Una pareja conformada por dos mujeres inglesas residentes en Ecuador solicitó a nuestro Registro Civil la inscripción de la hija de una de ellas con los apellidos de cada una y bajo el estatuto de “dos madres”. La institución ha negado inicialmente la solicitud y el debate público ha expuesto diversas opiniones con argumentos legales y de otro orden, a favor y en contra del pedido. Al parecer, a nadie le interesa mucho si es relevante que esta niña no tenga ningún padre en su ficha de inscripción ni en su escena familiar. Quizás en nuestra cultura se estima que la presencia de un padre no es indispensable para el desarrollo psicológico de los niños. Porque un progenitor biológico no es lo mismo que un papá ni que un padre.
La “modernidad líquida” de Zymunt Bauman llegó al Ecuador, trayendo la disolución de paradigmas y la licuefacción de las leyes. Bajo la consigna de la (r)evolución y al amparo de “los derechos humanos, sexuales y reproductivos”, las instituciones del Estado ecuatoriano se aprestan a autorizar diversas demandas de legitimización que caigan en sus manos. En la era del “todo vale”, negar ciertos pedidos podría considerarse como un “atentado contra los derechos humanos” por parte de ciertos funcionarios complacientes que no se detienen a considerar que quizás algunas de esas demandas tendrían un carácter perverso. En esta fiesta de autorizaciones se erige el Estado maternocrático como autoridad omnipotente y se decreta la obsolescencia de ciertas teorías –como la psicoanalítica– que plantea el valor imprescindible de la función paterna.
Desde hace rato somos una sociedad maternocrática, donde el supuesto machismo es solamente la máscara patética del verdadero poder: el ejercido por la madre del macho. La novedad es que ahora la maternocracia es política de Estado, con toda su lógica de condescendencia, autocomplacencia y promesas de gratificación sin límites. Parece que lo importante no es considerar las demandas de cada sujeto, en el examen detenido del “caso por caso”. Hoy resulta más popular, cómodo y electoralmente rentable complacer a todos, y sobre todo a aquellas minorías que también acuden a las urnas. En consecuencia, algunos se disponen a difundir –en el nombre de la “educación en derechos humanos, sexuales y reproductivos”– la norma básica de que nuestros adolescentes son dueños de sus cuerpos y de su sexualidad, y pueden hacer lo que quieran con ello, sin detenerse a considerar si están listos.
“Padre” no es un donante anónimo de esperma ni un amigo “acolitador” que acude a la clínica de fertilización para poner su semillita dentro de un frasquito en un cuartito provisto de videos eróticos. Padre es quien invoca la ley y los límites ante una madre y su hijo o hija, para regular la arbitrariedad a la que las madres pueden ser propensas, sobre todo cuando por su propia historia no están dispuestas a reconocer la importancia de la función paterna. Padre es quien saca a un niño o niña de las faldas de la madre para introducirlo en las leyes y en los códigos de la sociedad y la cultura, que no son necesariamente los mismos que los de la madre. ¿Quién hará de padre para la pequeña Satya?