Este sí que es un problema existencial que, me parece, comienza muy temprano en nuestra vida y concluye al expirar.

Recuerdo reuniones en las que la nueva criatura de la familia comienza a dar sus primeros pasos y varias personas lo rodean, todos le estiran los brazos y le piden que los escoja, que se encamine hacia ellos. Entonces entre tímido y asustado, finalmente opta por un destino que le parece seguro y, tambaleante, se dirige confiado hacia el abrazo que lo espera y estimula.

Otras muestras de selección de personas se van haciendo, a lo largo de los primeros años de vida, por recuerdos placenteros, afectos demostrados, seguridades registradas, tolerancia mayor, compatibilidad de gustos, admiración, etcétera.

Cuando vamos siendo capaces de razonar llegan los consejos de la sabiduría o experiencia de las personas cercanas, responsables de la crianza y educación. Ellas van sugiriendo o marcando las reglas de selección de las personas: con quién compartir, jugar, invitar, visitar, precedidas o seguidas de explicaciones más o menos razonadas.

Esa me parece que es una etapa muy importante porque puede marcar el estilo de conducta para el resto de la vida, aunque en el primer momento produzca una reacción de rechazo.

Considero conveniente que se expresen las razones que sostienen esas reglas, para evitar que, por falta de argumentos, la selección de personas se convierta para el infante no en un acto de discernimiento, sino en un acto “irracional”, por carecer de razones, que necesita y por eso solicita.

La privación de reglas sanas para escoger acompañamientos para jugar, estudiar o divertirse, puede tener graves consecuencias, que lamentablemente no siempre se consideran; pues, luego, en la etapa de adolescencia, en la que se suele adolecer de todo y los problemas de selección son más importantes, por las consecuencia buenas o malas que se pueden derivar de las relaciones que se generan por el entorno familiar y social, hay que evitar que el escogimiento de las amistades sea fatal.

¿Cuántos jóvenes se echaron a perder por no haber sabido evitar las “malas compañías” al no haber recibido la preparación necesaria, teórica y práctica? Y afirmo práctica, porque, lamentablemente, algunos que pregonan las buenas reglas teóricas no las practican, a vista y paciencia de quienes las reciben, incrédulos, y se preguntan en su interior y a veces lo expresan: ¿por qué me mandas a hacer lo que tú no haces?

Así que llegamos a la adultez con una cargada formación o deformación que, siendo realidad, debemos enfrentar cuando nos planteamos: ¿en quién confiar?

Sí: ¿en quién confiar pedir o dar amor, ayudas, enseñanzas, empleos, servicios profesionales o el voto?

En la vida, los demás y nosotros mismos, que somos los demás de los demás, según el poeta don Alberto Cortés, nos necesitamos recíprocamente, en mayor o menor grado.

¿Conviene preguntarse a sí mismo: en quién confiar? ¿Por qué? ¿Sería tan amable en darme su opinión?