En días pasados, Rafael Correa sugirió la posibilidad de que la información pudiese ser considerada una nueva función del Estado, señalando que “si la información es un derecho, la base de las libertades fundamentales y la libertad de expresión, por qué no puede ser una función del Estado como la justicia”, a lo que agregó que debería discutirse si acaso no resulta preferible tener “medios públicos, comunitarios, sin fines de lucro”.
Debemos entender que la idea inicial del presidente se enmarca plenamente en la percepción que mantiene el gobernante respecto de la prensa privada, a lo que se debe agregar un detalle adicional: Rafael Correa sostiene que no hay peor prensa en el mundo que la latinoamericana, la cual según su opinión “se ha acostumbrado a poner y sacar presidentes, a legislar, absorber y condenar” ¿En realidad ha sido esa la práctica frecuente de los medios de comunicación en la región, ha tenido la prensa el poder fáctico para poner y sacar mandatarios, ha sido tal su grado de influencia que le ha permitido dirigir el destino de nuestras naciones a base de favoritismos y prebendas? Más allá de que resulta innegable que en variadas ocasiones la prensa ha ejercido su capacidad de presión con fines políticos, no existen fundamentos definitivos para sostener que haya tenido la costumbre de poner y sacar gobernantes, toda vez que esa más bien fue una atribución reservada a las fuerzas armadas con ejemplos constantes en la región a lo largo de la historia.
Las percepciones del presidente lo conducen a una generalización de los eventuales excesos de la prensa independiente, colocando paralelamente en un pedestal a los medios de comunicación públicos, sugiriendo en ellos la exclusiva vía a la verdad absoluta. De acuerdo a esa línea de pensamiento, la prensa pública termina siendo la única con reales posibilidades de difundir la información veraz y la opinión sensata, pues la otra prensa –es decir la privada– estará siempre sujeta a los dictámenes, mentiras y caprichos del “dueño de la imprenta”. Sin embargo, reiterados ejemplos de la historia demuestran cómo la prensa pública termina siendo, en muchísimas ocasiones, frágil rehén de los vaivenes del gobernante de turno.
Y el mejor ejemplo lo puede constatar el presidente con lo que le ocurrió a Ana Pastor, la excelente periodista española que lo entrevistó en una tensa pero interesante conversación hace pocos meses. Pastor quien trabajaba en la televisión pública española fue recientemente despedida ya que al gobierno de Rajoy le resultaban incómodas sus opiniones y posiciones. Al preguntar Rafael Correa “¿Dónde está Anita Pastor?”, estaba dando la razón a quienes piensan que los medios públicos pueden llegar a responder, sin querer o queriendo, a los caprichos e intolerancias del otro “dueño de la imprenta”. El Estado, no duden al señalarlo.