“Que los hijos de Lugo salgan a las calles para restituirlo al poder”, era lo que sugería un irónico tuit en alusión directa al todavía no precisado número de hijos del expresidente paraguayo así como a la marginal movilización de protesta en contra de la destitución de Fernando Lugo, para cuyo efecto se sugieren mil lecturas e interpretaciones.
En esa línea y más allá de la discusión sobre la legalidad y legitimidad de la destitución del presidente paraguayo, resulta interesante advertir un hecho singular que se ha repetido en casi todas las destituciones presidenciales que se han dado en América Latina en los últimos años, refiriéndome específicamente a que ninguna de tales destituciones provocó un estado de ira popular capaz de revertir el curso de la remoción presidencial; naturalmente las circunstancias varían en cada caso pero si revisamos las destituciones o renuncias forzadas que se han dado en la región, Carlos Andrés Pérez (1993), Abdalá Bucaram (1997), Raúl Cubas (1999), Jamil Mahuad (2000), Alberto Fujimori (2000), Fernando de la Rúa (2001), Jean-Bertrand Aristide (2004), Lucio Gutiérrez (2005), Manuel Zelaya (2009) y ahora Fernando Lugo, es posible confirmar la ausencia de una respuesta ciudadana capaz de contrarrestar las salidas obligadas de los gobernantes.
Las destituciones presidenciales ocurridas en el Ecuador exponen de forma notable lo aseverado, pues ninguna de ellas, salvo algún disturbio menor, originó una contundente respuesta popular, lo que se ha atribuido, por una parte, al escaso respaldo ciudadano que mantenían los referidos mandatarios a la hora de la destitución y, por otra, a una especie de complacencia y resignación por parte del pueblo, el cual, por varios factores, entre ellos la cultura política nacional, no se tomó la molestia de repudiar de forma militante las destituciones realizadas. En esa misma lectura, propongo una reflexión basada en un hecho supuesto: ¿cuál sería la respuesta popular si la Asamblea Nacional decide destituir a Rafael Correa de su cargo presidencial?
No me atrevo a formular una respuesta de forma concluyente; seguramente hay quienes piensan que en el evento hipotético de esa destitución, los partidarios de la revolución ciudadana saldrían a las calles para impedir la defenestración, con mayor razón si se comprueba la gran popularidad del presidente, pero otros podrán advertir que el episodio del 30 de septiembre no provocó precisamente un estallido colectivo movilizador en los momentos que más lo requería el mandatario. En resumen, ningún presidente en la región puede sentirse confiado y seguro del respaldo popular como el mejor antídoto ante una eventual destitución. A los hijos de Lugo, para el caso que nos ocupa, lo que realmente les importa es que su papá no se olvide de pasarles las pensiones alimenticias.