Con ingenuidad, los teóricos de la modernización suponían que las nuevas sociedades se caracterizarían por la separación tajante entre religión y política. Para decirlo bíblicamente, creyeron que el reino de este mundo se independizaría del reino de los cielos. Obviamente ello no significaba la negación de la religión como opción personal, sino que las decisiones acerca de lo público ya no se tomarían de acuerdo a preceptos religiosos y que el Estado no tendría una doctrina oficial. En esa línea, en nuestro país se marcó un hito con la revolución liberal, que hizo de la instauración del Estado laico uno de sus objetivos básicos.

Mucho se avanzó desde entonces, especialmente con el establecimiento de la educación pública, la instauración del matrimonio civil –incluido el divorcio– y la erradicación de los asuntos de fe en el debate político y en la conducción gubernamental. Por ello, en general en el mundo y en particular en nuestro país, sería inconcebible a esta altura de la historia suponer que, para asegurar el acceso al cargo, un futuro mandatario tuviera que intercambiar París por una misa. Por ello también, el pachamamismo y la apelación a las ceremonias ancestrales en los actos políticos eran vistos más como una expresión de inclusión cultural de grupos tradicionalmente marginados que como un retorno a esas épocas remotas. Pero, parece que no ha sido así y que la religión sigue siendo importante para la política.

Las escenas del gabinete gubernamental venezolano reunido en rezo colectivo en la plaza pública y encabezado por el vicepresidente, dejan ver una de dos cosas: que el Estado no es laico o que se utiliza la religión como un instrumento político. Si es lo primero, entonces habría que preguntarse de qué proceso revolucionario se habla, cuando se supone que este debía llevar a su máxima expresión la tendencia a la secularización de la sociedad y del Estado. Si es lo segundo, entonces hay que darles la razón a quienes emplean el ambiguo término de populismo para calificar a estos regímenes. En cualquiera de los casos, el mensaje que transmiten las autoridades es que el futuro político de la revolución depende más de las oraciones que de la participación social y obviamente mucho más que de las instituciones.

Para no quedarnos atrás, lo más granado de la izquierda celebró una misa ecuménica por la salud del comandante. Que la convocatoria la haga un partido que sigue a un mesías, se puede entender, pero que entre los organizadores esté la Secretaría de Pueblos –un organismo gubernamental–, puede ser un indicador de que estamos viviendo una revolución mística (que se manifiesta también en una canción patriotera que habla de sacrificio, martirio y más cosas por el estilo). Finalmente, para la ceremonia escogieron el lugar donde está el árbol que da sombra a la vasija de barro donde descansan Guayasamín y Jorge Enrique Adoum. Los que creen en la vida después de la vida supondrán que el entrañable Turco se habrá retorcido –de la risa o de la rabia– ahí mismo.