“Slum” es la palabra utilizada en inglés para describir al tipo de asentamiento urbano, que se da bajo las directrices que –instintivamente– prevén sus propios ocupantes; sin la intervención de un organismo público regulador. Existen varios términos equivalentes en español: barrio bajo, invasión y arrabal son quizás los más utilizados.

El escritor Stewart Brand entiende a los “slums” como el reflejo urbano del desarrollo económico. Ciudades como Londres, París, Nueva York y Chicago eran una serie continua de anillos de miseria, durante su desarrollo económico, en el siglo XIX. En la actualidad, el desarrollo de asentamientos informales se da en dos posibles escenarios: o en las ciudades que son los motores de las economías emergentes (como en Brasil, India, China y Rusia), o se las puede encontrar en aquellas ciudades donde convergen la sumatoria de muchas economías subdesarrolladas, como el caso de Lagos, la capital de Nigeria.

En los últimos años el planeta entero ha tomado conciencia del grave crecimiento de este tipo de asentamientos informales, y ha virado su atención a ellos. Personajes como el reconocido diseñador Bruce Mau, y el arquitecto Rem Koolhaas han logrado con sus libros y documentales que la acomodada civilización global comience a ver aquello que no estaba dispuesta a enfrentar. De los siete mil millones de habitantes que hay en el planeta, más de mil millones viven en asentamientos informales. Es en los “slums” donde se ve la brecha crítica que existe entre ricos y pobres, y es en ellos donde se reconocen aquellos rasgos egoístas de nuestra civilización que debemos cambiar, a como dé lugar.

Gracias a esta concientización, sabemos las dramáticas condiciones que se dan en Kibera, el arrabal más grande de Nairobi. Adicionalmente, los medios de comunicación nos informan –cada vez en cuando– de los hechos violentos que acontecen en Rocinha, la favela más grande de Río de Janeiro. Los ejemplos anteriormente mencionados están por debajo de los 270.000 habitantes que se están asentando en el noroeste de Guayaquil, en una extensión territorial equivalente al tamaño de la ciudad de Cuenca; entre la ladera norte de Cerro Blanco y el canal de trasvase del río Daule a la laguna de Chongón.

A eso debemos recordar eventos que acontecen aún en sectores como el Guasmo sur y la isla Trinitaria, donde alguna vez constaté personalmente la existencia de un lugar conocido por sus habitantes como “la playa de los pañales”, una orilla del estero de Mogollón, cubierta en gran parte de su extensión por pañales usados.

Es obvio entonces que nuestras autoridades locales se encuentran en un estado de negación, cuando se nos habla sobre el “modelo exitoso” de nuestra ciudad. Maquillar una cara bonita, con piletas de colores, no cura una gangrena urbana. Resulta lamentable que cuando alguien realiza este tipo de observaciones –por el bien de nuestra ciudad– existan personajes que tomen este tipo de comentarios como ofensas personales. Nosotros, como ciudadanos, estamos obligados a exigir una ciudad mejor. Que se nos dé el tan ofrecido modelo exitoso, sin esconder bajo la alfombra el “Guayaquil Slum City” que padecemos todos los días.