Me imagino que cuando uno siente que encarna la voluntad de un pueblo para lograr la gran transformación y refundar la sociedad que antes no era más que una “banana republic”, queda poco espacio para el pensamiento ligero, peor aún el humor. Es demasiado importante lo que uno hace, demasiado seria la misión que uno tiene, para tener la capacidad de reírse de uno mismo o de aceptar que la crítica aparezca como caricatura o columna de humor. Basta ver este documental del presidente Correa recorriendo el país en bicicleta para sentir lo imbuido que está de su papel refundacional, él es la revolución ciudadana y nadie más y eso es un tema de absoluta seriedad. Pocas personas aparecen en el relato, son como apariciones cortas, frente al personaje principal que es el presidente; las calles, plazas, el ferrocarril, las aspas de los molinos de viento y las carreteras le dan una gran satisfacción, contempla satisfecho la obra realizada y pide sumar fuerzas para terminar su misión. Nadie realmente ríe, ni festeja, ni lanza globos al aire. Es un tema demasiado serio para permitirse ese tipo de deslices.

Al poder casi nunca le ha gustado que se burlen de él, peor aún cuando no existen mecanismos de defensa efectiva de la libertad de expresión y prensa. Quiero recordar el caso del periódico El Perico establecido por Francisco Martínez y Pepe Lapierre en 1885 y que tenía como subtítulo “Cada pájaro taje su propia pluma y enristre”. Según cuenta Camilo Destruge, el biógrafo de la prensa de Guayaquil, el periódico lleno de coplas picarescas y de dibujos llenos de sátira y humor generó gran malestar a los funcionarios de turno y parece que al mismo presidente Caamaño, que en cierto momento hizo capturar al primero y desterrarle, interrumpiéndose su publicación, hasta que este terminó su mandato y comenzó el gobierno de Antonio Flores.

La sátira, el humor y la caricatura han sido parte fundamental del quehacer periodístico en casi todas partes del mundo. En nuestro país, un hito significativo fue el periódico el Tiempo publicado en Quito, verdadera escuela de periodistas, bajo la dirección de Carlos de la Torre Reyes, que publicaba una columna doble, bajo el título de Los Picapiedra, una firmada por Pedro, otra por Pablo. Era humor político por excelencia escrito por un conjunto de periodistas, que ironizaban al gobierno de turno, para entonces el quinto “sismo” de Velasco Ibarra, como lo denominó la columna. Entre los periodistas que hacían la famosa columna estaba Gonzalo, el Negro, Bonilla, a quien conocí en Lovaina, Bélgica, a inicios de los años setenta. Nunca reí tanto como cuando nos reunimos en casa a comer y tomar alguna bebida. Su humor oscilaba rápidamente desde la vida cuotidiana hasta la situación política de entonces, todavía bajo el gobierno de plenos poderes de Velasco Ibarra.

Quien heredó esa enorme capacidad de burlarse del poder, de todos los tipos, por medio de la caricatura es su hijo Bonil, el caricaturista de nuestro periódico, pero con seguridad también historiador del humor y animador de los Salones del Humor Gráfico, y sobre todo un gran ser humano. En estos días ha sido amenazado de juicio por una columna que recoge muy bien lo que se afirma en cualquier reunión, sobre títulos falsos y relatos oficiales sobre acontecimientos públicos. Realmente triste el tiempo que vivimos en que parece que hemos extraviado la capacidad de reírse de uno mismo.