No ha pasado demasiado tiempo pero parece que el drama que vivió América Latina durante las dos últimas décadas del siglo XX ya ha entrado en el terreno del olvido. Viendo la manera en que se está manejando la crisis europea salta espontáneamente la gastada frase acerca del único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Como que no existiera esa experiencia, los organismos económicos y políticos de la Unión Europea están acudiendo a la misma receta que aplicaron los gobiernos latinoamericanos y que impulsaron entusiastamente las instituciones internacionales de crédito en aquellos años.
En nuestro continente los problemas comenzaron con el endeudamiento de los países y, dentro de ellos, de los sectores productivos privados. Todos habían caído en la trampa de los créditos fáciles que provenían de la gran liquidez producida por los petrodólares. La deuda dio lugar a una espiral que iba incrementando su tamaño y se llevaba todo lo que encontraba a su paso. La hiperinflación fue una de las manifestaciones más visibles y dramáticas, con su secuela de incremento de la pobreza y de ampliación de la brecha en los ingresos. La respuesta fue lo que en adelante se conocería como neoliberalismo. En términos sintéticos, este consistió en alejar al Estado de la economía para evitar que la crisis afectara al sector financiero, que era visto como el nuevo motor económico. En la mayor parte de los casos el remedio fue peor que la enfermedad. Solo tuvo éxito en los países que tomaron heterodoxamente la receta y que además contaban con estructuras económicas y sociales bastante sólidas. El capital social acumulado a lo largo de varias décadas les permitió, a esos pocos, enfrentar la dureza de la crisis y de las medidas. Pero el resto, que no contaba con esa condición favorable, sigue pagando las consecuencias con malos servicios sociales y sin sistemas de protección.
La crisis europea también comenzó por el endeudamiento de varios de sus países. Pero, en términos relativos, este es mucho mayor que el de los latinoamericanos en su momento. A ello se deben añadir tres hechos que marcan la diferencia y que pueden hacer que la crisis latinoamericana aparezca como un juego de niños frente a la europea. El primero es el endeudamiento privado, con la burbuja inmobiliaria y la corrupción asociada a ella, que golpea directamente a las clases medias y bajas (“por qué la llaman crisis, cuando es una estafa”, dice Ernesto Ekraizer en su libro Indecentes). El segundo es la moneda común y los acuerdos económicos que sostienen a la Unión Europea y que dejan muy pequeño margen para la acción propia de cada país. El tercero es el desbalance entre los países que, al formar parte de un todo único (la UE), se constituye en un problema que exige soluciones de conjunto, algo a lo que no todos están dispuestos.
En una perspectiva de largo plazo, el resultado más grave sería que colapse el Estado de Bienestar, sin duda el mayor aporte europeo en el siglo XX.