al mundo organizado desde lo masculino; la mirada acuciosa de la estudiosa que intenta penetrar en los secretos de una mujer extraordinaria que se dedicó a los descubrimientos científicos, pero que tuvo padre, madre, hijas y esposo. Estamos ante un libro necesario para ver nuestra tonta y grande finitud, ya que “cuando uno se libera del espejismo de la propia importancia, todo da menos miedo”.