Ayer fue el Día Internacional de la Mujer, por lo que proceden algunas reflexiones sobre temas relacionados, como puede ser por ejemplo el que habiendo alcanzado ellas un nivel similar al del hombre en todos los órdenes de la actividad humana, desde las ciencias hasta la política, pasando por las artes y las profesiones más diversas, debería hacerse hincapié que el 8 de marzo es un día de conmemoración por la trágica muerte de 146 mujeres en una fábrica de New York en 1911, que trabajaban en condiciones precarias, hecho luctuoso que sirvió para impulsar la causa de las mujeres trabajadoras en el mundo y que fue reconocido por la ONU como el Día Internacional de los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional.

Felizmente, al día de hoy en la mayor parte del mundo –no en algunos países árabes, africanos y asiáticos– la mujer tiene similares derechos que el hombre y su postergación es cosa del pasado, pues no le está negado acceder a ninguna ubicación de relevancia que antes la sociedad le negaba y que ahora disfruta con sobra de merecimientos y por derecho propio. Es verdad que aún quedan rezagos de desigualdad con los hombres en ciertos rubros, como remuneraciones por ejemplo –a pesar de la norma constitucional de a igual trabajo igual remuneración– pero la mujer ya no es una persona impreparada e intelectualmente débil que necesita protección en esos ámbitos, además de que en muchas tareas, y sin echar mano de innecesarias lisonjas masculinas, es igual o mejor que el hombre.

Y paso a comentar otro tema, también relacionado con la mujer, que en esta semana ha generado una ardua polémica en España. Un informe de un académico de la lengua censura la utilización conjunta de los sustantivos masculino y femenino cuando algún documento se refiere al colectivo humano, como por ejemplo cuando la Constitución ecuatoriana con mal gusto dice “ciudadanas y ciudadanos”, “juezas y jueces”, “notarias y notarios” en vez de referirse a ellos con el sustantivo masculino “que ha sido usado siempre para designar a los dos sexos”, pues está “firmemente asentado en el sistema gramatical español”.

Se trata de una discusión enjundiosa por cuanto los que propician el lenguaje incluyente sostienen que está destinado a no invisibilizar a la mujer mientras que los otros afirman que el género es una categoría gramatical que no tiene nada que ver con el sexo, como comentaba con sorna un periodista colombiano: cuando digo “las personas tienen estómago”, no estoy excluyendo a los hombres aunque “personas” tenga género femenino, y aunque “estómago” sea de género masculino, lo llevan dentro los dos sexos por igual, además de que si fuera obligatorio el uso de ese lenguaje, un titular periodístico como “Cadena perpetua para violadores de niños” tendría que mutar hacia otro que dijera “Cadena perpetua para violadores y violadoras de niñas y de niños”, lo cual no luce sensato.

La utilización del sustantivo masculino para referirse a un número plural de personas se debe nada más que a un asunto de economía del lenguaje, para facilitar la redacción y la lectura de un texto, pero no para discriminar a la mujer y menos para asumir una postura sexista.

Tiene razón Javier Marías al decir que los cambios que vengan en la lengua serán el resultado de su evolución natural, y que cualquier intromisión en nuestra habla o en nuestro pensamiento es un atentado a nuestra libertad.