Con frecuencia oímos decir “solo en el Ecuador ocurre tal cosa o tal otra”. Ese vulgarismo rara vez tiene razón, empezando porque somos buenísimos para copiar errores y desatinos. A veces llegamos a parecernos a las grandes potencias. Por ejemplo, con una o dos excepciones, en todas las elecciones que se han realizado en el país, he tenido que votar por el menos malo de los candidatos. Y a veces este menos malo en términos relativos, es un pésimo en términos absolutos. Así les tocará a los electores norteamericanos el próximo 6 de noviembre. Tratando de ponerme en los zapatos de ellos, pregunto ¿cuál es el menos malo?
Como se ha dicho ya, George W. Bush fue el primer presidente latinoamericano de Estados Unidos. Con ello se quiere expresar que encarnaba muchos de los defectos que comúnmente se atribuyen a los políticos de Iberoamérica. Es una exageración que busca más impresionar que argumentar, pero ahí la dejo para poder meter que Obama fue el segundo. Es un populista poco comprometido con los valores fundacionales de Estados Unidos, empeñado en apuntalar un estado de bienestar que agoniza en todo el mundo y que no da pie con bola para sacar a su nación de la crisis económica. Y completo las cuentas diciendo que Mitt Romney puede ser el tercero. ¿Por qué lo dice? Se me parece demasiado a los políticos hispanoamericanos que tratan de frenar al populismo con paños tibios, con versiones rosaditas de socialdemocracia, procurando ser ediciones aguadas de los caudillos en lugar de su antítesis... Hablo de Capriles, sí, pero también de otros. Lo digo por su bien, para que enderecen mientras hay tiempo. Romney muestra poca convicción y poca coherencia en relación a las libertades individuales y el libre mercado. Hubo quienes se entusiasmaron con la selección de Paul Ryan como candidato del Partido Republicano a vicepresidente, pero en realidad solo se trata de un conservador que en su juventud tuvo veleidades liberales.
Bueno... pero columnista, ¿por cuál se inclina? Como en los Estados Unidos el sufragio es optativo, no votaría entonces. Y, sujétense, prefiero que gane Obama. ¡¿Por queeé?! Porque Romney haría un gobierno de aguachirle, infructuoso e impopular, sin atacar con fuerza los problemas. Eso permitiría que un candidato, probablemente demócrata, con las mismas ideas estériles del actual mandatario, gane las elecciones dentro de cuatro u ocho años, con lo que el desastre solo se habrá pospuesto. En cambio, si gana Obama, en este periodo, ya sin posibilidad de reelegirse, ahondaría sus desatinos y su país “tocaría fondo” en muchos aspectos. Solo entonces podrá ganar un candidato que realmente sienta los valores americanos de libertad, los principios expresados por los Padres Fundadores y aplicados por aquellos que hicieron de la Unión la más grande potencia que ha existido en la historia. Plantear cualquier otra posibilidad, simplemente, no es realista. Alguien con ojos aguzados encontrará que esta reflexión perfectamente puede servir para otros países a punto de ir a elecciones.